Belén Longo se inspira entre dos mundos: la abogacía y la literatura. Su oficina jurídica tiene paredes beige y muebles de madera; en su casa en San Telmo capta el aire para la escritura aun con la gozosa distracción de sus tres perros.

¿Cómo conecta con las palabras? “Trato de estar en lugares con mucho silencio”, dice Longo, a los 45 años: de su vuelo creativo nació su segunda novela, Temporada de pejerreyes, luego de que en 2019 la ganara el Premio Futurock con la primera, la celebrada Donde mueren las mariposas. ¿Qué universo cuenta Temporada de pejerreyes? ¿Cómo se despliega?

El texto -veloz y emotivo en sus 94 páginas- avanza en dos planos con múltiples voces. Primero sigue a Gregorio, un herrero que ama a su viejo auto, el Perla, se desvive por sus hijos y vive un conflicto creciente con unos peones en una obra en construcción. ¿Podrá resolver sus dramas? ¿Cómo crecerá la acción? La segunda trama de Temporada de pejerreyes (Promesa Editorial), y que confluirá sagazmente con la anterior, presenta a Dolores, una joven que -entregada a sus recuerdos- volverá a su casa de infancia en Laferrere tras la muerte de su padre en pandemia.

¿Dolores podrá entenderse con su abuela, que vive al lado? ¿Venderá la casa en la que anidan, en soledad, sus memorias? El Conurbano Bonaerense y la naturaleza tienen sus estratégicos espacios en Temporada de pejerreyes, la novela en la que Longo volcó parte de su propia historia a la par de la inventiva ficcional: se retrotrae a su juventud en la crisis de 2001, refleja el desgarro social actual, del Conurbano a Buenos Aires, y hasta se permite pasajes poéticos de sorprendente intensidad.

Temporada de pejerreyes es una novela “que se conecta con pérdidas y duelos míos. Me permitió sublimar el dolor: pude transformarlo y así surgió esto, que me reconforta”, cuenta Longo en su oficina. Y confiesa que los rasgos autobiográficos no fueron planeados: surgieron en el proceso de escritura.

“Nada de lo que sucede en la novela ocurrió realmente, salvo la muerte de mi padre. Yo sentí que era algo de lo que tenía que hablar. No podía escaparme. Me lo estaba pidiendo mi escritura”. Y piensa, allí, en lo más arduo: “Traté de poner en palabras esa situación que sigue en mí, y con la esperanza de que siempre esté acompañándome”.

Una pausa y Longo acentúa: “Me parece que esos fueron los momentos más dolorosos: los de poner en palabras esa pérdida, porque mi papá era mi mejor amigo. Y lo más placentero de la escritura fue todo el trabajo que hice con el personaje de Gregorio, porque fue de mucha observación y de dialogar bastante con él: tuve que encontrar sus palabras, sus gestos, su todo”. En Temporada de pejerreyes son clave las diversas voces narrativas, sobre todo en el arco narrativo de Dolores, de regreso a Laferrere (de donde es la propia Longo) y a la casa ya deshabitada, sobre la que hay que decidir qué hacer.

¿Cómo logró Belén Longo equilibrar esas voces? “Fue un desafío, pero también hubo una intención de base, que tiene que ver con la horizontalidad de los vínculos. En Temporada de pejerreyes trabajé mucho sobre la idea de que ningún personaje pisara a otro y que la historia se contara como un colectivo: que todos confluyeran hacia un lugar de comunidad. Traté de hallar un territorio común”, dice Longo. Y ve el paralelismo de la casa en construcción en la que abreva Gregorio con la casa en deconstrucción que conmueve a Dolores: “Si bien aparecen en momentos distintos, ambos escenarios se fueron escribiendo y rescribiendo en paralelo”.

Belén Longo: “Esta novela me permitió sublimar el dolor”

Belén Longo

–¿Qué encontraste allí?

–Una vez que vi la idea y la escena de Dolores desarmando una casa traté de explotarla lo más que pude. Porque un poco se trata de eso, ¿no? De arreglar las cosas rotas, ya sea desde la construcción o desde el desarme: desde lo derruido. Pero no todo lo exploré sola. El editor de Promesa Editorial me pidió más intervención de Gregorio para permitir que esas dos construcciones o destrucciones finalmente dieran la idea, o cerraran la lógica, de que finalmente se pueden arreglar las cosas rotas.

–¿Qué te fue pasando a medida que recordabas, con la escritura, la crisis política y social de 2001?

–Yo creo que la novela fue un proceso de sanación de la pérdida. Cuando uno está haciendo el duelo necesariamente vuelve para atrás: hay una necesidad de recordar y siempre te quedás con lo mejor. Si bien hubo mucho de escenario ficcional, hubo momentos en los que me la pasé llorando mientras escribía. Hubo situaciones en las que necesariamente la escritura era pura emoción, y eso sí tenía que ver con el recuerdo de un papá que ya no estaba, y con dejarlo en el mejor lugar.

Yo quería que él estuviera con lo que sí fue y, en la novela, no mostrarlo en forma grandilocuente. Quise ser fiel con la memoria, pero también con la invención.

–¿Cómo aparece la relación de los personajes con la naturaleza a partir de tu propio vínculo con ella?

–Cuando yo salgo de esta cárcel urbana soy mucho más feliz: la naturaleza es muy importante para mi salud. Y en la novela, la abuela de Dolores, que es una figura relevante, también remite a mi abuela, que era la naturaleza. Ella simboliza el aprendizaje con las plantas, con el amor, con el cuidado y hasta con los animales. Y por eso ése es el personaje más ligado a la naturaleza.

–En la novela también hay una mirada clave sobre el Conurbano. ¿Cómo la transformaste mientras la escribías?

–Yo me crié en Laferrere y no tengo una mirada romántica ni tampoco de condena sobre el Conurbano. No creo que sea lo peor ni lo mejor. El Conurbano es una mixtura de personajes que pueden sacar ambas cosas: hay un montón de clases sociales y todo depende del acercamiento o distanciamiento que uno tome con esos sujetos.

Pero hay que volver allí para reconectar. En una misma zona del Conurbano vas a tener una cuadra recontra humilde y al lado, por ahí, una casa de dos pisos. Y tal vez esas personas vivan pegadas a la tele y crean que su vecino es un delincuente, o, al contrario, decidan convivir equilibradamente, sin prejuicios y sin censuras. Todo eso está en el Conurbano.

Y “si vos podés prestar atención, ahí te nutrís de una serie de recursos para ser mucho más tolerante con las diferencias. Más allá de haberme ido de Laferrere en un determinado momento de mi vida, me fui nutriendo de ello para la escritura y tengo una relación de amor-odio muy especial con ese lugar”, siente Longo. Y así como el Conurbano -sin lugares comunes- habla, respira y atraviesa a sus personajes en distintas épocas del país, ¿por qué decidió excluir de Temporada de pejerreyes lo jurídico, su otro elemento cotidiano?

La narradora piensa unos segundos, se acomoda los anteojos de marco verde y confía: “La abogacía ya no es un relato que me interese. No siento que tenga muchas cosas que decir desde el dispositivo judicial. La práctica del Derecho es muy encorsetada: está muy vinculada con relaciones y estructuras súper-jerárquicas, así como con un lenguaje muy especial, que todo el tiempo genera más sesgo, más élite.

Entonces no creo que sean las cosas sobre las que yo tenga ganas de hablar. Además, así como la abogacía es un disfraz que yo me pongo a lo largo del día para funcionar, en mi escritura es un personaje más, y en Temporada de pejerreyes no me interesaba que estuviera.

–¿En qué proyectos nuevos estás trabajando?

–Estoy con dos cosas a la vez. Por un lado, estoy trabajando un cuento negro que me divierte mucho, porque muestra a un personaje muy alejado de mí, como Gregorio: en este caso es una mujer cerca de la jubilación, que vive sola con su madre y con una situación medio oscura. Y a la par estoy trabajando en una novela sobre tres amigas que son muy distintas, y allí hay un interés por plantear la horizontalidad de los vínculos. Es lo que más me está costando. También hay otra novela que está terminada y que está buscando editoriales. En todo esto estoy inmersa ahora.

–Cuando volvés a Temporada de pejerreyes, ¿qué personaje de la novela te logra conmover más?

–Me conmueven mucho los pasajes de Dolores con su abuela, sobre todo cuando están las dos hermanas, y esa abuela, decidiendo el futuro de esa casa. Eso me atraviesa mucho porque es una dinámica muy real y muy cotidiana de muchas casas.

El tener que enfrentar la vejez y que otros decidan por vos, y el tener que enfrentar la muerte de alguien y no saber cómo hacerlo con los recursos que uno tiene cuando es joven. Y la otra parte de la novela que me conmueve es toda esa etapa en donde está todo roto: lo que tiene que ver con el duelo. Encontrar palabras para ello fue muy liberador.