Hasta el 5 de noviembre Joe Biden y Donald Trump no se verán las caras en una contienda electoral. Imaginariamente, competirán pasado mañana, el supermartes, en la primera gran  escala de un camino que tendrá su estación culminante en julio, cuando los partidos Demócrata y Republicano digan, en sus convenciones, con banderitas  globos y más globos de colores, que ambos sujetos serán sus candidatos presidenciales. Uno, entre ambos, será el presidente de la potencia mayor. Lo que elegirán esta semana, como ya lo hicieron en el arranque de Iowa y en otros cinco estados, es a los delegados que, siempre con la presencia lejana del electorado real, le confieren una pátina democrática al sistema electoral del país autoproclamado como faro mundial de la libertad.

En lo que en esta semana competirán las dos vacas sagradas del inamovible bipartidismo norteamericano, nada tienen que ver los enunciados ideológicos. Tampoco el papel de cada postulante ante temas realmente cruciales, como la esclavitud y las guerras. Así ha sido desde siempre y no les ha ido mal. Llevan 248 años de independencia, cuatro presidentes asesinados y un intento de golpe de Estado para llegar a los tropezones a esta elección en la que compiten dos ancianos con la salud mental aparentemente disminuida. Que se sepa, ni Biden ni Trump proponen algo. Por lo que se sabe, la única diferencia entre demócratas y republicanos tiene que ver con la discriminación y con la creciente ola migratoria que llega desde el sur americano, producto de las políticas de expoliación a las que EE UU ha sometido históricamente a sus países de origen.

El martes, 15 estados, entre ellos Texas, elegirán a los delegados –los votantes calificados– que en las convenciones formalizarán a sus candidatos. No habrá grandes novedades, salvo si Biden renuncia a sus ambiciones reeleccionistas o su estado de salud se complica. Así, ante la pérdida de importancia de este Supermartes, toda la atracción seguirá monopolizada por la disputa que protagonizan el gobierno central y el gobierno texano de Greg Abott, uno de los mejores fascistas dentro de un partido y una sociedad plagados de exponentes de la ultraderecha. La crisis se expresa en la creciente represión de los migrantes en la frontera de 1997 kilómetros con México, donde Abott los espera con barreras de alambres de púas, deportaciones exprés y hasta amenazadores tanques que interrumpen el cruce por el río Bravo (ver página 22). 

El desinterés electoral ambientó una escalada del conflicto, y lo que en años pasados era celebrado con bombos y platillos democráticamente coloridos, quedó centrado ahora en Texas y en la salud de Biden. Las bravuconadas de Abott desataron una sucesión de apoyos belicosos –envío de tropas incluido– que suman a nueve gobernadores demócratas, y hasta una campaña en favor del llamado a una consulta para decidir la secesión texana. “Vamos por el TEXIT”, proclaman. En este marco no sorprendió que se exacerbaran los fanatismos y apareciera un “Ejército de dios” que, desde todo el gran país,  envía sus militantes a “luchar” contra los migrantes. Con el lema “Recuperemos nuestra frontera” y una convocatoria a unirse a “la pelea de dios”, el “God’s Army” adhiere al slogan acuñado por Trump para denunciar que “los migrantes envenenan nuestra sangre”.

Con el telón de fondo de nuevas encuestas que dicen que el 59% de los norteamericanos cree que la salud mental de Biden está en franca caída, el presidente igual insiste en sus afanes reeleccionistas. Y eso que el 47% del electorado demócrata respondió a una encuesta de Rasmussen Reports pidiendo que desista de sus intenciones, y una fiscalía especial señaló a Biden como “un anciano bienintencionado pero con muy mala memoria”. Nada más lapidario. A ello, la Casa Blanca le respondió con un informe del médico presidencial, que asegura que “a sus 81 años (Biden) se encuentra bien y en condiciones plenas para desempeñar el cargo”. El parte sanitario “se formula tras consultas con especialistas en optometría; ortopedia de pie, tobillo y columna; fisioterapia, neurología, medicina del sueño, cardiología, radiología, dermatología y odontología”.  Eso sí, “usa todas las noches una máquina para tratar la apnea del sueño”.