La tentativa de atentado contra la vicepresidenta que he definido siempre como magnifemicidio fue un atentado feroz a la democracia. No es nada exagerado decir que hubo un tambaleo de la democracia y ese tambaleo de alguna manera persiste por la actitud de los jueces que han tenido la investigación a su cargo y por la consciente inoperancia para dar con los autores ideológicos de esa brutal tentativa.

El hecho debió marcar con mayor contundencia un antes y un después. Me parece que hemos quedado medio flacos en el sentido de la respuesta adecuada. No puedo entender bien por qué no hubo una movilización gigante, por ejemplo, por qué hubo una cierta retracción para hacerla. No encuentro tampoco dónde está la responsabilidad respecto a esa gran inercia. Nos perdimos una oportunidad de ocupar toda el ágora y de responder a la altura del 2×1, por ejemplo.

Aún a sabiendas de que el 2×1 era pequeño o limitado respecto a la magnitud de este acontecimiento criminal. En suma, me parece que siendo tan afectada la democracia, y habiéndose transformado en un hecho político tan vertebral, en la respuesta omitimos.

Hay una avería extraordinaria por parte del sistema de Justicia que no ha investigado a fondo, que no quiere investigar a fondo. Que tiene una serie de reparos y de circunstancias morigerantes en la decisión de investigar debido a las articulaciones políticas que tiene ese manojo de jueces. Entonces la jueza y el manojo inherente, por decirlo de manera metafórica, está dando un mensaje de impunidad y es gravísimo. Lo más grave que le puede pasar al Estado republicano y democrático es la evidencia de que se haga lo que se haga, aún en las más horrendas actitudes y conductas, habrá impunidad. Es un mensaje catastrófico.

Los discursos de odio se fueron incubando lentamente a propósito de la invención, lo digo con asideros cuestionablemente empíricos acerca de la grieta, de la profundidad de la brecha que había entre una parte de la población y otra. Que fue muy inventada por los mecanismos disuasores de la democracia que constituyen, sobre todo, los medios de comunicación.

Los discursos de odio no entrañan solamente el sentimiento. Son impulsores de acciones defenestrantes aniquiladoras. Los discursos de odio entrañan la posibilidad de una práctica consecuente del odio, aniquilar al otro y a la otra. Y me refiero a aniquilar físicamente.

El peronismo representa, es notablemente paradójico tal vez, la zona de mayor radicalidad en el sentido de que es un motor de lo posible en esa radicalidad. En el cuadro general de los progresismos de la izquierda, la extrema izquierda y el propio peronismo, parecería que el paisaje de la posibilidad de alcanzar justicia social, redistribución del producto, justicia de género está mucho más cerca del peronismo.

De ahí su amenaza. La izquierda, aunque hable radicalmente, no representa una amenaza para el establishment, para los factores conservadores, porque tiene una esmirriada presencia y porque su capacidad proyectiva social es muy limitada, más allá del crecimiento que haya tenido en algunos lugares.

El peronismo es un fenómeno todavía de masas, a pesar de los límites en que coloquemos esta cuestión, de lo relativamente acortada que está la manta del peronismo, sigue siendo potencialidad de cambios, que si no son estructurales se asemejan bastante a la modificación estructural. Todo lo que represente el peronismo en sus formas progresivas, que hoy son hegemónicas, constituyen un peligro para el establishment, una amenaza para los sujetos, las mentes, las actitudes, las apuestas conservadoras, tradicionales de derecha. «