Durante todo un año en que Pablo Ramos residió en Berlín, donde había llegado con una beca de artista, y Gabo Ferro permaneció en Argentina, juntos y, a la vez, separados, gestaron a través de e-mails y cartas el disco El hambre y las ganas de comer. Ramos escribió las letras y Ferro se ocupó de la música.
Cuatro años después de la muerte de Gabo, Ramos escribe El hambre y el Arcángel, un libro entrañable con el formato de una larga carta a su amigo ausente en el que cuenta esta experiencia creativa particular.
Ramos tiene la teoría de que la muerte no existe. Y es probable que tenga razón. De hecho, le escribe a su amigo ausente del mismo modo que lo hizo desde Berlín y como si aún hubiera un futuro común para compartir largas mateadas, hablar de música y de literatura y crear juntos nuevas canciones.
Pablo Ramos
–¿Cómo fue que decidiste escribir un libro sobre cómo surgió El hambre y las ganas de comer?
–Comencé escribiéndole una carta a Gabo y de pronto me di cuenta de que llevaba escritas unas 40 páginas. Yo tengo un grupo de lectores de confianza. Entre ellos está Julieta Obedman, alguien muy importante para mí y que conoce mi literatura mejor que yo. Ella me indica siempre “cuidado con esto, cuidado con esto otro, fijate por dónde caminás”.
De la carta me dijo que era algo, que lo siguiera a ver dónde llegaba. Hago lo que dice y armo algo con las cartas que yo le había mandado por correo a Gabo, pero lo que armo no tenía estructura y entonces me acuerdo de los mails sobre las canciones que nos mandábamos cuando yo estaba en Berlín con una beca. Entonces, voy a una vieja cuenta de Yahoo sin saber siquiera si funcionaría la clave. Pero logré recuperar todo, inclusive los mails que me mandaba con las grabaciones originales de cómo iban quedando las canciones. Tengo ganas de hablarle a Silvio, su viudo, para ver si puedo subirlo a la web para que todo el mundo pueda verlo gratis.
–¿Y qué pasa cuando encontrás esos mails?
–Encuentro una estructura que es la estructura cronológica de los propios mails. Mis libros son siempre muy estructurados. Siempre pongo un microcontexto bien sólido para que el personaje se delire en esa estructura y el lector sepa lo que está leyendo. En eso soy muy claro. Luego de incluir los mails y lograr la estructura, se me planteó otro dilema, que es el dilema moral. Entonces hablo con Silvio.
Yo sabía que mi intención era pura, pero se me planteaba la duda de publicar los mails que me había mandado Gabo. Me preguntaba cómo sería tomado, si alguien podía llegar a pensar que me estaba aprovechando. Silvio me dijo “lo que Gabo te dijo a vos es tuyo y muestra el lado cotidiano de Gabo”. Incluir los mails también me permitió mostrar que la construcción de una letra es un trabajo literario que tiene corrección y ajuste, sobre todo, por la forma en que él me pidió que lo hiciéramos, que es a la antigua.
–¿Cómo es “a la antigua”?
–Él me mandaba la melodía, yo anotaba las sílabas en un cuaderno. Por supuesto que tenía que escribir pensando que iba a ser la letra de una canción, no un poema en que tengo la libertad de hacer lo que quiera. Fijate que en las letras de El hambre y las ganas de comer las rimas son muy cuidadas, no son vulgares. Hubo una época en que yo andaba muy mal con el alcohol.
Para que te hagas una idea de cómo era él te cuento algo. Una vez había un concierto del que yo iba a participar con Gabo en el Konex. Habíamos ensayado mucho y yo no fui, me quedé colgado. Al día siguiente recibo un mail de él que dice: “Se te quiere siempre, Ramos. Fuerza”. Ese era Gabo. En algunos mails habla de “soltar”, de soltar el veneno . Era tan cuidadoso que ni siquiera usaba las palabras droga o alcohol. Decía las cosas de otra manera. Yo volví a tocar y a cantar gracias a él.
–Eso lo decís en el libro.
–A todos les digo lo que le debo. La motivación del libro es un final de duelo, un agradecimiento y, a su vez, un pedido de perdón profundo, una confesión frente al lector, frente a mí mismo, frente a su memoria. Frente a su memoria y su alma. Yo soy muy católico, muy devoto de la Virgen. Él me bancaba todo eso. Como Miguel de Unamuno, estoy convencido de que Dios existe, nosotros somos los que no existimos. También creo, como él, que se puede tener mucho talento pero ser un imbécil moral. Mis libros pueden estar bien o mal, pueden gustar o no.
¿Qué es lo moral? Que el personaje se enfrenta siempre a un dilema moral, se enfrenta a lo que puede, quiere y debe hacer, que es mi vida. Por eso tardé tanto en publicar este libro. Ahora estoy viviendo todo lo que está viniendo de él. Luciana Jury, por ejemplo, me mandó un mensaje hermoso. En el cuadernillo del disco decía “Continuará” porque era una historieta en la que aparecíamos vestidos de superhéroes. Y este libro es la continuación de El hambre y las ganas de comer.
Gabo siempre decía que yo era el hambre porque sabía cómo había sido mi infancia. Mi mamá inventó el método del mate cocido en plato para que pareciera que cenábamos. Pero tuve una gran infancia. A los 12 años, bobinaba motores de barco en el Dock Sud.
Pero cuando volvía de hacer ese trabajo de hombre, al taparme en la cama, mi mamá me leía un cuento que sacaba de una biblioteca que había fundado mi abuelo, que fue uno de los fundadores de la primera biblioteca anarquista de Avellaneda. Se llamaba Veladas de estudio después del trabajo. Mirá qué lindo. Todavía está esa biblioteca.
–En el libro contás cómo lo conociste a Gabo: a través del librero Matías Maggio. Él los conectó porque creía que tenían mucho en común. Fue un visionario. Antes de El hambre y las ganas de comer yo no veía ninguna conexión entre los dos.
–Ni yo la veía. Cuando escuché «Sobre madera rosa» en que menciona un mandala y una serie de cosas, me sonó algo muy gay. En mi departamento, tenía un quilombo y una foto de Evita. Pensé “este tipo no tiene nada que ver conmigo”. Pero cuando termina la canción, me largo a llorar.
–¿Qué te produjo?
–¿Conocés la leyenda oriental de la yegua blanca? Un emperador le pide a quien sabe más de caballos la mejor yegua blanca de China. Como se la pide el emperador, el tipo entra en paranoia. Busca y no encuentra nada. Entonces, va a buscar a su maestro, al que le enseñó todo sobre caballos y le delega el pedido. A los dos meses lo llama el emperador enfurecido. Le dice «mirá lo que trajo tu maestro». Van al corral y en vez de una yegua blanca, hay un tremendo potro color azabache. Y entonces el discípulo dice «¿tan lejos llegó mi maestro?”
Creo que Matías vio eso, lo que había adentro. Mi personaje, Gabriel, es un machirulo, muy ácido, muy masculino y extremo. Pero también escribí «En cinco minutos levántate María»y en primera persona. Hay quien me dijo que no podía creer que eso lo hubiera escrito un hombre. Recuerdo que en esa época me pintaba las uñas y me compraba flores.
Escribo como no soy, encarno personajes que intuyo que necesito y escribo en trance. Luego leo y trato de encontrarme en lo que escribo. No reflexiono de la misma manera cuando escribo que cuando hablo. Cuando hablo creo que doy una versión muy inferior de mí, trato de salir del paso, dudo de lo que pienso. En el taller que doy cada cual se tiene que bancar las críticas que le hagan, irse a la casa y traer al encuentro siguiente algo mejor.
Jorgito Dorio me decía déjate de joder, Ramos, Dios no existe. Pero Roquentin, el personaje de La náusea, tampoco. Esteban Espósito, de El que tiene sed, tampoco. ¿Qué es lo que existe o lo que no existe? Para mí ese es un campo insustancial. Algo que no está, está cuando yo decido que esté. Cuando le rezo a la Virgen le rezo a la energía femenina del Universo que me resulta más fácil verla en una mujer. Me gusta que Dios sea antropomorfo. ¿Es un estoico tardío? Sí, todo lo que vos quieras, pero para mí es Dios. Yo hice un año de El que tiene sed , pero después me fui.
–¿Por qué?
–Porque me gustaban mucho las chicas (risas).
–¿Cómo era tu relación con Gabo fuera del disco que hicieron juntos?
–Yo soy de encerrarme en mi casa, sobre todo, en la época de las adicciones, así que nos juntábamos dos tres veces al año a tomar mate. Además, iba a sus conciertos y siempre me hacía subir al escenario. Me dejaba solo allí para que tocara algo, otras veces me hacía leer un cuento. Su público se hizo también público mío.
Tanto en Gabo como en mí, música y escritura lo eran todo, no había relación “por fuera”. Siempre nos decíamos «escuchaste esto o ¿te gusta esto?» y nos mostrábamos algo de lo que estábamos haciendo. La muerte es cruel porque te quita lo que tenés con una persona pero, sobre todo, te quita lo que ibas a tener con esa persona y creo que nosotros íbamos a tener mucho.
Estábamos planeando otro disco, él con la guitarra y yo, con la pluma. Lo que no te puede quitar la muerte es lo que tuviste con esa persona.
–¿Qué cosas recordás de lo que hicieron juntos? –Recuerdo, por ejemplo, una vez que fuimos al Malba a cerrar el Festival de Literatura. Le pregunté a Gabo si podía decir lo que pensaba y el me contestó que no sólo podía, sino que debía decir lo que pensaba. El Malba estaba lleno y yo dije: si esto mismo lo hubiéramos hecho en el Sindicato de Luz y Fuerza, la mitad de ustedes no venía; cuidémonos de los espejismos.
El tango como maestro de escritura
–Según contás, tu abuelo era letrista y cantor de tangos. Gabo te señala en un mail lo bien que cantás tango.
–Sí, era letrista y cantor de tangos. Era analfabeto. Aprendió a leer en la biblioteca que fundó siendo analfabeto. Lo primero que hubo allí fueron las obras completas de Rafael Barret.
–Un escritor español muy importante del que hoy no se habla.
–Sí, viajó a Argentina y escribió El terror argentino. Luego se fue al Paraguay, escribió El dolor paraguayo y fundó la literatura paraguaya. No me olvido más de su frase “La palabra es un arma”. Mi abuelo me hacía recitar a Athaualpa. Aprendí a escribir con las letras de tango y los amigos de mi abuelo que se quedaban discutiendo un adjetivo toda la noche. Ahí me di cuenta de que la literatura necesita ser pensada. Le debo mucho a la literatura porque encontré en ella el sentido de mi vida que estaba perdida. Muchos dicen que el arte no sirve para nada, pero es sustento, sirve para sostenerte en estos tiempos de mierda en los que prefieren que se les venza una lata de sardinas en vez de dársela a la gente.
Los argentinos y el culo
«Con Gabo teníamos una relación muy amorosa. Una vez –cuenta Pablo Ramos– me hicieron una entrevista en España. Me dieron con un caño. Me preguntaron de qué manera atravesaba España a los escritores argentinos. Contesté que no mucho, que estaban todos en pose, que era lo que yo pensaba, que todo era pura pose posmoderna.
Luego me preguntaron algo sobre el problema de los argentinos y yo contesté que el problema de los argentinos era el culo, queríamos meternos cosas en el culo y no nos animamos. Salimos y cuando llegué, Gabo me dijo: estuviste genial. El otro día estábamos en Naesqui, la librería de Nacho Iraola, que es un genio, y una periodista desliza con una sonrisa que la historia de Gabo y mía era una historia de amor en el sentido de amor de pareja. Qué vulgares que son. Piensan en el culo, es verdad».