Fue la expresión de una belleza y una masculinidad sensible y sentimental completamente inéditas y excepcionales para el cine argentino. Hoy la llamaríamos nueva masculinidad. Participó en pocas películas, pero frecuentemente eran prestigiosas o históricas. Nacido y formado en Francia, Pablo Moret viajó muy joven a Buenos Aires, donde fue descubierto por Salvador Salías y apareció como extra en una escena de baile junto a Laura Hidalgo en María Magdalena (1954), del director Carlos Hugo Christensen.
Su ángel no pasó desapercibido para las cámaras y pronto se convirtió en el actor fetiche de Fernando Ayala en obras como Los tallos amargos (1956) y El jefe (1958). En la primera, una genialidad del suspenso psicológico, era un galán atípico, inocente y romántico que acompañaba a la hija del asesino interpretado por Gilda Lousek. La pareja tenía una hermosura tan hegemónica que resultaba casi dolorosa a la vista. Sin embargo, como ocurrió a lo largo de su carrera, lejos de la rudeza, agresividad y virilidad machista típicas del cine clásico, el estilo refinado, culto y cuidado de Moret provocaba más ternura que sensualidad.

En El jefe, paradigma fílmico del antiperonismo más gorila, interpretaba a un estudiante que abandonaba la banda mafiosa liderada por Alberto de Mendoza (una semblanza apenas disimulada de un Perón devenido delincuente, estafador y asesino). En una imagen destinada a volverse icónica, los muchachos de la banda lo atacaban en su estudio, lo desnudaban de la cintura para arriba y lo feminizaban dibujándole pechos de mujer sobre sus pectorales. La escena remitía simbólicamente a un momento fundacional de la literatura argentina: el cuento El matadero de Esteban Echeverría, en el que el joven y apuesto unitario intentaba ser violado por los carniceros federales.
Más tarde, nada menos que José Martínez Suárez lo convirtió en uno de los protagonistas juveniles (junto a Leonardo Favio y Luis Medina Castro) de la paradigmática Dar la cara (1962), verdadera radiografía de la sociedad argentina de la época y que anticipa la disconformidad, los conflictos, la rebeldía y la explosión sexual de la juventud en los revolucionarios años sesenta. Como curiosidad, en la película aparece una bebé llamada Mafalda, que motivó a Quino a dar ese nombre al personaje más popular de su historieta.

Moret e Isabel Sarli
No fue la única vez que Moret participó en la creación de hechos culturales locales. Ya en 1960, fue uno de los varones que acosaba —con su particular dulzura— a Isabel Sarli en Y el demonio creó a los hombres. La película pasaría a la historia porque allí el personaje de La Coca dice: “¿Qué quiere usted de mí?”.
Un año después fue uno de los estudiantes de Quinto año nacional (Blasco, 1961) y estuvo a punto de ser el primer personaje gay de la cinematografía argentina. Sin embargo, a último momento, la sensibilidad, el amaneramiento y el desapego a las mujeres de su personaje se explican porque el muchacho quería ser cura.

En los años siguientes, Moret fue uno de los actores más solicitados dentro de un género hoy olvidado que fue su momento de esplendor: el de las fotonovelas. Luego la televisión reclamó su rostro angelical para novelas, entre las que destacó Entre el amor y el poder (1985). Desde hacía tiempo alejado de la actuación, Moret residía en el sur de Chile.
Aquel que supo brillar de la mano de los mejores directores de su tiempo y junto a actrices de la talla de Graciela Borges, María Aurelia Bisutti y Elsa Daniel eligió el anonimato. Quizás, como Greta Garbo, decidió que perdurara la imagen de sus años de plenitud. Parafraseando a Shakespeare, hoy que se ha ido, se puede decir lo que el vate inglés hace decir a Venus tras la muerte de Adonis: “Con él ha muerto la belleza y, muerta la belleza, solo queda el negro caos”.

Pablo Moret (2 de junio de 1937- 28 de diciembre de 2025).