La primera prohibición de los hinchas visitantes cumple este año la mayoría de edad. Hay una generación de argentinos que atravesó la escolaridad sin ver a sus equipos en canchas ajenas del fútbol local. Sólo existieron algunas excepciones y, en ciertas ocasiones, lo que apareció fue un eufemismo, casi un oxímoron: los hinchas neutrales. Algo de eso ocurrió este fin de semana con River en Córdoba frente a Instituto, como ya venía sucediendo, pero la novedad fue la presencia de hinchas de Rosario Central en el partido con Lanús, lo que se anunció como una prueba piloto para la vuelta gradual de los visitantes, un regreso con el que se amaga todos los años.
La expulsión de los visitantes fue escalonada. Si bien hubo antecedentes en determinados partidos, como los cruces entre Boca y River en la Copa Libertadores 2004, el primer empujón se produjo en noviembre de 2006: después de incidentes en un Independiente y Racing que terminó suspendido, sumado a una apretada barra a los jugadores de Gimnasia y Esgrima La Plata para que fueran para atrás contra Boca, que peleaba el torneo con Estudiantes, la AFA decidió que no se venderían entradas. Sólo podrían ingresar a los estadios los socios y los abonados. Al final, de todos modos, dio marcha atrás.
El segundo golpe llegó al año siguiente después del asesinato de Marcelo Cejas, hincha de Tigre, el 25 de junio de 2007, en un partido con Nueva Chicago en Mataderos, un crimen por el que todavía se reclama justicia. Sin culpables, impune, los que pagaron por el episodio fueron los visitantes en el fútbol del Ascenso, que comenzó a jugarse sólo con público local.
Hasta que seis años después llegó el golpe definitivo y la prohibición se extendió al fútbol de Primera. El lunes 10 de junio de 2013, Javier Gerez, el Zurdo, un hincha de Lanús, fue asesinado en el ingreso del estadio Único de La Plata, antes de un partido de su equipo con Estudiantes. Ocurrió en medio de una represión de la Policía Bonaerense. Tres efectivos fueron apartados: Roberto Lezcano, Víctor Baccucco y Jorge López. Pero estuvieron apenas unas horas detenidos. Otro crimen impune. A Gerez lo mató la bala policial, pero el castigo fue otra vez para los hinchas.
Por fuera de las excepciones, de las copas con dos hinchas, los visitantes fueron los excluidos del fútbol argentino. Al principio, al menos, tenían Fútbol para Todos. Después hubo que contratar un pack.
La prohibición generó un daño que ahora hay que comenzar a reparar. El estadio se constituyó en un territorio propio al que nadie más que los hinchas del equipo local ingresaban. Se perdió la costumbre de la convivencia, aún cuando esa convivencia fuera hostil. En el mejor de los casos, esa hostilidad se resolvía en un duelo de cantitos. En el peor, aparecía la violencia física. Pero la ausencia del otro tensó la cuerda. Nació una nueva categoría: los infiltrados. Hubo un episodio emblemático en ese sentido: el crimen de Emanuel Balbo en 2017, lanzado desde la tribuna de Belgrano durante un clásico cordobés jugado en el Kempes. Bastó que alguien gritara que era de Talleres -aunque no lo fuera- para activar un ataque.
“El avance de las prohibiciones y sanciones sobre las prácticas de los hinchas fue incorporando cada vez más elementos y conductas punibles, y recorrió un trayecto lineal que en treinta años derivó directamente en la supresión física de la mitad del público”, escribe Diego Murzi en su libro Fútbol, Violencia y Estado, una historia política de la seguridad deportiva en la Argentina (Prometeo, 2021).
Todos estaban cómodos con esa supresión: los dirigentes, los hinchas y también la policía. ¿Qué harán clubes como Boca o River? ¿Quieren todos los hinchas volver a convivir con el otro en los estadios? Hay que volver a construir una aceptación. A que el te sigo a todas partes o te alentaré donde sea pase del canto al hecho. La muestra de voluntad política es un buen primer paso. Pero los problemas que llevaron al fútbol hasta acá siguen ahí.