La primera imagen que me viene a la mente respecto del 24 de Marzo tiene que ver con Tiempo Argentino. Cuando surgieron problemas muy serios para el diario, para sus trabajadores, salimos a vender una edición especial, justamente la del 24 de Marzo de 2016. La adhesión de la gente fue consecuente: resultó extraordinaria, emocionante, conmovedora. Pero además fue un primer disparador para que esa adhesión, esa íntima comunicación con el lector se prolongase en el tiempo de un modo que, si no es sorprendente, se debe al esfuerzo de cada uno de los integrantes de la cooperativa que realiza el diario.

 Una adhesión al diario y a los periodistas que permite la sobrevivencia del medio y que se manifiesta como una expresión tan necesaria del periodismo, en una época en que el comportamiento tiene una cerrazón muy parecida a la de aquella dictadura que se instauró hace 43 años. Lo que hoy sucede particularmente con Clarín y La Nación es como si hubieran dado un salto sin escalas entre aquel 1976 y el presente, con el mismo tipo de comportamientos a favor del establishment, del ocultamiento, de la mentira y de todo lo que envilece la vida del periodismo cuando se pierde el compromiso con la verdad.

El 24 de Marzo se convierte en una fecha crucial. Como un hito, un capítulo aparte de lo que representa la muerte y la desgracia que sembró la dictadura sobre 30 mil argentinos, aunque deberíamos decir 30 mil familias. Por mi condición de periodista, la referencia de lo que pasó en tiempos de la dictadura se refiere particularmente al miedo (por supuesto, comprensible) pero también se refiere a la complicidad (que claramente ya no es lo mismo).

La complicidad es el posicionamiento a favor de los postulados de quien gobierna y de sus intereses económicos, en detrimento del pueblo. Esto fue lo que ocurrió durante la dictadura. Los crímenes horrendos que cometieron Videla y su gente, muchas veces nos impide recordar el crimen económico que estaban cometiendo y que ahí hubo una directa complicidad del periodismo, intencionalidad que se movió en torno a esos intereses, participó de los mismos y lucró con ellos: verbigracia, Papel Prensa para Clarín y para La Nación. El que, no cabe el menor tipo de dudas, como hecho económico y periodístico, es un desprendimiento del vientre horrendo de la dictadura.

Papel Prensa es uno de los hijos que dio la dictadura, con la deformidad, con la monstruosidad que implica un engendro hecho en medio de tanta sangre, tanta violencia que repartieron sobre los habitantes de este suelo. Y que además ha quedado absolutamente impune por una Justicia, como la de este tiempo, tan de la mano de aquella Justicia. Como si fuera una prolongación de lo mismo. Como sucede con el periodismo. Nada hay más parecido en la historia posterior a 1983 en la Argentina que lo que ocurre hoy con el periodismo y la Justicia, que representan el rostro horrendo de aquella época.

Personalmente, padecí ambas dictaduras, la uruguaya y la argentina. Llego a Buenos Aires en el ’81, cuando la dictadura argentina se estaba debilitando. Pero fue un hecho muy perturbador. Vine tratando de zafar de la mirada torva de los dictadores uruguatos. Uno hace pequeñas cosas a las que no le da demasiada significación. Pero en ese momento era valioso decir algo que no les gustara y repetirlo; darles la palabra a exiliados; luchar como quien no quiere la cosa; viajar a los JJ OO Moscú (en el ’80), organizados por el país (Rusia) que odiaban esos tipos; trabajar vinculado a ámbitos periodísticos de izquierda… Y luego vine a la Argentina. No eran cosas que se pudieran decir en aquel momento, aunque fue muy claro que mi llegada tuvo la impronta del desembarco de una especie de contrafigura a la de José María Muñoz, incluso en el punto de vista político, sobre todo en esos años tan fuertes y de tanta discusión en torno a su imagen y sus actitudes.

Tiempo después hubo un hecho fundamental: hace seis años pedí los archivos de la dictadura que el gobierno uruguayo ofreció y fue muy interesante ver que tenía mucha razón en aquel temor. Todo lo que decían esos archivos sobre mí marcan un seguimiento y una mirada a una persona que les molestaba. La dictadura uruguaya hizo inteligencia sobre mí hasta el ’86, aunque ya estuviera aquí. Me perturbó: yo era una figura pública, muy fuerte en el periodismo deportivo del Uruguay y tenía mucho para perder. Lo que figura en los archivos, cosas que se escriben pensando que jamás se harán público, demuestran lo que los molestaba. Por lo que, supongo, en algún momento me iban a causar un grave daño. De eso fue de lo que traté de zafar.

De todos modos, no soy crítico de quienes no se animaron, de quienes se silenciaron. Todos callamos en tantas ocasiones. Nadie quiere ir preso. Nadie quiere que lo maten. Es aquello de hacer pequeñas diabluras, aunque sea para tranquilizar tu conciencia. Cada uno hace lo que le da el cuero. Lo que no se puede admitir es que se haga tanto daño, que se apoye a la dictadura del modo público en que hacen esos medios, cómo lo hicieron esos periodistas, que al fin de cuentas representan los mismos intereses que el gobierno, que en definitiva son parte de él…

Mi compañero de La Mañana, Gustavo Campana suele denominar a este período como el  del «tercer desembarco liberal». También por eso, es un tiempo de un compromiso muy fuerte para luchar contra todo aquello que tiene el autoritarismo, la impostura, los intereses, el espíritu depredador que se daba en aquellos días y que se replica hoy.

Lo doloroso es que ocurre en plena época de democracia . «