Hay algo que no es como me dicen es el título de un libro del escritor Juan José Millás. Pero es también la sensación que produce conocer el fenómeno editorial que produjo Persona normal del mexicano Benito Taibo que desmiente la afirmación de que los adolescentes no leen. A diez años de su aparición, la editorial Destino vuelve a publicarla la novela en una edición aumentada que agrega a la original algunos capítulos referidos a sus protagonistas, Sebastián y su tío Paco en 2020, en el momento de aislamiento obligatorio a causa de la pandemia.

Desde su aparición hace una década, el libro no solo no ha dejado de venderse, sino que se convirtió en un suceso editorial impensado. Su autor es el predilecto de los booktubers de diversos países y los de Argentina no son la excepción. En 2018 viajó a nuestro país para participar de la Feria Internacional del Libro y nunca dejó de estar rodeado de ellos. Participó también del Foro Internacional por Fomento del Foro y la Lectura organizado por la Fundación Mempo Giardinelli  en la provincia de Chaco como el enorme promotor de la lectura en que se convirtió a partir de propiciar la lectura como goce y no como obligación.

¿De qué habla el libro como para despertar tal interés en los más jóvenes? De nada menos que de literatura. Por sus páginas desfilan desde autores del Siglo de Oro Español, como Francisco Quevedo, a Federico García Lorca, Julio Cortázar, Ray Bradbury, Dashiell Hammet y muchísimos otros. No habla de ellos “adaptándolos” a lo que se supone que son los intereses de los adolescentes, sencillamente los acerca a adolescentes y jóvenes como seres humanos que padecieron y disfrutaron la vida como cualquier hijo de vecino, pero que, además, supieron darles a sus vivencias un alcance capaz de interpelarnos a todos.

Además de la literatura, los protagonistas de la historia son Sebastián y su tío Paco, la oveja negra de la familia, con quien se va a vivir a los 12 años, cuando pierde a sus padres en un accidente. Es este tío descarriado el que le inocula el virus de la pasión literaria, un virus beneficioso que tiene por misión, ni más ni menos, que ayudarnos a vivir.

-Dicen que los adolescentes no leen. Pero vos te convertiste en el ídolo de adolescentes y jóvenes, los boooktubers te admiran, te siguen. ¿Cómo lo explicás?

-No tengo modo de explicarlo. ¿Y sabes qué? Eso es bueno. Que sea  un misterio lo convierte en algo mucho más agradable, por lo menos para mí. Que un libro cumpla diez años y que siga estando en las librerías me parece tan misterioso como lo que acabas de contar.  Tiene que ver con que ha ido pasando de generación en generación y con cómo los chicos lo adoptaron –no puedo llamarlo de otra manera- y lo convirtieron en parte suya.  Confieso que no lo escribí para ellos. Escribir ese libro era una manera de darle las gracias a la literatura por todo lo que la literatura me había dado a mí, por haberme salvado en tantos momentos. Quise escribir una suerte de divertimento sobre los libros, la lectura y las posibilidades infinitas que ambas cosas tienen y, de repente, los chicos decidieron que ese libro también era para ellos. Pero no solo decidieron eso, sino que se lo pasaron a sus hermanos menores  y, estos, a su vez, a sus hermanos más chicos y fue así que, diez años después, contra todo pronóstico, comenzando por mis propios pronósticos, sigue presente. Tengo la sensación de que tiene que ver con la mirada del lector. Es decir, yo lo escribí con la mirada del lector, porque no soy más que un lector que escribe y que se identifica con otros lectores. Y a pesar de que me veas así, como un viejito de sesenta y pico de años, por dentro tengo un chico de 16 o 17 que sigue esperando que el mundo le brinde cosas extraordinarias.  Y para que eso suceda, la literatura es un hermoso camino.  Por eso la receto como me la recetaron a mí en su momento e hizo que cambiara mi vida para siempre. 

Quizá lo que atraiga a los adolescentes es que tu libro es un llamado a la rebeldía, una crítica a cierto tipo de enseñanza. Creo que todos hemos tenido profesores de literatura que nos hicieron detestar los libros.

-Sí, si fuera por ellos leerían solo que a ellos les gusta. Ese es el verdadero problema. Los jóvenes deben leer lo que les dé la gana porque, finalmente, todos los caminos conducen a Cortázar. Esto es parte de la rebeldía y de la creación de su propio canon. El famoso canon de Harold Bloom está pasado por muchas aguas, le faltan mujeres, le faltan contestatarios, le falta rebeldía. Los chicos están formando su propio canon y lo que tenemos que hacer padres, maestros, promotores de lectura y autores es aprender a leer con su mirada. Ellos no leen letras amontonadas que forman párrafos y capítulos, están leyendo el mundo. Tenemos que interpretar los signos para entenderlos. Entre las llamadas brechas generacionales  se pueden construir puentes y uno de esos puentes está dentro de la literatura. Tenemos que mirarnos a la cara de lector a lector y decir “a ver qué vamos a leer para entendernos”, más en estos tiempos pandémicos  en que muchos chicos estaban listos para salir a la calle a dar su primer beso, tomar su primer vino, ir a su primer boliche y los hemos encerrado en sus casas. Bueno, que por lo menos la literatura sea un pequeño bálsamo para las heridas que nos está infligiendo este tiempo terrible.

Dijiste que la literatura te salvó. ¿De qué?

-Me salvó de la cotidianidad, me salvó de la grisura, de la indiferencia, del cinismo, de mí mismo en un momento determinado. Creo que en la literatura se encuentran las armas y las herramientas para encantar a los monstruos de la realidad. Y, en este sentido, me sigue salvando todos los días, me permite convertir cada acto ordinario en un mini momento extraordinario que hace que el cielo se ilumine y que valga la pena estar aquí.

¿Conspira contra la literatura que sea señalada por la escuela y por ciertos promotores de lectura como una especie de obligación moral?

-Mi libro se ha convertido en un libro de texto, lo han vuelto obligatorio en algunos lugares de América Latina y yo pido que no lo hagan porque con eso matan al libro y a los posibles lectores. Por eso es que insisto en que hay que preguntarles a los chicos qué quieren leer y crear juntos ese nuevo canon donde quepamos todos, trans, queers, feministas, todos, todos, todos. Tenemos que aprender a leer de otra manera comenzando por los promotores de lectura que no tienen que obligar  o meterles con calzador los textos que les gustaron a ellos. El canon tiene que ser abierto, multicolor, influyente y absolutamente rebelde, por supuesto. 

-Rebelde como el tío Paco, que es la oveja negra de la familia, cosa que parece muy buena para promover la lectura, ¿no?

-Claro, a las ovejas blancas nadie les hace caso o les hacen tanto caso que acaban en el matadero.

Hay cierta incorrección política en tu libro. ¿También acerca a los más jóvenes?

-Confío en que sí. Estoy un poco harto de lo políticamente correcto. Vengo de una familia y de un grupo social en los que nos hemos inconformado una y otra y otra vez pensando que hay que transformar el mundo. No lo logramos y, sin embargo, déjame decirte en mi descargo que el mundo no me transformó a mí, con lo cual se decreta un empate. Mundo, cero. Benito, cero. Y seguimos avanzando y creyendo en lo que creíamos y pensando en lo que pensábamos y haciendo todo lo posible para transformar lo que está mal, que es el mundo como es obvio.

Vos venís de una familia de escritores, lo que a veces puede producir una reacción contraria a los libros. ¿Cómo te iniciaste en la literatura?  

-Sí es cierto. Podría haber acabado siendo biólogo. A los 12 años, por obligación, leí la Odisea, el Cantar del mío Cid, Don Quijote y eso no me despertó el interés por la literatura. Hasta que caí en cama con hepatitis y mi padre, mi hermano y mi tío me fueron poniendo sobre la mesita de noche libros que me transformaron y me hicieron ser un lector: Arthur Conan Doyle, Julio Verne, Emilio Salgari…Estuve en la cama un mes y medio y hoy quisiera volver a tener hepatitis y disfrutar esas esplendorosas vacaciones donde  la literatura lo iluminó todo e hizo que fuera al desierto de Kalahari, a las profundidades del mar, todos esos lugares donde la aventura, la pasión y el romance estaban presentes. Lamentablemente parece que la hepatitis no da dos veces (risas).

-¿Cuál fue el disparador de la novela?

– Es curioso. Yo venía de escribir una novela larga y complicada, una novela histórica que tenía que ver con la guerra cristera mexicana, un lío enorme. Era la historia de un santón que vivía en el norte del país y que curaba con las manos. Fueron cuatro o cinco años de mi vida dedicados a eso y resultó algo agotador. Mi madre me dijo: “por qué no escribes algo que te salga del alma” y se señaló el pecho. De ahí salió Persona normal.

-La novela cuestiona ese concepto. El tío Paco no se ajusta al criterio social de normalidad.

-Justamente, ese es el truco. Por eso una de las letras del título está al revés. Yo insisto en que tenemos derecho a la imaginación, a la rebeldía, a los sueños y todo eso no va con la “normalidad”. Quizá va al ladito,  junto, pegado. Se puede ser “normal” (recalca las comillas) durante el día y de noche ser un superhéroe.

-¿Qué comentarios positivos te hacen sobre tus libros los cientos de chicos que te rodean siempre?

-Me da pudor decírtelo. Me dicen cosas como “eres el mejor escritor”. Yo les contesto: “te falta leer a Balzac, Hemingway…les doy una lista inmensa. Por suerte, no me la creo. Solo soy un lector que convive con otros lectores en un grupo de adolescentes con algunos viejitos como yo mismo. Insistimos en que la literatura es la mejor forma de resistencia.  

Foto: Michel Amado

La lectura como refugio de la orfandad

-¿Por qué elegiste que Sebastián fuera  un chico huérfano que a causa de su condición de tal tiene que ir a vivir con su tío?

-Eso forma parte del a propia literatura, de la literatura misma. Charles Dickens es el gran maestro de los niños huérfanos y tú sabes que teniendo un niño huérfano tienes una historia que contar.

-¿Por qué? ¿Existe alguna causa en especial?

-Porque ahí tienes un carácter que moldear, comienza el viaje del héroe, el camino de la redención, todo aquello que es propio de la literatura. Si no hubiera sido así, no habría novela. Además, hay una segunda parte de Persona normal que se llama Corazonadas. En ella el tío Paco dice que no quería tener hijos, sin embargo, se ocupa del hijo de su hermana. Entonces la relación entre él y su sobrino Sebastián no es tan edulcorada como podría parecer en un primer momento. A pesar de que ambos viven una vida fantástica enriquecida por la literatura, esa vida en común tiene sus bemoles como los tiene la vida, como los tienen todas las vidas.

-¿Y los adolescentes aceptan bien que las cosas sean de esta manera?

– No, los chicos se acercan a mí para  quejarse  del final de la novela.

¿Y qué respuesta les das a ese reclamo?

-Les explico que los finales de la novela son como los finales de las vidas que vivimos. De esa forma evito hacer concesiones. No me gusta que todo sea demasiado color de rosa, demasiado edulcorado porque la vida misma no lo es. Como dije, todas las vidas reales tienen sus bemoles, sus conflictos, por lo que también los tiene la novela.