El desarrollo del deporte en nuestro país depende de muchos factores que generalmente no se aprecian entre las urgencias informativas del día a día. La falta de un presupuesto suficiente, la conducción ausente, las fallas estructurales, la impericia y hasta lo doloso no sobresalen en el juicio cotidiano ante los medios y el gran público sino cada cuatro años en los Juegos Olímpicos.
Aún así, muchas veces grandes e inesperadas actuaciones otorgan una medalla que no estaba en los planes de nadie y que sirven para cubrir momentáneamente todo lo que falta y falla. Es difícil evaluar los daños que hoy se pueden estar produciendo porque Argentina carece de estadísticas confiables en ese rubro.
Igualmente podemos decir que el actual proyecto deportivo probablemente es apenas un calendario que tiene marcado con resaltador «Los Ángeles 14 al 30 de julio de 2028» pero que no ha esbozado plan alguno al respecto. No parece haber idea. Ni preparativo ni discusión de cómo llegar en la mejor condición posible en las distintas disciplinas.
La mayoría de los deportes, ya sea por falta de criterio, por costumbre o por temor a represalias, no quieren incomodar a la Secretaría de Deportes con planteos y divergencias, ya sean económicas o de preparación, para un evento que ocurrirá recién dentro de algo más de 2 años, un tiempo que en política es un siglo pero que en deportes trascurre en un instante. Planteos que por otra parte no podrían ser ni evaluados ni respondidos por los organismos oficiales, quienes no poseen areas técnicas de alto vuelo, situación que ha pasado con frecuencia en la historia y en los últimos años en particular.
El Comité Olímpico Argentino y el ENARD tampoco parecen aportar más que en aspectos formales y administrativos, y lo mismo pasa con las federaciones deportivas y hasta con los atletas y técnicos, incluso por quienes no parecen haber sido cooptados. Poquísimas voces se han escuchado, lo cual significa o que están conformes o que tienen una altísima prudencia para no perder lo muy escaso que se reparte.
Por supuesto que esa actitud de tranquilidad casi bovina es temeraria por lo que está en juego para las generaciones deportivas futuras. Construir es un trabajo de años hecho por la mejor gente pero destruir, en cambio, es tarea de poco tiempo para cualquier incompetente. El deporte social es el que menos se ve y el que casi no tiene voz pero será seguramente el que más sufrirá la debacle presupuestaria.
Los pibes y pibas que practican o juegan a algo en sus provincias, en clubes que hoy se ofrecen indiscriminadamente a la privatización y con competencias interprovinciales y nacionales en retirada, no hacen solamente prever la ausencia de medallas olímpicas o mundiales -que, como dije, pueden igual brotar de talentos solitarios- sino que nos pueden instalar en la triste probabilidad de una futura sociedad en donde el simple derecho a practicar deporte sea un lujo que millones de chicos ya no se puedan permitir.
(*) Ex Director Nacional de Deportes