¿Cómo fueron recibidas las primeras campañas de vacunación? ¿Siempre existieron los discursos antivacunas? ¿De dónde provenían, qué peso tenían? ¿Qué herramientas puso en marcha el Estado para que las inoculaciones fueran masivas y dieran resultados? La historiadora María Silvia Di Liscia, directora del Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa, analizó los procesos políticos y sociales en torno a la vacunación contra la viruela y la difteria en Argentina.
“Siempre hubo temores y voces en contra, pero eso comenzó a eliminarse cuando se fortalecieron las tecnologías de la confianza: estadísticas fiables, productos certificados por el Estado, un sistema de difusión pública. Eso en el país funcionó relativamente temprano”, resalta. La importancia de la confluencia entre las áreas de Salud y Educación para transmitir un mensaje claro sobre la importancia de vacunarse y la premisa de que hacerlo “forma parte de los deberes de ciudadano y es un derecho social a la salud”.
Las miradas sobre procesos históricos en torno a las vacunas, los debates sobre su obligatoriedad y la evidencia sobre su impacto en la erradicación o reducción de contagios cobran peso en estos días, tras la realización de un encuentro antivacunas nada menos que en el Congreso de la Nación.
Mientras hay alertas sanitarias por circulación de sarampión, brotes de tos convulsa (con al menos siete bebés fallecidos) y suba de casos de enfermedades como hepatitis, el Ministerio de Salud de la Nación da un mensaje ambiguo que da cuenta de la importancia de las vacunas, pero insta a las familias a “elegir” hacerlo, sin alusión a su obligatoriedad por ley.
En tanto, las provincias comienzan a tomar medidas más contundentes: en Mendoza se dieron las primeras diez denuncias judiciales contra madres y padres que no vacunaron a sus hijos e hijas como lo indica el Calendario Nacional.

¿Cuáles son los primeros registros de resistencia a las vacunas en el país?
La vacunación de la era pre bacteriológica obedece a un paradigma que se inició en el siglo XVIII con un modelo de inoculación vinculado a un sistema de fortalecimiento de la inmunidad contra la viruela. A nuestro territorio llega cuando estábamos dentro del imperio colonial español. Se trajeron esclavas y niños que tenían el virus y se procedía a inoculación de brazo a brazo: se sacaba el virus y se ponía a otra persona. Un sistema de conservación vacunal a través del registro humano, que se hacía también en Europa.
Luego se comenzó a hacer con otro modelo, usando el virus en las vacas. Era un proceso difícil. A principios de siglo hubo dos o tres grandes higienistas que dijeron que se tenía que mejorar y se creó un centro de conservatorio de vacunas, que después fue el Instituto Bacteriológico, y el Departamento Nacional de Higiene. Por entonces la gente se oponía. Eran los primeros opositores, pero tenían una razón: se podían contagiar de viruela con ese producto. Había resistencia, las familias en general evitaban que los vacunadores entraran a sus casas, tenían que ir con la Policía. Eso se ve en las fuentes. Era un sector que se oponía, con cierto sentido y racionalidad.
¿Cómo se fue transformando esa resistencia?
Siempre hubo temores y voces en contra, pero este proceso comenzó a eliminarse cuando se fortalecieron las tecnologías de la confianza: estadísticas fiables, productos certificados por el Estado, un sistema de difusión pública. Eso en el país funcionó relativamente temprano. En 1900 se empezó a hablar de vacunación compulsiva u obligatoria, que es el modelo que se instala en Argentina, como en Francia y otros países.
En Inglaterra le habían dado de baja a finales del Siglo XIX a la obligatoriedad, porque había minorías religiosas que no querían y los obreros se quejaban porque era otra intervención de los patrones sobre sus cuerpos. Un proceso de liberalismo, que viene por distintos caminos. El liberalismo impulsó que fuese no obligatoria ahí. ¿Cuál es el problema si no es obligatoria? Que el Estado no tiene entonces por qué tener cantidad de vacunas y gratuitas para cubrir a toda la población. El tema cobertura es muy importante, porque si un 5% está vacunado no importa, sigue circulando el virus.
¿Cómo se dio ese paso a la obligatoriedad en Argentina?
En 1903 se impulsa que fuera obligatoria y hubo todo un debate en el Congreso Nacional. Había pocos médicos y muchos conservadores no estaban de acuerdo. Se llegó a la obligatoriedad pero en Capital Federal y los nueve territorios nacionales, no en las provincias, porque los senadores se oponían. Pero entre 1901 y los 30 años siguientes la vacunación comenzó a tomar un ritmo mayor y se instrumentó lo que llamo la tecnología de la confianza.
¿De qué modo?
Tomando la información estadística de cómo iba disminuyendo la enfermedad. Y después observando la forma y el sistema de producción de la vacunación, que se hacía en el Instituto Bacteriológico, con un proceso muy importante. La vacunación bajó la enfermedad y se empezó a decir, a informar. ¿Dónde se informaba sobre esto? En el Consejo Nacional de Educación.
Había una vinculación entre un organismo sanitario –el Departamento Nacional de Higiene- y el Consejo educativo. Dos organismos nacionales que impactaban mucho más por estar unidos y con un mismo mensaje: que es importante la vacunación y tiene que ser obligatoria. Al entrar al colegio tenían que presentar certificado de vacunación, que luego se pedía también a los que trabajaban en la administración pública. Son rastros que hablan de la expansión del mensaje vacunador.
¿Cómo se divulgaba ese mensaje?
Las explicaciones eran muy resumidas. Había que hablar sobre la importancia de lavarse las manos, de tener el pelo limpio por los piojos, y los maestros eran los encargados de reafirmar todo eso. Sobre el proceso de inmunización se explicaba lo mínimo, aún hoy son cuestiones complejas. Se notó con el Covid: la gente se informaba como podía y así es como tenemos un evento antivacunas en el Congreso.
a información es muy difícil de entender porque forma parte de un proceso de compenetración científica, la divulgación tiene que necesariamente decir cosas como ‘vacúnense, esto los va librar de la viruela’, haciendo una difusión general. Formaba parte de los deberes como ciudadano y si no lo hacían eran sancionados. Había multas, que no sé si se aplicaron alguna vez. Pero había una sanción médica y si no se presentaba certificado en el colegio no podían inscribir a sus hijos.
¿Estaba claro en el mensaje que era un deber de ciudadanía vacunarse?
Sí, estaba claro. La Constitución inicial algo decía. La ley aprobada en 1884 habla de la vacunación, incluso antes que fuera compulsiva. Es interesante como lo dice Domingo Faustino Sarmiento: era como un ‘bautismo civil’. Eran figuras liberales pero tenían la idea de ‘señores, acá hay un sistema que sirve y hay que aplicarlo’. Una vez que es obligatoria hay un presupuesto para esto, desde la producción de vacunas, que era nacional. A partir de ahí la viruela disminuyó y se erradicó completamente en 1970 en Argentina, mucho antes que en otros países.
¿Cómo fue el proceso en el caso de la difteria?
Forma parte de un modelo diferente: el bacteriológico. En el caso de la difteria la bacteria produce una toxina que se instala en una parte del cuerpo que inflama la tráquea y produce un aumento de los tejidos y hace que la persona se ahogue en poco tiempo. Los niños sobre todo se morían ahogados por lo que se llamaba el Ángel Estrangulador.
La gente se moría en días, era horroroso. Primero se estudió todo ese proceso en Europa, sobre todo equipos franceses y alemanes, y empezaron a aplicar un suero, pero no todos sobrevivían. Se comenzó a estudiar una vacuna y al principio fue difícil porque eran varias dosis y la gente no entendía ese proceso de vacunarse varias veces. En Estados Unidos y Argentina casi al mismo tiempo se empezó a aplicar, hacia 1920.
¿Cómo fueron los debates sobre la obligatoriedad?
No era obligatoria, primero porque había que fabricarla. Se comenzó a insistir a medida que los médicos empezaron a ver que se podía fabricar en el país con cierto éxito y generalizarla. Para eso había que invertir, tener más personas y equipos, más estructura.
Hubo un médico importante, (Alfredo) Sordelli, que empezó a influir en el Departamento de Higiene. En los años 40 hay una vuelta de los gobiernos conservadores e incide la situación política: ya no hay hegemonía conservadora, sino que en algunos ámbitos inciden radicales, socialistas, el Congreso funciona.
Hay cierta coincidencia entre radicales y conservadores, pero los socialistas estaban en contra. Porque no siempre los sectores más progresistas están a favor de la vacunación. Hay todo un núcleo antivacunas que está a favor de cierto fortalecimiento corporal. Ellos dicen que si una persona tiene acceso al agua potable, a buena alimentación, a un empleo, vivienda en condiciones, fortalece su cuerpo y no requiere productos externos.
Pero es una situación que se puede vivir en el campo, en la ciudad es muy difícil de sostener, hay contactos con otras personas. Ese modelo naturista se afianzó en Argentina y son los que dicen ‘no’ ante la vacunación obligatoria contra la difteria. Pero en 1940 se generaliza y hay una baja importante de la enfermedad.
Más allá de esos grupos, ¿hubo otras corrientes antivacunas?
En Argentina no encontré resistencia. Siempre fue marginal. Propia de ciertos grupos. El alcance vacunatorio era muy alto. Habría que enfatizar la conexión con las fuentes de información: en los diarios no encontré -en los de circulación nacional o provincial- información en contra de las vacunas, sino campañas a favor. La vacunación antivariólica en los 70 reclutaba a todo el mundo: la gente se sentía involucrada. Se veía como una medida democrática.
En Santa Fe hubo una campaña de erradicación de la viruela y la gente se la ponía al hombro, los maestros prestaban sus heladeras. En otras campañas como la de la polio había mucha preocupación por la enfermedad, padres súper preocupados porque sus hijos pudieran quedar lisiados o dejar de respirar y necesitar un pulmotor, si es que había en su ciudad.
La gente se desesperaba por las vacunas. No vi voces en contra de la vacuna de la polio. Luego el Consejo de Educación y los colegios eran difusores de este mensaje. No había una doble idea: era ‘la vacunación sirve’. Los manuales para los maestros no tenían dos discursos. Tenían uno: ‘esto es beneficioso’.
¿Las políticas de vacunación en Argentina coinciden con las de otros países?
Forma parte de un nuevo modelo a nivel internacional, que empieza a preocuparse por la prevención. En Argentina la idea de la prevención es anterior, es de los años 20. Pero en los 50 tiene un apoyo mayor. El peronismo tiene un rol importante, porque empieza a tomar las campañas de vacunación como un eje de sus políticas.
Ni siquiera el más importante, porque lo principal tenía que ver con la hospitalización, la ampliación de camas. Pero la política vacunatoria era clara. ‘Vacune a sus hijos. Si no, usted como madre es culpable. Es casi una asesina’. Se hablaba en términos impactantes para nosotros hoy.
En 1956, la gran epidemia de polio coincide con una baja de la vacunación. Cae en 1955, con el golpe militar. Porque el gobierno peronista había comprado vacunas, y el gobierno militar dice que no las va a aplicar. En el medio, la gente empieza desesperada a comprar vacunas y llegan de Estados Unidos en aviones.
¿Qué peso tuvo en Argentina la producción nacional de vacunas?
En los 90, con el afán neoliberal, empezaron a desmantelarse laboratorios que producían en América Latina y comenzó a hacerse una adquisición a través de fondo rotatorio de la Organización Panamericana de la Salud. Con este fondo se compraron vacunas en los 90.
Esto significó que el Malbrán dejara de producir vacunas que había producido en mucho tiempo. Eso se sintió en las crisis de necesidad de vacunación, como con el covid. Brasil tenía instalado todo un sistema de producción, México y Cuba también. Nosotros tuvimos que salir a comprar y volver a tener una estructura propia, que implica una gran necesidad de recursos humanos y materiales.
Fue ese contexto de la pandemia de Covid-19 el que llevó a Di Liscia –junto a colegas como Adriana Álvarez y Adrián Carbonetti- a profundizar sobre la historia de la vacunación en el país. La investigación se posibilitó con financiamiento de la Agencia I+D+i, a través de un Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) como los que hoy se están dando de baja, paralizando el sistema científico nacional.