En los últimos tiempos se ha hecho común entre políticos, empresarios, ciertos intelectuales y algunos analistas de la realidad nacional la construcción de un balance del desempeño de la gestión de Milei que se basa en un esquema bifronte. Por un lado, se señalan aspectos considerados regresivos, que refieren al particular estilo de gobierno del líder anarcocapitalista. Según esta visión, se trataría de un experimento en tensión con los valores, prácticas, reglas y funcionamiento de una auténtica democracia liberal. Un presidente de rasgos cada vez más autoritarios y pertrechado con un proyecto “hegemónico”, que atenta contra el pluralismo y amenaza la división de poderes, con su constante desprecio al Congreso y los vetos a las propuestas del Legislativo, así como con sus maniobras para procurar manipular o colonizar la justicia. Se impugna al mandatario de lenguaje soez y agresivo, hostil a la diversidad de opiniones, intolerante con las críticas periodísticas y dotado de discursos propios de un populismo de derecha, que se erige como un espejo invertido del anterior ciclo kirchnerista.

Sin embargo, desde estos mismos consensos liberal-republicanos se caracteriza que los rasgos preocupantes del modelo libertario, en lo referente a su concepción política y a sus desapegos por las formas de la institucionalidad, se estarían superponiendo con los supuestos logros en el plano económico. Estos éxitos radicarían en la conquista de cierta estabilidad macro, el control del dólar, la baja de la inflación y, sobre todo, en el achicamiento del elefantiásico gasto público. En especial, el “déficit 0” de las cuentas públicas, una construcción creativa del equipo del ministro Caputo, que estruja, manipula y oculta números de manera cada vez más desembozada, sería una suerte de compensación a los ostensibles excesos y desprolijidades del experimento mileísta. No es la primera vez que se construyen este tipo de argumentaciones, objetivamente favorables a los proyectos de reforma promercado. El indulto a los perfiles preñados de autoritarismo o corrupción ya se había practicado anteriormente, por ejemplo, ante el programa ejecutado por Martínez de Hoz en los años ’70 o frente al Plan de Convertibilidad de Cavallo de los ’90, inspiración de los actuales intentos.

Estas operaciones justificatorias y de salvataje del esquema económico en curso, en verdad, anulan el necesario análisis político, histórico y sociológico que merece el plan oficial. Se evita toda problematización del mentado “equilibrio fiscal”, como si los presupuestos y consecuencias que lo sostienen y promueven no estuviesen suficientemente a la vista de todos. Se absolutiza, se despolitiza y se arroja a la dimensión de una racionalidad técnica el juicio sobre el draconiano ajuste que impera sobre las cuentas públicas, las cuales expresan derechos y servicios inalienables de la sociedad en las áreas de la salud, educación, jubilaciones o ciencia. Se hace conveniente silencio, entre otras cosas, sobre el desaforado nuevo endeudamiento con el FMI, el mantenimiento del carry trade, un atraso cambiario que fomenta un consumo artificial y quebranta la producción real, la continuidad de la caída de la actividad económica y el desplome salarial o la habilitación a mecanismos de elusión impositiva para obtener dólares (como la seducción de los ahorros del colchón). Mientras, no es extraño encontrar elogios a las medidas desregulatorias o de “modernización del Estado” de Sturzenegger, como si estas no se basarán más que en un vulgar y añejo mecanismo de despidos y congelamiento de haberes a los empleados públicos. En todo caso, en su primer año y medio de gobierno, Milei parece haber ganado tiempo y haber generado consenso en sectores que moldean la opinión pública a favor la necesidad de sostener a rajatabla el achicamiento del Estado, aun apelando a las crueles metáforas de la motosierra y su combate a la casta política. Es el grito de guerra que articula su proyecto. Su próximo capítulo podrá ser el posible nuevo veto al aumento de jubilaciones establecido por el Congreso.

Lo que pudo quedar más claro en estos días son los resultados obvios e inevitables del falso “equilibrio fiscal”. No es improbable, por ello, un progresivo cambio en el humor de la sociedad. Se multiplican conflictos y advertencias que, con efecto goteo, van evidenciando los desquicios del programa de austeridad. Destacan tres casos. En las últimas semanas, el drama del desfinanciamiento del Hospital Garrahan ocupó la escena, lo que generó movilizaciones y huelgas realizadas y apoyadas por médicos, enfermeros, residentes y familias. No sólo por los sueldos ubicados muy por debajo de la canasta básica, que perdieron hasta 50 % de su poder adquisitivo (con residentes cobrando menos de $ 800.000 por mes), todo acompañado con denuncias acerca de falta de insumos, renuncias de personal clave y reclamos de mayor transparencia presupuestaria.

Por otro lado, los jubilados siguen protestando cada miércoles frente al Congreso exigiendo pensiones dignas, actualización acorde a la inflación, continuidad de la moratoria sin aportes y medicamentos gratuitos, avisando que la jubilación mínima no cubre la canasta ni los remedios, y denunciando la represión policial sistemática. Su reclamo ya se ha convertido en un símbolo de resistencia ante los recortes del gobierno derechista.

Por último, la situación escandalosa que atraviesa el CONICET y el sistema científico-técnico, con un presupuesto que se redujo un 25% entre 2023 y 2024, con proyección de caída a 0,15% del PBI, un pavoroso récord bajo en 50 años. Investigadores y becarios perdieron cerca del 35% del poder adquisitivo, con salarios casi congelados desde hace más de un año, mientras se paralizaron los nuevos ingresos a Carrera y becas, se cancelaron renovaciones a posdoctorados y se produjeron despidos, todo lo cual está provocando un freno de proyectos, un vaciamiento de laboratorios y el inicio de fuga de jóvenes científicos.

Todos estos son los grandes “logros” de la administración libertaria. Un emprendimiento de demolición de las funciones indelegables del Estado en la sociedad. Una estrategia de desposesión a los sectores populares en nombre de una cínica campaña contra la casta que el mileísmo también reproduce bajo nuevos moldes. Allí están las provocaciones gubernamentales, los ejecutores del actual plan, el ejército de trolls en redes, los operadores mediáticos y los defensores vergonzantes. Y enfrente, el mar de víctimas de este “equilibrio fiscal” insostenible.  «