En septiembre de 2018, Larreta y Soledad Acuña evidenciaban entusiasmo en el lanzamiento de Virtual Educa Argentina. La consigna, festiva, era «educando el presente, conectando al futuro». Los tiempos cambian. Las realidades sociales también y, de igual modo, las políticas. Ahora “es de vida o muerte el regreso de la presencialidad”, honestidad brutal, incontinencia verbal, el gobierno de CABA hoy gestiona por la opuesta: la lógica alucinatoria de Carrió admitiendo que los pibes se contagien, pero que socialicen. Siempre con ellos como mercancía en un juego cínico, en el que los saldos son mortales, en número de miles y sin remedio. La única medida anunciada por CABA, nueva actitud negacionista, fue la suspensión de clases. Que el control lo hagan otros. Que la asistencia se ciña a los que les siguen acercando votos.

Cualquier semblanza de la actitud opositora se asemeja a un relato de la locura. Mientras el país sigue incendiado, llegamos a los 40 mil contagiados por día, se mueren más de 600, se naturaliza el desastre. Mientras la necesidad extrema explota a la vuelta de cada esquina.

Mientras muchos gobernadores miran para otro lado, la tilinguería insiste con sus fiestas clandestinas y los laburantes no tienen otra alternativa que seguir viajando como ganado, pero ahora en pandemia y contagiándose bajo las narinas del prójimo. Mientras los descarados cortadores de polleras carpetean impúdicamente en vivo a los sanitaristas que osan criticarlos. Mientras el fútbol, un Estado paralelo, se aviene a rozar el freno pero acelera en la enajenada propuesta de organizar una copa internacional, al lado de los muertos. Mientras siguen porfiando en instalar la teoría del confinamiento dirigido, en lugar de participar de modo ético y solidario, con la toma de conciencia de que se trata de algo urgente, decisivo, imprescindible; que aislarse, evitar los contagios, quedarse en casa, representa el elemental y necesario cuidado colectivo, porque la pandemia está al borde del trágico descontrol. Que nos puede matar. A nosotros o a ellos.

Ante todo eso, un gobierno con una exigencia de hierro: administrar la necesidad. Que la guerra está declarada.

Fundamentalmente, la necesidad de los 19 millones de pobres (parte en CABA, aunque a Larreta eso le “ne frega”), porque para ellos la pandemia se duplica y tienen menos tiempo que perder. La necesidad de tomar decisiones fuertes, sin demora, ante un virus que nos devora. De quebrarle la resistencia a la oposición despiadada, a las fuerzas económicas no menos desalmadas, a los medios hegemónicos que cierran el círculo del poder real. También al descreimiento.

La imperiosa necesidad de convencer se relaciona con la exigencia de tomar medidas, comunicarlas con precisión y vehemencia, de despojarse de la imagen voluntarista o comentarista. Para depender menos de una responsabilidad individual que, ya vimos, no conduce a la solución colectiva.

De demostrar que la autoridad y la voluntad son suficientes para disuadir sobre la factibilidad de otra realidad, y actuar en consecuencia. De operar ante la urgencia sin demoras ni cavilaciones. Tal vez sea el modo de respaldar las necesidades y concretar el respaldo necesario. De demostrar que la autoridad y la voluntad son suficientes para disuadir sobre la factibilidad de otra realidad, y actuar en consecuencia. De operar ante la urgencia sin demoras ni cavilaciones. Tal vez sea el modo de respaldar las necesidades y concretar el respaldo necesario.