Me llamo José Ferrero, tengo 55 años y soy puto. Pensé que eso ya no le interesaba a nadie. Parece que sí.

Los dichos del Sr. Nicolás Márquez en el programa que escucho desde hace 9 años ¿Y ahora quién podrá ayudarnos? me hicieron mal. Luego del piripipí de Ernesto me puse a llorar. Mucho, casi con asfixia. No la pude terminar.

Ese día no pensé en otra cosa. La violencia fue explícita, berreta, mal intencionada, no era la primera vez que la escuchaba. Entonces ¿Por qué dolió? Tal vez porque no lo esperaba en ese lugar. O lo que es peor, porque estaba desprevenido.

El Sr. Márquez nos patologizó, nos diagnosticó, e intentó menospreciarnos asegurando que nuestro índice de suicidio es 14% más alto que el resto de la población y otras barbaridades más.

Es interesante ver que toma a una tragedia social multicausal como lo es el suicidio como la consecuencia de pertenecer a una minoría sin pensar que tal vez, esos dichos, formaron y forman parte de uno de los motivos de tomar tan tremenda decisión.

Ese tipo de comentarios hicieron que yo creciera rodeado de pánico cuando debía jugar. Que un chico de pueblo viviera atento a que no se escapara un gesto o un comentario que delatara al maricón.

¿Se puso a imaginar lo que pudo haber sentido un preadolescente o adolescente ante sus «diagnósticos»? ¿No se le cruzó por la cabeza que el maltrato y la violencia tienen consecuencias? ¿Que son un sentimiento residual?

Cuando mis amigos jugaban a la pelota, yo me tenía que obligar. Encima era malo y había que esquivar los comentarios. Cuando mis amigos se interesaban por chicas, yo tenía que mentir. Nosotres (la“e”es a propósito) en lugar de jugar teníamos que actuar a ser “normales”. Y no un ratito, todo el día, todo el año. Todos los años.

Cuando un niño LGBTTTIQ+ llegaba (o llega) a su casa triste no podía recurrir a los brazos de mamá o papá para contarles lo que le estaba pasando.

Debo haber tenido 5 o 6 años, no me acuerdo la edad con exactitud, pero sí que mi madre me encontró acurrucado en el fondo del lavadero llorando sin parar. Me abrazó y me preguntó con mucho amor “Hijo, por Dios ¿qué te pasa?”. No pude hablar. No le conté que una de sus amigas, que miraba una revista del carnaval de Río comentó sobre unas chicas trans:“preferiría tener una hija reputa, arrastrada, antes que un hijo maricón”. Ese hijo maricón, que no era suyo, jugaba debajo de la mesa. Ese chico se asustó tanto que se fue a esconder para poder llorar. Encima lo encontraron y tuvo que volver a actuar.

Años después, en mi adolescencia, mi padre me suplicó que le contara el motivo de mi tristeza. Estaba parado en el baño, habíamos discutido por algo y como nunca, no habíamos hablado por dos o tres días. Él se me acercó y me dijo que no podía vivir así.“¿Hijo, qué te pasa? Contame, soy papá. Nada puede ser tan grave”, y me preguntó si había dejado embarazada a una chica. Tampoco pude hablar.  

Marcha del Orgullo Origen
Marcha del Orgullo, Argentina.
Foto: Diego Diaz

En busca del origen de la tristeza

Los comentarios de Márquez me lastimaron tanto que me hicieron rebobinar el origen de una tristeza que creía superada. La mía y la de tantos como yo.

Recordé lo que el protagonista de la película Todos somos extraños le dice a su madre:“tenemos más derechos, pero a veces parecen tan frágiles”…

Esa fragilidad fue la que me lastimó. El miedo a que personas como él ingresen al Congreso Nacional e intenten sacarnos derechos me asustó. ¿Sino para qué lo dice? ¿Qué es lo que les preocupa tanto? ¿Lo que hacemos en la cama? Se llama intimidad, Sr. Márquez, eso no es lo que le debe molestar. De hacerlo, sería muy raro.  

¿Lo que hacemos en la calle? ¿Le molesta que dos personas vayan de la mano? Porque esa imagen debería retenerla 10 segundos y ya. ¿Por qué no la suelta? Piense en otra cosa, algo que le dé felicidad.

¿Sabe cómo se vive hoy en algunos hogares del mundo? Le informo. Hoy, el hijo de 15 años de una amiga les cuenta a sus padres que está enamorado de un compañero de curso y ahora ven juntos películas en el sillón del living. Hoy, muchas amigas de mi sobrina se autoperciben bisexuales. Hoy, hay parejas del mismo sexo y triejas del sexo que quieran tienen hijos.  El mundo cambió, señor Márquez.

Hoy nos casamos, si se nos da la gana, con o sin su permiso. Hoy, adoptamos y hacemos felices a miles de niños y niñas. Sanamos, construimos, pintamos, cantamos, labramos la tierra, arreglamos autos, jugamos al fútbol y muchas cosas más.

Marcha del Orgullo, Argentina.
Foto: Diego Diaz

Parece que, finalmente, existimos para la sociedad.

¿Y sabe por qué? Porque peleamos por nuestra libertad. La palabra libertad nos pertenece desde mucho antes de que usted naciera. Nosotres somos libres de verdad.

La libertad sexual que gozan hoy las juventudes la empujamos nosotros. Nosotros fuimos los primeros coquetos, los primeros promiscuos, los primeros en meternos en el culo el deber ser social, religioso y cultural. Somos libres sin su permiso. Libres de ser y amar. Porque a la larga, es en esa palabrita donde se resume toda la cuestión: el amor.

Nadie se identifica por una relación sexual. Sí, por el sentimiento. Yo no soy puto porque tengo relaciones con hombres o con mujeres. Soy puto porque puedo amar a un ser humano que alguien, en alguna enciclopedia, dijo que tenía la misma genitalidad que yo. Escribirlo parece una pavada.

Nos hicieron creer que fuimos vergüenza, tristeza y sumisión. Y tal vez, algunos nos lo creímos. Pero eso cambió. Acá y en Japón, cambió. Le guste a Nicolás o no. Cambió.

Las ideas del Sr. Márquez hoy pertenecen a una minoría que cada vez se reduce más. Sino que vaya a ver la cantidad de “heterosexuales” que van a las marchas del orgullo LGBTTTIQ+ con sus amigues y familiares a celebrar. Cada vez somos más. Somos muchos más los que elegimos el respeto, el buen trato y el amor como forma de vincularnos y avanzar.

Personas “comunes”, que nunca pensaron estos temas, se asustan e incomodan ante semejante maldad. Porque, ¿dónde se va a detener el pensamiento del Sr. Márquez? ¿En la talla? ¿El color? ¿La etnia? ¿las creencias religiosas? Y lo que es peor ¿Quién pone los límites de esa libertad?

¿En serio hay que volver a hablar de esto? Bueno, hablemos. Luego del dolor que produjo sus “afirmaciones” transité la bronca porque el que lo dijo es el biógrafo del presidente de la Nación. Sino sería un trasnochado más de una minoría en extinción. Le repito, entérese, el que pertenece a una minoría es usted, no nosotres. Igual no se preocupe, no le vamos a sacar derechos.

Pero no vamos a permitir que nos humille y lo vamos a evitar desde muchos lados, como siempre lo supimos hacer. En charlas con amigos, con gestos artísticos, risas, performances, escritos, obras de teatros, libros, gritos, colores, juegos y felicidad.

Ojalá que su violencia quede opacada por la alegría de vivir siendo quienes somos. Organicemos una orgía de felicidad para que entiendan que no vamos a retroceder ni un centímetro, solo vamos a avanzar. No nos quedemos callados, que sus voces no sean las únicas en opinar.  

Así que para opacar los dichos del Sr. Márquez hacé lo que se te dé la gana. Cogé más, reí más, besá más, sé más vos y mejor en lo que sea, con quien sea, como se te ocurra. Imaginación nos sobra.

Yo nunca había publicado nada personal.

Empecé acá.

Gracias Nicolás.