Sucedió hace apenas un poco más de una semana en la que nos pasaron cosas preciosas, a partir de ganar los Premios Gardel. Y digo nos, con emoción y gratitud para quienes me representaron en la entrega y me hicieron estar allí prácticamente. Porque yo a esas alturas ya estaba en España, travesuras de la agenda impensada.

Discretamente, yo tenía guardado un texto para decir en directo, que tuve que enviar a nuestra todo terreno, Andrea, para que en caso de ganar lo llevara impreso y que se lo ceda a mi madre. El plan era que, si ocurría la premiación, subieran en mi nombre ellas junto a los muchachos del trío que concibieron el trabajo. Pero todo se desmadró (justamente dicho) y mi vieja no podía más que emitir su orgullosa emoción al subir al escenario, todo en tono encantador de sainete criollo. Por lo tanto Andrea se hizo cargo y leyó con dignidad.

Comparto un fragmento:

«…Ya en lo personal; a la memoria de mi viejo Pichino, ése que en mi segundo hogar me soñó como Angelito, por hacer posible que el tango no me esperara, sino que creciera y viajara conmigo desde pibe. Y justamente es en ese tema «Al olor del hogar» que resumo mi vida, ese olor que es posible por mi vieja Amanda querida, quien me cantó «Duerme negrito» y que cada miércoles se la banca en el Congreso, bastón patotero y todo contra esta gente insensible sin tango ni murga, que no conoce qué es ese olor porque no cocinaron jamás, ¿saben? Ellos tienen siempre quienes le cocinan trabajando en negro toda la vida, tan parecidas a mi vieja o mi abuela y que hoy desprecian y reprimen. Por eso este premio es para ese pueblo que mi vieja representa como el tango mismo. Y para mi luz en el mundo: Vera…»

Y ahora, estoy bajando de a poco del vuelo emocional y profesional que provocó ganar un premio como el Gardel. Mentiría si dijera que los premios no me interesan o cosas afines. Perdón si les decepciono. Es cierto, eso sí, que no trabajo ni me inspiro para encuadrar en esos términos. Nunca lo hice. Me siento muy premiado cuando la gente agota entradas en una sala, o cuando alguien me comenta algo cotidiano y familiar que surgió a raíz de un tema mío. También cuando tanta gente joven y talentosa viene aportando sus tremendas dotes para una grabación mía en esta serie de Pratanguero, que, por cierto, en estos días justamente apareció el cuarto y final ya en formato LP.

Me sentí premiado cuando un tipo en París después de un concierto, me esperó a la salida para que le firme un CD y, al pagarlo, en lugar de dejar 15 dejó 50 euros. «Pour l’artiste», le escuché decir.

Premio es cuando gente que sólo me conocía por lo que canté, me abre las puertas de casa. O a que mi hija después de un show en donde no me llevé más de 50 euros en Barcelona, al otro día alguien con alta generosidad y cariño le obsequie unas zapatillas de 600, y que me escriba en un chat para convencerme y dejar tranquilo de que no era verso y antes de ir a la tienda catalana:

–Como dice tu tema «Camino y huella», para que Vera haga camino dejando huellas con ellas…

Y sí… Como ver a mi vieja bailar murga al lado de una murguerita de diez años en mis conciertos porteños…

Esos son mis premios. Los que ya tenía incluso sin estatuilla.

Sin embargo este premio lo disfruto conmovido a la par de quienes me lo cuentan en diversos modos y que a este Gardel lo valoran y consideran justo.

También por lo que representa ante el mundo y por quienes trabajaron tanto como Manu Sacco, por ejemplo, guitarrista y coordinador de todo lo que acontece en un estudio y que trabaja tanto antes de registrar la obra.

Ahora ya estoy planeando lentamente, bajando y tomando conciencia. Seguro el ruido se irá atenuando como una sonrisa lejana de Carlitos, como en una niebla de Riachuelo haciendo esquina aquí cerquita con el río Ebro bajo el manto del cierzo que limpia todo en el aire a su paso.

Un día entrevistaron a Leonardo Favio, uno de mis próceres indudables y queridos. El tema de la nota era la candidatura a los Oscar y  todo lo que generó su Gatica (renuncia aparte). Él ícono patriota, le dijo muy sabiamente al periodista que mire ese teléfono fijo que no paraba de sonar… Pero que estaba convencido que en unos pocos días todo volvería a la normalidad. Y que miraría de vez en cuando al aparato, por costumbre… Aunque ya no sonaría insistentemente. Y le argumentó al cronista, entonces, que él ya estaba preparado para ese vacío. Porque como decía el General: «Esta la conozco de verde».

Y ya sabemos en estos tiempos de copos de nieve y cascarudos renovados, cómo es eso de que «lo viejo funciona».

Por eso, que nada ni nadie me distraiga, ni mensajes o menciones, que ya estamos con el nuevo Pratanguero. O incluso craneando otros discos, honrando lo ganado y pudiendo exclamar victorioso, con corazón y sin bronce: ¡Nadie se canta solo!

¡Besos de esquina y abrazos de cancha!

El autor fue ganador en los Premios Gardel por mejor álbum de tango 2025 y es habitual columnista de Tiempo.