La vida actual del músico, escritor y guionista Pablo Ramos (Avellaneda, 1966) transcurre entre Pilar y El Bolsón. Esta movilidad geográfica, que suena a resguardo con su correspondiente búsqueda de paz y naturaleza, tiene un objetivo concreto: “me permite no estar tan a riesgo de la merca que es mi principal riesgo en la vida. De alguna manera u otra, yo sé que elijo el ostracismo: el de la cocaína o el de la distancia. Prefiero el de la distancia en estos momentos. Recién me comí un plato de fideos”, cuenta.

En su departamento de Buenos Aires tiene pocas cosas: pesas, instrumentos, libros y una computadora. Eso parece resumir sus elecciones actuales (también está en pareja: “María me salvó, me sacó de un sillón en el que estaba hundido”) para estar en contacto permanente con lo que le gusta: escribir, componer, estar bien de salud (además hace boxeo). Lleva once meses limpio (“entré en la falopa para poder quedarme despierto para escribir”), sobrio (“ya no tengo resacas”) y con las mañanas como aliadas de trabajo.

Acaba de publicar El origen de la alegría (Alfaguara). El cuarto libro en el que continúa la historia del reconocible Gabriel Reyes (“es mi yo literario, no mi alter ego”, aclara), ahora en un contexto de comienzo de pandemia y con una nueva muerte a cuestas: la de su hermana Julieta. Algo brutal y devastador. ¿Se puede escapar del dolor del recuerdo? Gabriel y dos amigos emprenden un viaje en limusina (luego de conquistar la suerte en la ruleta del casino) hacia Rosario para averiguarlo. A dos meses de haber salido de imprenta ya va por su segunda edición de ocho mil ejemplares en la calle. “Mi único compromiso es que cuando salga un libro yo sienta que sea un libro que debe que salir y que tiene que ver con la motivación y responsabilidad con la que me tomo esto. Mientras tanto escribo algo nuevo y toco con mi banda nueva que es un delirio: una banda de rock sin guitarras”, dice Ramos con cierta sorpresa por esta noticia que recibió de su editora Julieta Obedman.

-Parece una vida enfocada en este momento.

-La última recaída que tuve fue muy dura y duró hasta once meses atrás. Tuvo que ver con la muerte de mi hermana. Y me sacó de esto María, la mujer con la que estoy en pareja ahora. Estoy viviendo en su departamento pero en unos días me mudo al mío. Pasa que no puedo vivir con nadie porque soy insoportable: toco la trompeta, el piano, la guitarra, escribo a cualquier hora, no sé qué hacer con la energía.

-¿Te trae peligros el exceso de energía?

-Cuando la direcciono al lugar equivocado, hacia la cocaína, el alcohol. Es la diferencia entre la oscuridad y el dolor. Yo, como cristiano practicante que soy, puedo vivir con el dolor, pero no puedo vivir en la oscuridad. La oscuridad es la ausencia de fe. La fe es eso que dice Kierkegaard: la capacidad para soportar la duda. Cuando pierdo capacidad para soportar la duda, me puedo convertir en mi peor enemigo y lo cubro de lo que sea. La última vez que me pasó eso subí con la moto a 200 km por hora en contramano en una autopista. Fueron pocos metros, no pasó nada y me bajé temblando. No la usé más. Hablo de eso: pierdo la consciencia y el valor verdadero de las cosas. Es lo contrario a ser escritor. Por eso escribo en contextos bien sólidos y determinados. Lo necesito. El origen de la alegría transcurre en un viaje de Buenos Aires a Rosario. Me invento un marco y dentro de ese marco puedo crear.    

-En esta novela, Gabriel confronta con esta época.

-Mucha gente puede malinterpretar esta novela como misogina. El personaje es bastante misógino, pero a la vez se desvive por la mujer todo el tiempo. De hecho, la escena del beso a la vagina de la prostituta es un símbolo de adoración por todo lo femenino. Gabriel también encuentra su límite en la mujer. Para nosotros, la mujer es un dios, si nos hicimos adentro de una. Además, Gabriel al no poder abarcar a la mujer va armándola con fragmentos de otras. Es lo contrario a lo que propone Lacan. Pero el secreto es que todo esto no se note. De cualquier problema intelectual literario en el que me meto en un texto, salgo narrando. Soy un narrador, un ser ordinario pero que puede ver lo excepcional con asombro y señalarlo a su compañero.   

-Está novela también es la historia donde Gabriel se vuelve escritor.

-Este libro se relaciona con todos mis libros. Estoy en esto ahora y todos los días. Es que el primer lugar exitoso que yo habito es la escritura. Siempre perdí. Entonces no me puedo ir de la escritura ni un minuto.

-¿Corregís mucho?

-Es casi una técnica moral. Yo creo en tres bases: motivación, contexto y estructura. Son los parámetros que trabajo con los talleristas. Eso da la dirección del relato. Una vez que tengo eso puedo ver a la historia como una máquina que se dirige hacia el lenguaje.       

-¿Cómo te llevás con el ambiente literario?

-Es un lugar donde todos disimulan la alegría de publicar, la alegría de vender, la alegría de que una editorial grande te publique. Y conmigo no siento que tengan trato de multinacional porque me contienen y me escuchan. Por ejemplo, me hicieron caso de vender el libro un poco más barato. Y yo con mi editora Julieta Obedman tengo una relación impresionante. Me desilusioné mucho del ambiente literario. De tanta calle pensé que era algo donde la gente se ponía contenta por las cosas, como me pasa a mí. La culpa es mía. Le pedí demasiado. Igual conocí gente hermosa. No es lo más común.        

-¿Hay en El origen de la alegría, con la metáfora del viaje, un intento de comprender estos tiempos en relación a tiempos pasados?

-Eso es muy mío. Mi referente es mi abuelo, Pocho, cantor de tangos. En esta época a la persona mayor se la pone como un niño o como un tradicionalista idiota. Para mí la tradición es algo bueno, la tradición como raíz. La tradición para reformularla pero desde esa raíz. Para mí alguien mayor es alguien con autoridad, no alguien pasado de época. Me interesa la memoria viva y la potencia de un mayor, de alguien que va a contramano. Yo estoy a contramano de las cosas. En ese sentido, me acuerdo que mi abuelo se juntaba con sus amigos y se quedaban toda la noche hablando de los versos de un tango. ¡Toda la noche! Mi primer taller literario fue entender con mi abuelo «El Alazán», de Atahualpa Yupanqui.

-Sos un fundamentalista de la primera persona, ¿no?    

-La primera persona me interesa porque me afecta. La tercera persona no me convoca, le falta responsabilidad.  

-En la novela hay una gran tensión entre lo religioso y la autodestrucción del personaje principal.

-¿Qué es el catolicismo? Una religión escatológica. Estamos hablando del fin de los tiempos. Matamos al mejor tipo de la historia de la humanidad, lo clavamos en una cruz. Lo colgamos y veneramos ese dolor como salida. Jesús es la palabra, es el verbo, esa es la tensión. Jesús dijo: “lo que entra por la boca de una persona no la ensucia, sino lo que sale de ella”. Yo me siento sucio, por ejemplo, cuando en una pelea le digo una barbaridad a mi novia o a una persona. Ahí estoy sucio. Esta religión sucia que es el catolicismo, difícil de entender, que tanto daño hizo a la humanidad, sin embargo, no hay ningún daño en el mensaje original. Todo lo contrario. Y eso es algo puro. Por eso se ataca al cristianismo. Como yo soy impuro busco esa pureza de la religión cristiana. Voy en esa dirección. Esa certeza te fortalece. El otro día me decían si no tenía miedo a ser cancelado. Yo no tengo miedo a eso porque la cancelación no existe. A menos que te autocanceles. ¿Qué puede pasar? ¿Qué no compren más mis libros? No me importa, enseguida agarro la caja de herramientas y empiezo a poner ventiladores de techo y aires acondicionados. Tengo cinco oficios además de escribir.

-¿Considerás que hiciste algún daño, que lastimaste?

-Transitando los doce pasos en Narcóticos Anónimos y trabajando el cuarto paso es donde uno hace el balance de los daños y trata de hablar en la medida de lo posible. Hubo daños directos, daños indirectos, daños por abandonos a mis hijos, abandonos de una pareja, daños por peleas físicas con otras personas. Más allá de toda cuestión legal y penal, que nunca pasó por ese lado, traté de hablar y de enmendar ese daño. Así que con eso me relaciono desde la paz con esos daños del pasado.   

-El lenguaje inclusivo es motivo de conflicto en varias escenas de la novela. ¿Cómo te llevás con ese tema?

-Yo creo que el lenguaje inclusivo va a ser más del orden de lo oral. Yo no lo uso en mi vida cotidiana. No tengo responsabilidad pública al respecto. Creo que está bien cuando un gobernante lo usa. Pero el lenguaje es un órgano vivo. Y escribir es lo opuesto que hablar, ¿no? Fijate que hay mucha ironía de parte de Gabriel respecto a eso cuando fue tan excluido toda su vida de todos lados. En ese aspecto le hubiese gustado más ser incluido realmente con una infancia amparada. No me vuelvo loco al respecto. Eso va a sobrevivir o no, el tiempo lo dirá. Nadie puede obligar al lenguaje a permanecer o a mutar de determinada manera, por más justo que sea, ¿no? No digo que no sea justo, digo que la lengua puesta en funcionamiento es un órgano vivo y veremos dónde queda eso. «

Ramos y el sueño eterno de ser estrella de rock

Para Pablo Ramos la escritura todo el tiempo se trató de un plan B. Desde siempre vivió rodeado de instrumentos y con bandas armadas y desarmadas. La última, con la que tocó hasta fines del 2021, fue Pablo Ramos & Los Analfabetos, con Fede Ferchero, Leo y Seba Ronchetti más invitados ocasionales. “Todavía soy ese niño que soñaba con ser rock star tocando canciones de Deep Purple con la escoba”, dice y sonríe. Su próximo libro va a ser la historia de la grabación del disco que hicieron con Gabo Ferro, quien murió mientras Ramos corregía El origen de la alegría.

Ahora está con nueva banda: Disléxicos. La formación orquestal y rockera es la siguiente: Roberto Saver (Batería), Jonathan Biloni (Bajo), Lucas Córdoba (Cello), Risco Urbansky (Viola), Matías Romero (Violín), Julián López Di Muro (Trompeta), Fernando Monteleone (Piano) y, por supuesto, Pablo Ramos (Voz, trompeta, guitarra, percusión). Ya tienen dos canciones recién salidas del horno que fueron producidas por Fer Monteleone: “Príncipe”, dedicada al legendario músico uruguayo Gustavo «El Príncipe» Pena, y “Sanación del alma”, dedicada a Spinetta. “Es acá donde logro meter mi poesía, la hago canción más que nada”, asegura Ramos. «