Hay músicos que participan de una escena y otros que atraviesan múltiples espacios y los encienden con la determinación de la corriente eléctrica. El pianista y tecladista argentino radicado en Nueva York Leo Genovese pertenece claramente a la segunda especie: aparece en contextos diversos, deja una marca reconocible y sigue hacia sus próximas aventuras. A los 46 años es una referencia importante en la escena del jazz contemporáneo global. Siempre en movimiento, siempre hacia adelante. Esa naturaleza está muy clara en su extensa obra como líder. Pero también en sus colaboraciones con Wayne Shorter, Esperanza Spalding y Joe Lovano, entre muchos otros; sus grabaciones y giras maratónicas como parte de la banda de rock cósmico The Mars Volta o sus desembarcos en la canción política contemporánea junto a Residente. Sus tareas como docente global también favorecen que Genovese rara vez se queda muchos días en el mismo lugar: ni artístico, ni geográfico. Como si entendiera la música con una lógica nómade, más cercana al movimiento permanente que al hallazgo final.
Esta entrevista con Tiempo se hace por videollamada porque Genovese se encuentra en Holanda. “Vine a dar dos conciertos con dos músicos de acá: Joris Tepe, contrabajista, y Erik Tineke, y un baterista legendario de acá que tiene 78 años”, revela. También lo esperan clínicas y otras actividades relacionadas con la docencia. Pero los fans argentinos tienen una buena noticia. El pianista y tecladista se presentará junto al Trío sin Tiempo para dar dos funciones por noche este viernes y sábadoen Bebop Club. La agrupación que completan Mariano Otero (bajo) y Sergio Verdinelli (batería) editó hasta el momento dos discos: Sin tiempo (2020) y Ritmos de agua (2021), pero están a punto de lanzar el tercero, grabado en Nueva York. A pesar de lo complicado de sus agendas –lo que determinó hasta el nombre de la banda– la agrupación aprovecha al máximo cada encuentro para tocar y girar por diferentes puntos del país.
-Muchos músicos tienen la suerte de hacer giras y viajar. Pero en tu caso es permanente y en múltiples proyectos.
-A mí me hace muy feliz. Es como una forma de estudio permanente. Tiene mucho de lúdico, de cambiar de disfraz, aunque siempre soy yo. Cambiar el chip, conectarme con otras formas de ver la música y ver qué le puedo ofrecer a eso. Irme de gira con The Mars Volta, tocar con Esperanza (Spalding), las cosas que hago como líder o los mil y un otros proyectos en los que me mando: todo me hace bien. Cada estética me pide diferentes lenguajes e ingredientes, y siempre busco estar atento y dar lo mejor. También cambian los roles, lo que te da diferentes perspectivas.
-En el jazz existe una cultura que obliga a construir la capacidad de improvisar y tocar sin ensayos. Pero vos saltás por estilos muy diferentes del jazz, pasás al hard rock progresivo psicodélico con The Mars Volta y hasta a la música urbana contemporánea con Residente. ¿Tenés algún límite?
-Solo me interesa la música real, hecha por gente real. Así disfruto como loco. No me interesa tocar con maniquíes, maquinitas o meterme en el show business. Antes que eso me vuelvo a Venado Tuerto a andar en caballo (risas). Afortunadamente, se me abrieron muchas oportunidades maravillosas y creo que funcionan porque soy un apasionado de escuchar. Escuchar es la que va.

-Hoy las pantallas y los algoritmos nos empujan a la dirección opuesta. ¿Escuchar de verdad es casi la última frontera?
-Totalmente. Nos plantearon el juego de esa manera y acá estamos. Nadie es del todo inmune a las pantallas. Pero para mí escuchar de verdad es esencial en lo que hago. Me refiero a una escucha abierta, receptiva, a procesar todo eso tanto a nivel emocional como intelectual. Y a tratar de dar la mejor devolución y/o aporte. Te diría que en la vida en general, escuchar es más necesario que nunca.
-Esa convicción se percibe viendo como girás todo el tiempo y también en los discos que editás, con formaciones muy diferentes.
-Claro. Creo que la voluntad de escuchar y dialogar musicalmente me fue llevando a eso. Los discos son fotos que van dejando pistas de diferentes procesos. Si no me equivoco, este año sacamos con Mariano (Otero) –New York Sessions Vol.1–, con Sebastián De Urquiza, Vinicius Gónmez y Rudy Royston –Dos orillas–, uno con George Garzone, John Patitucci, Mike Stern y Juan Chiavassa –Fourth Generation–, otro con Horacio Romo, Pablo Agri y Emilia Messiez –Con todo– y con Francesco Marcocci y Aleksandar Petrov –Before You Fly–. Puede que se me escape alguno más. Sepan disculpar (risas).
Genovese, modelo 2026
Pero hay más y se viene muy rápido. El 9 de enero Genovese editará un álbum de piano solo. “Ese fue algo realmente loco. Soy mi propio manager y asistente. Suelo organizarme muy bien, pero ese día me confundí y metí dos fechas en la misma noche y horario, en Brooklyn ¡Y una era para grabar un disco en vivo! Así que pedí que me reajustaran los horarios para poder hacerlos y grabar en el segundo. Fui, toqué en el primero, me subí a la bici, en 25’ minutos hice unas cuantas millas, llegué y grabé”, recuerda.
-¡¿Ni siquiera te tomaste un Uber?!
-No, no. Ni yo sé por qué (risas). En realidad es porque estoy acostumbrado y es el mejor transporte de la ciudad.
-¿Llegaste con aire?
-Sí, sí. Y me fui preparando mentalmente. Digamos que utilicé la respiración de Montiel en el penal de la final de Argentina contra Francia y le di con todo.

-¿Esos sobresaltos marcaron el disco de alguna manera?
-Seguro. Son parte de la performance. Pero no de una forma lineal. No es un disco acelerado, ni sin aire, por tomar las interpretaciones más a mano. Es un registro totalmente improvisado. Una hora de piano solo. Sin ningún plan, ninguna melodía previa, ninguna idea escrita ni preconcebida. Y quedé muy contento de cómo salió. Ahora tengo ganas de escucharlo otra vez. Es un disco bastante calmo, pero con sus niveles de misterio.
-Y ahora se vienen los shows en la Argentina con el Trío sin Tiempo.
-Sí, siempre es una alegría reencontrarnos con los chicos y faltan pocas horas. Grabamos un nuevo disco, en Nueva York y lo vamos a sacar en marzo. Tiene composiciones de los tres. Para mí esas composiciones y cómo las tocamos son un tesoro. Está hecho con mucho cariño. Con mucha atención y amor a cada detalle. Tuvimos mucho flow: todo fluyó tan naturalmente que reconforta. Es una continuidad con lo que grabamos antes, de alguna manera, pero también te lleva a diferentes horizontes. Este disco es una especie de puente. Entre lo que hicimos y lo que haremos más adelante. Porque lo sentimos como un proyecto a muy largo plazo, más allá que tenemos agendas cargadas y vivimos en diferentes lugares. Tiene el espíritu de trío, que carga con un tono más rockero, por así decirlo.
-¿Y tenés algún otro disco por salir?
-Hay otras cosas en el tintero, que se han grabado, sí. Y tengo algunos sonidos en la cabeza que me gustaría grabar antes de morirme.
-Nadie puede garantizar nada, pero por tu edad parece que vas a tener bastante tiempo para hacerlo.
-Sí, sí. Pero hay que meterle. Al menos, yo lo vivo así. Hay una historia muy linda con un instrumento húngaro que se llama tarogato. Es un instrumento muy raro, casi perdido, que suena en algún punto entre un clarinete, un saxo soprano y un oboe. ¿Y por qué casi desapareció? Porque a los músicos que lo tocaban los enterraban con el instrumento. Algo lindo desde lo emocional, pero poco práctico. Llegó un momento en que no había luthiers ni instrumentos y casi se pierde un instrumento y una tradición muy valiosa.
-Es una historia genial. ¿Aparecieron saqueadores de tumbas para rescatarlo?
-Algo así (risas). Pero con esta historia quería ir a que la música se hace o se pierde. Tengo muchas partituras sin grabar. No quiero que queden en la nada ni que me entierren con ellas (más risas). Hay que laburar.«
Trío Sin Tiempo (Genovese-Otero-Verdinelli)

Adelantarán temas de su inminente disco “New York Sessions Vol. 2”. Viernes 26 y sábado 27, a las 20 y 22.30 en Bebop Club, Uriarte 1658 (CABA).
¿The Mars Volta en la Argentina?
The Mars Volta es una de las bandas más radicales y sorprendentes de la escena de rock de las últimas décadas. Nacidos en 2001 de la escisión de At the Drive-In –aunque desde entonces hasta hoy se tomaron varios “descansos”–, Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala construyeron un universo sonoro incomparable en el que conviven el rock progresivo, el punk, el jazz y la música latina entre patrones rítmicos complejos y explosiones emocionales sorprendentes. Discos como De-Loused in the Comatorium (2003) y Frances the Mute (2005) son clásicos absolutos del prog moderno y marcaron una época.
Su noveno y último álbum es Lucro sucio: los ojos del vacío (2025) –el nombre es original en castellano–. El disco sigue empujando los límites de la banda, pero desde una perspectiva más atmosférica y menos explosiva: el registro alterna piezas cortas y etéreas con incursiones en el jazz, la electrónica y texturas menos estridentes. La participación de Leo Genovese en ese contexto resulta refrescante y vital.
–Ojalá podamos llegar con la gira a la Argentina. Me gusta mucho el disco, pero en vivo se transforma: adquiere otra dimensión. Si bien Mars Volta sigue siendo una bomba, estamos en una etapa con menos locura escénica. Ahora hay otro tipo de búsqueda. Y el sonido es muy diferente, hasta hay menos guitarras.
–Debe ser muy contrastante tocar en clubs de jazz y después en estadios y con The Mars Volta.
-Sí, es una electricidad literal y musical diferente. A veces me quedo mirando y digo “wooooohhh!!!”. Pero volvemos a lo de la escucha. Escucho a fondo y trato de ver qué puedo sumarle a todo eso. Mi objetivo es ser como un mozo argentino de la vieja escuela: tomo los pedidos que me dicta la música, no me olvido de nada y vuelvo con todo a punto (risas).
-Hablando de tu faceta como tecladista. Los teclados en un tiempo casi dominaron la fusión o el jazz rock y después casi que quedaron como una mala palabra. Tu lenguaje y sonido es muy diferente al de aquellos años. ¿Cómo lo fuiste construyendo?
-En realidad, mi primer instrumento es el sintetizador. Ahí aprendí y me fui desarrollando. Y después me enamoré del piano, sin soltar nada. Si bien en casa había un piano de mi mamá, yo me tiré de cabeza a los teclados. Sobre todo tocando rock nacional con mis amigos de la infancia.
-Hiciste un recorrido al revés de muchos referentes del jazz.
-Claro. Me metí primero con la Chick Corea Electric Band,
Herbie Hancock’s Head Hunters y George Duke. Y mi maestro de Argentina es el Mono Fontana, que es un capo total. Después me di cuenta que todos esos maestros primero fueron pianistas y ahí me metí a investigar el instrumento con todo. De principio a fin. De Thelonious Monk a Sonny Clark y Bill Evans, yendo todavía más atrás como Scott Joplin, hasta Jelly Roll Morton hasta Fats Waller. Y tipos del presente y futuro como Cecil Taylor y los contemporáneos. Todo lo que encontré, lo escuché y estudié para tratar de entenderlo con la mayor profundidad posible.