Ni los más de cien años de intervención continua de EE UU ni la voracidad de Francia, la potencia colonial, ni los sangrientos dictadores que lo sojuzgaron durante tres décadas –los Duvalier– tuvieron sobre Haití el efecto devastador del sismo del 12 de enero de 2010, que en 130 segundos se cobró más de 316 mil vidas y dejó sin casa a un millón y medio de personas. Una de las catástrofes humanitarias más grandes de la historia borró la precaria infraestructura haitiana. A las fuerzas extranjeras que lo ocupaban desde 2004, se sumó una horda de organizaciones no gubernamentales (ONG) que llegaron a “reconstruir” pero fueron más destructivas que el terremoto.

Aunque no cuenta en su haber con otro pecado que el de haberse independizado antes que todos (1804), cuando Francia era una monarquía poderosa, Haití sigue recibiendo el divino castigo de las potencias occidentales y padece, desde hace más de un siglo, la presencia de tropas extranjeras en su territorio. Apenas días después de la liberación, en los inicios del siglo XIX, el por entonces presidente norteamericano Thomas Jefferson –el esclavista que ilustra los billetes de dos dólares– ya había advertido que “pueden existir como quilombo, o palenque, pero ni se debate la posibilidad de aceptarlos en el mundo de las naciones. Les llaman libertos, pero son negros y eran esclavos”.

Así fue que en 1915 los marines desembarcaron por primera vez en Port-au-Prince. Desde entonces, esas excursiones exclusivas del Pentágono fueron una constante, hasta que en 2004 Estados Unidos encontró socios para la tarea sucia y armó unas fuerzas invasoras de 10 mil soldados de 31 países. Los mayores aportes llegaron, llamativamente, desde tres países donde gobernaban presidentes progresistas: Brasil, Argentina y Uruguay. Según la ONU, la excursión de sus cascos azules se justificaba porque Haití era “una grave amenaza a la seguridad internacional”, aunque su ejército había sido disuelto en 1995.

Diez años después del sismo Haití sigue en ruinas. Y, además, los cascos azules llevaron la vibro cholerae, la cepa más terrible del cólera, que mata en dos días a un adulto y en dos horas a un niño. Los soldados de la ONU dejaron, también, cientos de niñas y adolescentes, embarazadas de la que la ONU, las ONG y los países invasores no se hacen responsables. Uruguay ha sido una irónica excepción, y todo lo resolvió condenando sin prisión a cuatro cabos que se acostaron con menores haitianas a cambio de un paquete de galletitas.

En 2010, apenas se conoció la conmovedora solidaridad mundial con el pueblo haitiano, mensurable en cientos y cientos de billones de dólares, se multiplicaron las ONG que se anotaron para mandar sus “cooperantes” al país. Resultaron tan violadores como los cascos azules, pero a la promoción de la prostitución, femenina y masculina, agregaron un voraz apetito por el dinero, por las grandes sumas (ver aparte). En pocas semanas Haití pasó a conocerse como la “República de las ONG”, el país del mundo con más organizaciones de ese tipo per cápita. Así fue que en setiembre de 2017, el gobierno haitiano, un gobierno particularmente corrupto, ya había tenido que expulsar a más de 300 ONG.

En ese momento, la británica Oxfam se dio el lujo de enunciar los aterradores récords de sus pares. Para el armado de ese decepcionante cuadro se suman las investigaciones de los diarios Huffington Post , The New York Times, La Jornada y Miami Herald, las agencias EFE y Associated Press, la BBC e investigadores independientes. Diez años después del terremoto, diez años de saqueo, Haití sigue tan destruido como aquel día.

“El lento camino hacia la reconstrucción” se tituló el informe en el que Oxfam aseguró que 7 de cada 10 dólares que entran al país provienen de la cooperación, aunque “olvidó” decir que 9 de cada 10 de esos dólares son manejados por las ONG, Oxfam incluida, o empresas extranjeras. Tampoco dijo que 778 millones se van para el pago de las tropas de ocupación. Una investigación de la AP llegó a una comprobación sorprendente: apenas registrado el sismo, Estados Unidos destinó una ayuda de 379 millones de dólares, pero resultó que de esos 379 millones la mayoría no fue a Haití. La AP comprobó que 33 centavos de cada uno de esos dólares retornaron por razones no precisadas a alguna agencia de Estados Unidos. Quedó probado, además, que otros 42 centavos de cada uno de esos dólares, fueron a dar a las cuentas bancarias de la británica “organización sin fines de lucro” Save the Children.

Un equipo de relatores especiales de la ONU sintetizó todos los robos, estafas y desfalcos en un informe sublevante: por cada U$S 2500 millones de ayuda humanitaria, el 34% fue reembolsado a los propios entes donantes, el 28% se dio a las agencias de la ONU y a las ONG, el 26% fue a las contratistas privadas (entre otras, California Microwave Systems y Blackwater, empresas de Estados Unidos que han hecho fortunas prestando servicios paramilitares en Irak), un 6% se destinó a medicamentos y alimentos, el 5% a sociedades nacionales de la Cruz Roja y un 1% al gobierno de Haití. “Las ONG son una estructura paralela a través de la cual se puede delinquir con total impunidad con el producido del asistencialismo”, concluyó la relatoría de las Naciones Unidas. «


No se salvan ni las más afamadas


ecién en 2018 empezaron a filtrarse detalles del accionar aberrante de las ONG más afamadas del mundo, pero sus propias indagaciones revelan ahora que su quehacer delictivo ha sido una constante. El submundo de las ONG comenzó a visualizarse cuando Oxfam, el gigante fundado en Oxford en 1942, al que el Estado británico financia con 40 millones de dólares al año, admitió cuál fue su verdadero “papel humanitario” en Haití, el país más mísero del Occidente cristiano. Robo de fondos recibidos para asistir a las víctimas de catástrofes, desvío de cuantiosas fortunas a cuentas en paraísos fiscales, abuso sexual, promoción de la prostitución infantil, son algunos de los delitos que hoy azotan a Haití pero que son “normales” en África.

La denuncia del diario inglés The Times, que el 9/2/2018 desnudó toda la podredumbre oculta tras la estructura de Oxfam –hasta su director, Roland van Hauwermeiren, aceptó haber pagado a niñas y adolescentes haitianas para animar sus fiestas, y su cama–, abrió las puertas a un mundo jamás imaginado. Le siguieron la hasta entonces impoluta Cruz Roja, que admitió haber echado a 21 “cooperantes” por haber variados actos de corrupción. Y Médicos sin Fronteras, que despidió a 24 “voluntarios”. Y Save the Children, que se disculpó por el comportamiento de su director, Justin Forsyth, que luego ocupó el mismo cargo en UNICEF. Y Mines Advisory, la ONG a la que, en vida, financiaba Lady Di. Y el Comité Internacional de Rescate, creada en 1933 por el sabio y Premio Nobel Bertrand Russell.