El poder que gana China de modo imparable está reconfigurando el planeta. Los argentinos vamos a vivir en un mundo diferente. Es tan deplorable proponerse lacayo de China como es negligente ignorarla. Necesitamos mirar a China con los ojos bien abiertos para defender nuestros intereses.

Cuando en el horizonte comenzaron a insinuarse movimientos que acaso señalan direcciones de la pospandemia, el canciller Felipe Solá se reunió con el ministro de Comercio de China, Zhong Shan. Luego, algunas semanas después, los dos países renovaron el swap de monedas (con eliminación del requisito de mantener un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional), el Senado aprobó el convenio para establecer en Argentina un centro cultural chino y el gobierno ratificó el tratado de cooperación satelital y aeroespacial en la estación instalada en Neuquén. Ante esta sucesión de acuerdos, los medios de comunicación opositores, que prevalecen en el sentido común, fustigan sin piedad al gobierno por el acercamiento a China.

La primera reacción, no obstante, fue anterior y tuvo la forma de una expansiva convocatoria contra la iniciativa, reafirmada por Solá y Zhong, de aumentar en nuestro país la capacidad de producción de carne de cerdo con inversión china.

El documento opositor, que rápidamente juntó una cantidad impactante de firmas de ecologistas acompañados por investigadores, artistas, veganos, intelectuales, defensores de los derechos de los animales y organizaciones sociales, tuvo por nombre “No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias”.

Además de estar presente en el título, China es nombrada siete veces en el documento y acusada como origen de la pandemia de COVID19. En el escenario de un embate contra las relaciones con China, es difícil no preguntarse qué habría sucedido si la iniciativa involucrara a otro país donde funcionan granjas industriales de cerdos, como Dinamarca, donde hay más de dos cerdos por habitante. En su columna del programa Siempre es hoy, Rául Dellatorre puntualizó que la alarma contra el proyecto no se habría disparado si no estuviera relacionado con China. En cambio, la periodista Soledad Barruti, aún reconociendo que la demanda china de carne de cerdo se debe a una merma gigantesca de su stock, dijo en Bichos de Campo que “China se saca de encima un problemón, ¿por qué vamos a comprar ese problema?” Considerar que los chinos quieren sacarse de encima un riesgo sanitario antes que asegurarse alimento es, por lo menos, desconocer que entre las muchas acusaciones que pueden hacérsele al Gobierno de China, difícilmente pueda incluirse la de descuidar el bienestar de la gente. Fueron cifras del Banco Mundial las que anunciaron, hace más de cuatro años, que el país había sacado de la pobreza a más de 860 millones de personas.

Construir a China como una amenaza y origen de la pandemia ha bajado desde lo más alto del poder mundial, lo que tuvo su consagración cuando el presidente Donald Trump empezó a hablar del “virus de China”. Su secretario de Estado, Mike Pompeo, venía allanándole el terreno. El diario La Vanguardia recoge estas declaraciones de Pompeo: “China es conocida por su propensión a infectar el mundo y a utilizar los laboratorios sin respetar las normas. No es la primera vez que el mundo es puesto en peligro a causa de un virus procedente de laboratorios chinos”. La declaración no estuvo sustentada en pruebas.

En el otro extremo de la comunicación, vemos en una discusión cualquiera en Facebook el modo en que aquello que se vocifera en Washington se hace sentido común en

Buenos Aires. Registramos que alguien escribe: “Alemania le hizo juicio a China por los daños ocasionados a raíz de la pandemia y nosotros vamos a firmar un contrato con los chinos para que nos traigan toda su maldita basura”. Con una sinceridad que creemos total, agrega: “me tengo que bancar el encierro, el aislamiento, el haber perdido trabajos por una pandemia china”.

Entre Pompeo y el comentario en Facebook están los medios de comunicación. Los más influyentes de Argentina actúan como amplificadores entusiastas, mientras los periodistas e intelectuales argentinos más lúcidos condenan a China igual que a Estados Unidos por imperialista. Sin embargo, las pruebas del imperialismo norteamericano sobran, mientras en el caso de China, fuera de las campañas de Pompeo, no son firmes. El excanciller y actual senador Jorge Taiana ha explicado que la política exterior de China ha respetado los “cinco principios de coexistencia pacífica”: respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial, no agresión, no intervención en los asuntos internos, igualdad y beneficio recíproco y coexistencia pacífica. En los últimos 40 años China ha penetrado en todas partes, pero lo ha hecho sin voltear gobiernos de otros países, ni poner presidentes títeres, sin invadir militarmente ni instalar bases militares en todo el mundo, sin imponer sus valores a la fuerza a otros pueblos y sin iniciar guerras.

En el rechazo a China pueden gravitar una oposición al gobierno peronista que entre 2004 y 2015 trabajó por construir la relación bilateral, una vocación o interés en alinearse con los Estados Unidos y por pertenecer al Primer Mundo, o todo lo anterior.

Pareciera haber cierta fragilidad en el conocimiento y el análisis de China por parte de nuestros periodistas e intelectuales. Es obvio que la dimensión descomunal que gana China día a día alerta contra su poder, pero esa alerta no estaría motivando un intento serio por comprender qué clase de imperio sería China y qué implicaría eso para Argentina.

Una muestra de la escasez de entendimiento que tenemos sobre el tema la ofrece, por contraste, un trabajo de la filósofa Cristina Reigadas, del Instituto Gino Germani de la UBA, en el que examina cómo China está configurándose para asumir su protagonismo en el futuro. Para ello, profundiza en los alcances de la Iniciativa de la Franja y la Ruta —BRI, Belt and Road Iniciative—, pero también en el concepto de Tianxia, la proyección del Sueño Chino como sueño para el Mundo y la llamada “diplomacia de la gente”.

Entregarse al placer de aborrecer a los chinos no pareciera ser la actitud más inteligente, si se tiene responsabilidad política, social o intelectual, tomando en cuenta el lugar que va ganando China en el mundo, y que Argentina podría salir beneficiada o perjudicada en ese escenario.