Homenaje tardío a Enrique Santos Discépolo, creador de Mordisquito, a 72 años de su fallecimiento.

Hay que reconocer que la derecha cuenta con unos formuladores de cotorreos y zócalos sumamente eficaces, empezando por la hazaña literaria de haber convertido en maldita a la letra K. Cual, si fuera escaso el logro, instalaron significados estúpidos y banales como “Se robaron un PBI completo”, “La Argentina está en crisis hace 70 u 80 años”, “A Nisman lo asesinó un comando venezolano, cubano, iraní, kirchnerista” o “Estamos cansados de mantener vagos con la nuestra”. Como decía el santo de Discépolo en sus homilías radiales de principios de los ’50: «de esto te quería hablar, Mordisquito. ¿Qué te pasa en tu cabeza cada vez que, indignado, agitás el estandarte de la nuestra?»

El que así razona supone que reunió méritos suficientes para imaginar que lo que hay para repartir le pertenece tiempo completo. Sostener semejante falacia con el fanatismo propio del pensamiento único, es imaginar que este país no es para todos e ignorar que solo fue mejor para habitar en las pocas ocasiones en que las oportunidades, las económicas, sociales y las demás, fueron lo más igualitarias posibles. Se resisten a aceptar verdades inefables como “La patria es el otro” o “Nadie se salva solo” pero se prenden con rapidez cuando, desde el resentimiento, chicanean con el argumento de “la nuestra”. Esa es la parte del león que siempre debe quedar en la exclusiva avenida por donde circulan los intocables. Pero guay que algún milagroso día la balanza se incline apenas para el lado de los que, siempre, aguardan en el Metrobus. Cuando, durante algunos gobiernos populares (no muchos la verdad), los números se les pusieron un poquito rebeldes, los que se consideran naturales conquistadores de la riqueza y el bienestar encontraron los recursos para subsanar la anomalía.

Y las pusieron en práctica. Antes, golpes de Estado; ahora, golpes de mercado. Allá lejos, la obscenidad del fraude y las estrategias de la política explícita; en estos tiempos, las falsas noticias y las sediciones mediáticas. No hay manera más práctica de negar la acción benéfica de un Estado presente que otorgarle legitimidad y categoría de existencia a “la nuestra”. Hubo tiempos, en la dictadura, por ejemplo, en que “la mía” talló mucho más que “la de todos”. Los momentos de ajustazos y endeudamiento, desdichados, como el que atravesamos, fueron otros. Sin embargo, hubo algunos, providenciales, en que “la nuestra” alcanzó para sostener a niños y a viejos, a pobres y ausentes. Y, de paso, para proteger los bienes de una nación que ningún argentino de bien osaría poner en riesgo. Pero entre nosotros, siempre anduvieron merodeando los González Fraga y los Galperín de la vida fastidiados en cada ocasión en que “la nuestra” alcanzó un reparto más parejo y, a algunos les permitió comprarse un auto, un acondicionador de aire o pasar quince días de vacaciones. Para regresarnos a la altura de nuestros merecimientos estos interventores de la felicidad ajena pusieron en marcha pasamanos, nunca tan brutales como los que hoy ocupan malsanamente nuestra cabeza 24 x 7, y que, inevitablemente, lo único que consiguieron fue, con gran dolor, achicar lo que se daba.

Los socios activos de “la nuestra”, esos que tanto descreen de palabras como solidaridad, autoestima, derechos adquiridos y justicia social, saben que ahora llegó al poder un grupo que hará lo necesario, y algo más también, para que “la de ellos” quede a buen resguardo y si es posible que se multiplique al más allá. “¿Y la mía?”, ya se los escucha preguntar, ávidos y de algún otro lado llega la respuesta que les dibuja una sonrisa y les corrobora que están en el lugar correcto: “La de ustedes, está”. Siempre está. La que anda escaseando es la que hasta hace poco – y ya entonces no era demasiado – había para vos, para el de al lado, para mí. Las diferencias sociales existen y con frecuencia alcanzan características muy tristes. Pero mientras sigan existiendo personas convencidas de que el total del circulante es por naturaleza o designio divino, de su propiedad, la pelea por “la nuestra” seguirá siendo muy desigual. Y, como consecuencia, los muchos países que ya dividen a la Argentina, crecerán en mezquindad y en antagonismos.

Por todo esto, aunque parezca cándido, cuando en la próxima reunión familiar tu tío Gordo o tu prima Beba y otros Mordisquitos de los tiempos del TikTok con los que te cruces, ya sea en el bondi, en el trabajo o en el super sostengan que se cansaron que “la de ellos” se dilapide en planes y subsidios, en obras públicas y salud, en educación y en cultura, respondeles con los argumentos que Mordisquito se esforzó mucho por hacerles entender y se ve que no alcanzó. También podrás elegir responderles con un meme que recibí hace unos días y que me hizo reír, por pícaro y sabio. Decía: «¿Sabés por qué tenés menos plata hoy? Porque antes decías que mantenías vagos y ahora mantenés ricos y sale más caro. ¡Yo te avisé!»

Es simple: en cualquier país que merezca ser vivido “la nuestra” es “la de todos”. Me gustará saber a quien le echarán la culpa – una de sus especialidades – cuando, ajuste feroz y desaprensivo mediante, como el que se esfuerzan para poner en marcha en tiempo récord, también “la de ellos» empiece a faltar.

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Digresión: cuando en 1951 Enrique Santos Discépolo hizo el papel de “El Ñato” en la película El hincha, dirigida por Manuel Romero, “la nuestra” tenía una clara y única acepción futbolística. Defender “la nuestra” consistía en reivindicar dentro de una cancha el modo de ser argentino, y por extensión rioplatense, el respeto por la habilidad y los lujos de los jugadores. Se ganara o se perdiera, resignar “la nuestra” era traicionar una historia y una identidad ya en esos años de prestigio mundial. Bueno, el fútbol, los tiempos y el significado de algunas palabras cambiaron.