El jueves 6 murió el humorista gráfico Landrú, seudónimo artístico de Juan Carlos Colombres, fundador de la revista Tía Vicenta, quien en los años 60 marcó “un antes y un después en el humor gráfico argentino”. La información proviene de la fundación que lleva su nombre que desde su página web afirma que “su particular mirada y su humor absurdo e ingenioso le valieron el éxito y el reconocimiento popular».

 Nació en Buenos Aires el 19 de enero de 1923 y publicó su primer dibujo en 1945 en Don Fulgencio, publicación dirigida por Lino Palacio y un año más tarde ya estaba colaborando con diversas publicaciones. En su extensa trayectoria profesional Landrú colaboró con Clarín, La Nación, las revistas Rico Tipo, El Hogar y Tío Landrú (fundada en 1968).  

En 1957 comenzó a escribir para Tato Bores y se convirtió en su principal guionista.  En el mismo año fundó la revista Tía Vicenta que, con una tirada de 50.000 ejemplares, se convirtió en un éxito rotundo. La publicación fue cerrada en el marco de la dictadura de Juan Carlos Onganía, pero volvió a nacer con otro nombre, María Belén, y formó parte de un suplemento de diario El MundoEn 1971, esta revista emblemática volvió a pasar fugazmente por los kioscos de diarios y revistas. En 2015 Tía Vicenta tuvo su propia escultura en El paseo de la historieta. 

En el marco de un asalto en su casa, en 1994 recibió un disparo en la mano derecha que le impidió seguir trabajando por un tiempo, pero se recuperó y volvió a hacerlo luego de varias operaciones A lo largo de su carrera recibió numerosos reconocimientos. En 1971 se le otorgó el Premio María Moors Cabot de la Universidad de Columbia conferido por primera vez a un humrista y, en 1982, el Konex en la categoría Humor Gráfico. En 2003 la legislatura porteña lo nombró ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. 

Pero quizás el mejor indicador de la calidad de su humor sea la popularidad que alcanzaron personajes como María Belén; Alejandra y Mirna Delma y  Rogelio, el hombre que pensaba demasiado. Del mismo modo expresiones creadas por él como “piruja” pasaron a formar parte del habla popular cotidiana. Fue, además, quien bautizó a Arturo Humberto Illia como La tortuga, a pesar de ser su amigo y admirador, y a Álvaro Alsogaray como El chanchito. 

Aunque fue un dibujante nato, tenía una particular relación con las palabras. Cuando en una entrevista de Página 12 le preguntaron de dónde venía su interés por ellas contestó: «A mi padre le gustaban los juegos de palabras, los refranes. A mí, desde bastante chico, empezó a gustarme dar vuelta las frases. Convertir aquello del sargento Cabral, ´¡Viva la patria aunque yo perezca!´, en ´¡Viva Lautaro aunque yo Murúa!´ o decir que ´Antes de que se inventara el sillón de Rivadavia los presidentes gobernaban de pie´.»

 En sus dibujos solía aparecer un esquemático y gracioso gatito que se conviritó en una marca de identidad. En una oportunidad declaró su preferencia por ese personaje: «La tía Vicenta es, junto con el gato que siempre se ríe, mi personaje favorito por muchas razones. (…) El gato, está en mis dibujos como una marca de estilo, pero por razones más difíciles de precisar. Ciertamente, como con Tía Vicenta, los lectores empezaron a reclamar el gato cuando yo dejaba de dibujarlo, y así se convirtió en la yapa. Como el Gato de Cheshire, se ríe siempre, aún en las situaciones más ingratas, y es una especie de testigo omnipresente que festeja los chistes antes de que nadie se ría.”