Si Adolfo viviera (falleció en noviembre de 2004) seguiría siendo, como su recordado personaje radial, el blanco de las críticas, quejoso por el monto de su jubilación, protestón por el valor de los servicios, preocupado por quienes hoy están en el poder a los que, sin dudas, no habría votado. Hoy volveríamos a escucharlo como hace 30 años, decir “Más difícil que menemista pobre. Si conoce uno, avíseme”. O hablando del silencio del actual gobierno ante las acusaciones de corrupción, diría “En este país, el que habla es peor”. Hoy, 29 de agosto, sería su cumpleaños. Tendría, inevitablemente, la edad que la tenaz biología decretara, pero seguiría mostrando un DNI tuneado con el que protegía su coquetería y alardeaba que tendría 10 o 20 años menos.
Adolfo Castelo fue recordado y homenajeado el miércoles (además día de la radio en Argentina, medio en el que brilló) en un acto organizado por su hija Carla en el bar del teatro Picadero. Con su presencia, su voz y sus miradas tan personales marcó y llenó una época. Fue un tipo de ideas en modo erupción volcánica, creativo tiempo completo, donó sus saberes a la publicidad, al periodismo, a la producción, a la música, a la radio, a la televisión completando un guion humano siempre anticipado a su tiempo. Pero lo que más justicieramente lo representa es el humorismo.
Sus protocolos de humor eran similares a como era él en persona: urbano y clásico; culto y con esquina y calle; pensante y decidido habitante del mejor lado de la vida; seductor y gastador; crítico y melancólico de un mundo que podría haber sido mejor y que lamentablemente es apenas el que nos tocó.
Escribió y personificó innumerables gags, pero no fue un chistero. Aunque, de la realidad no se le escapaba nada, no fue un cronista. Y pese a que hizo reír y mucho, no fue un cómico. Fue, un especialista en la parodia, que podría definirse como la imitación burlona de la vida (escéptica, sentimental, hasta ridícula). Lo puso de manifiesto en cada una de sus incursiones artísticas e intelectuales, pero en especial en la sección Pasando revista, que tuvo y tiene sucesores pero que nadie la realizó con tanta profundidad y gracia. Todo lo que pueda decir serán meras aproximaciones a su estilo, pero quien en esa búsqueda más le arrimó el bochín fueron Carla Castelo y su recordada hermana Daniela cuando en la biografía lo definieron como ironista.

Yo solo trabajé con él en los dos años que duró el programa de radio El Ventilador. Antes y después, nota va, encuentro viene, fuimos buenos amigos. Igual que lo que me pasa con Jorge Guinzburg: soy deudor de su imaginación que me hacía reír, pero también pensar. Y supe también, en épocas difíciles para mi de su generosidad, amiguero, preocupado por el otro, por el que pasaba cerca, por todos los demás. Generosidad que replicaba en el aire radial, poniendo centros a la cabeza para que otros cabecearan e hicieran el gol.
Termino con una teoría suya que alguna vez me desarrolló con mucha convicción. Es simpática, interesante, disruptiva, aunque las redes y el paso del tiempo le bajaron un poco el precio. Adolfo pensaba: “La sexta edición de los diarios llega con su información hasta la hora del cierre. Los matutinos tienen que presentar otra mirada, más renovada, del mundo. En la España del destape, post Franco, se decía que mientras la mayoría dormía, había algunos, demasiado despiertos, que construían la nueva España. En la Argentina debe pasar algo parecido. Pienso que hay un comando, muy esforzado, que entre las diez de la noche y la madrugada trabaja para que la radio que empieza a las 6 de la mañana esté llena de novedades de último momento».
No habría que desestimar la hipótesis de Adolfo, porque informativamente hablando, a la radio de la primera mañana, ahora hiperinformativa, le sobran noticias. Sería interesante seguir la pista para enterarnos quienes son, como se llaman y donde funciona el comando.
Adolfo, querido, no te preocupes, no parecés la edad que tenés. Te recordamos, te extrañamos, feliz cumpleaños.
