El presidente Javier Milei y sus funcionarios suelen decir que el gobierno del expresidente Carlos Menem es su faro. Le dieron al riojano un lugar especial en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada. La admiración por el menemismo es uno de los pocos anclajes racionales que tiene la gestión de la Libertad Avanza. El menemismo, más allá del tendal que dejó, es algo que por lo menos existió y que en una etapa tuvo un respaldo social muy amplio. En cambio, las teorías económicas que Milei venera y el anarcocapitalismo son fórmulas que no se aplican en ninguna parte del mundo y en las que los argentinos funcionan como ratas de laboratorio.

El presidente Milei y su gabinete creen que hacen menemismo cuando practican un alineamiento lame botas con Estados Unidos. Lo hicieron esta semana. Recibieron a la jefa del Comando Sur, Laura Richardson, como si fuera presidenta de un país y además virrey de la Argentina.

Menemismo trucho, como diría Jorge Asis. ¿Por qué?

La posición internacional de Menem no se basaba en un dogmatismo ideológico ni en la sumisión cultural de creer que los norteamericanos son superiores. Menem fundó su política exterior en una interpretación geopolítica, no en dogmas fundamentalistas. El caudillo riojano asumió su primera presidencia el 8 de julio de 1989, luego de que el presidente Raúl Alfonsín adelantara la entrega del mandato acorralado por la hiperinflación. A los pocos meses, el 9 de noviembre, decenas de miles de alemanes se congregaron frente al Muro de Berlín con martillos, pinzas, destornilladores, sus propias manos, para derribar la pared que había dividido en dos a la capital alemana y que era el símbolo del mundo bipolar que había surgido luego de la Segunda Guerra Mundial. Ese fue el final de la Guerra Fría. El ganador era Estados Unidos, que se volvía una suerte de imperio romano que no tenía contrapeso en el planeta. En ese contexto Menem llegó a la conclusión de que no había otro camino que alinearse del todo con Washington.

Por supuesto que también había temas económicos, como los hay ahora. La enorme deuda externa que había dejado la dictadura genocida empujaba la necesidad de tener buenas relaciones con el FMI y por lo tanto con quien controlaba el organismo, el secretario del Tesoro estadounidense. Hoy el peso de la deuda sobre la espalda del país persiste por obra de Mauricio Macri y de su ministro Economía –el mismo de Milei–, Luis Caputo.

Menem era un pragmático. En esos años Argentina abandonó su histórica posición de abstenerse cuando EE UU impulsaba en la ONU el voto contra Cuba en materia de Derechos Humanos. Argentina se subió al doble discurso gringo y comenzó a condenar a la isla. A pesar de esto, Menem tenía una muy buena relación con Fidel Castro. Ambos habían acordado que Argentina no le reclamaría a Cuba la deuda por los 2400 millones de dólares que le había prestado a la isla el gobierno de Héctor Cámpora. Por eso cuando Fidel hablaba de Menem se acomodaba el habano en un costado de la boca y decía: «Hay un Menem público y otro privado, chico».

Ahora está de moda la ignorancia y la agresión twittera que no estimula el razonamiento sino la violencia, pero la política es eso que hacía Menem, más allá del catastrófico resultado que terminó dejando su modelo económico y de no coincidir con su política exterior.

El alineamiento del gobierno de Milei no parece basarse en una interpretación de la realidad de poder global. Son como un grupo de adolescentes a los que les encanta Miami y que tienen una relación cultural sumisa con una potencia que ya no es el nuevo imperio romano sino que está en retroceso.

No hace falta ser un genio de la política exterior para darse cuenta que el equilibrio de poder en el mundo del 2024 no tiene nada que ver con el de 1989. El ascenso económico de China, segundo socio comercial de la Argentina, el poderío militar de Rusia, aliada de Beijing y el peso de los Brics son sólo algunos elementos que indican que el equilibrio de fuerzas es totalmente distinto. Es un análisis contrafáctico, pero podría apostarse que Menem siendo presidente en este momento no haría lo mismo que en 1989.

Los libertarios creen que son modernos, pero atrasan más de 30 años. Hay una realidad mundial que, como les gusta decir a los seguidores del presidente, no la ven.  «