“Cada nueva exhibición de Daniel Corvino –dice  Julio Sapolnik, curador de la muestra- es un acontecimiento que invita a expandir el pensamiento y la sensibilidad.” Y agrega: “Sus imágenes invocan sentimientos profundos para que un individuo pueda ponerse en el lugar del otro. Una empatía con el modo democrático de vida donde el arte forma seres libres con su derecho de expresión. El arte como patrimonio cultural, crea una memoria colectiva para que los errores y horrores del pasado, no vuelvan a repetirse “Nunca Más”. Muchas personas limitan su obra hacia una visión “política”. Esto es un reduccionismo, porque la mirada rápida asocia de memoria lo que ve en la calle y no lo que propone el cuadro. ¿Y que nos propone la obra de Daniel? Por la calidad pictórica con que trabaja, nuestro artista no narra los hechos de la realidad, sino que detiene imágenes para ser meditadas con posteridad.”

Detrás de esas imágenes detenidas “para ser meditadas por la posteridad”, no solo hay una sólida formación plástica, un oficio adquirido a través de 40 años de trayectoria. Hay también una mirada propia y una reflexión sobre aquello que solemos llamar “realidad” sin detenernos demasiado a establecer cuáles son sus límites y que entendemos realmente por esa palabra que parece un concepto indiscutible por lo evidente. Sin embargo, la mirada, en este caso la mirada del artista, forma parte también de esa realidad por lo que la muestra no solo como hecho objetivo que ocurre fuera de nosotros mismo, sino también como hecho subjetivo, elaborado por el pensamiento y conformado por la línea y el color. Y tal como lo señala el curador y lo refrenda el propio artistas, Corvino hace intervenir en esa compleja elaboración de lo real, su inclinación por la filosofía que lo lleva a buscar en esa disciplina herramientas para poder pensar el entorno para luego plasmarlo en la tela o el papel.

En esta nota, Daniel Corvino habla de la “cocina” de su expresión, del ángulo en que se para para mirar el entorno y de la forma en que concreta todo eso en una pintura o un dibujo.

-¿Podrían definirse sus trabajos como “pintura social”?

-Sí, es pintura social. Yo soy un observador de la realidad, trato de plasmarla en mi obra desde mi mundo. Hago visibles las situaciones sociales de los menos favorecidos y los pongo en imágenes que aunque son dolorosas, también  pueden permitir belleza, poesía y esperanza. Suelo hacer manifestaciones. En esta muestra hay algunas de ellas, pero lo que he hecho sobre todo en estos dos años de pandemia es reflejar lugares vacíos: estaciones de tren, de subte, aeropuertos, todo sin gente. Quise mostrar ese vacío que nos angustió tanto.

-En esta muestra no hay pinturas referidas a los sucesos de 2021, pero entiendo que ha realizado diversos trabajos sobre el tema.

-Sí, no solo pinturas, sino también un documental  sobre cartoneros que comienza con la caída de De la Rúa. También he hecho documentales sobre otros temas, como el que está referido a Felipe “Yuyo” Noé con motivo de su muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, que se llama Noé íntimo. El tercero tiene que ver con un maestro de aikido que vino a la Argentina hace 50 años. Siempre he tratado de plasmar las crisis que han sucedido en el país y que han modificado el hábitat y la forma de vida. Trato siempre de que en lo que hago haya un elemento poético, que no sea solo la plasmación de un hecho desgraciado.

-¿Y cómo se manifiesta eso concretamente en esta muestra?

-Se manifiesta, por ejemplo, en las pinturas de manifestaciones en las que juego también con el nombre del cuadro. Por ejemplo, hay un trabajo en que muestro una manifestación y le pongo Cada uno por su lado, La espera o Divergentes urbanos, Así no avanza nadie, Aquí pasó algo. Son nombres irónicos que remiten a un determinado imaginario.

-Es decir que, en contrapunto con la pintura, el título introduce en el ella algo literario que forma parte de su sentido.

-Claro, sí. Soy muy lector de filosofía y mis observaciones tienen una base filosófica. Por ejemplo, hay una frase que Marshall Berman toma de Marx y que dice “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.  Berman la toma porque, por ejemplo, en Nueva York desaparecían los barrios para hacer una autopista. Con la pérdida de ese barrio se perdíeron también las historias de la gente que había vivido en ese lugar. Y eso me pega porque también nosotros estamos viviendo una desmaterialización de las cosas. Por eso en mis trabajos hay muchos papeles en el suelo que es lo que queda después de las manifestaciones. Es como una desmaterialización.

-¿Eso tiene que ver también con la tecnología, con los mundos virtuales?

-Es lo que estamos viviendo hoy. Los medios de comunicación nos llevan prácticamente a que la información sea más importante que el saber, las cosas están perdiendo valor. En este momento estoy leyendo un libro del filósofo coreano Byung-Chul Han que se llama No cosas. Hoy estamos en la transición de la era de las cosas a la era de las no cosas. Byung-Chul Han es un filósofo de lo que sucede en este siglo, como la desaparición de los rituales. Habla también de la sociedad del cansancio, de la sociedad de la transparencia. El hombre se agota explotándose a sí mismo para lograr las cosas que el mercado le va diciendo que tiene que tener. Al explotarse y trabajar más horas, pierde la contemplación y la forma de pensar, porque no piensa demasiado. El mundo está muy difícil.

-Sí, y del otro lado están los que están desocupados y no pueden pensar por razones opuestas a los que tienen demasiado trabajo. En contraste, no tienen acceso a nada.

– Claro. En el libro que mencioné lo que está diciendo el filósofo coreano es que Google y la Nube nos hacen pensar que somos libres, pero en realidad estamos controlados. Con cada  uno de nuestros likes quedan registradas todas nuestras manifestaciones.

-Es algo así como un panóptico global. A eso usted le opone la materialidad de su pintura.

-Exactamente. Trabajo con materia, pero no en grandes cantidades. Lo que hago es trabajar capa sobre capa. Mis pinturas son muy elaboradas. El color es el color que voy preparando en mi paleta, que no es la paleta de pintor que se usaba antes, sino una gran tabla. Macero el color para que sea el que a mí me gusta, el que yo produzco, no el del pomo.

-Por lo que vi, en sus pinturas predomina mucho el azul.

-Sí, hay una predominancia del azul. Según decía Norberto Griffa, hay un azul Corvino.

-Así como hay un azul Chagall.

-Claro, pero yo trabajo también mucho con los complementarios.

  – ¿Y cómo definiría su pintura desde el punto de vista plástico?

– Mi pintura no es figurativa porque no representa. Yo la defino como “figural”.

-¿Eso significa que es figurativa pero no es realista?

-Exactamente, no pinto con los colores de la realidad, sino que los traduzco a colores de mi interior, hago el color como lo siento yo, no como lo veo. Un piso, por ejemplo, puede ser totalmente amarillo aunque en la realidad no haya un piso de ese color, tampoco de color Azul Francia. Sin embargo queda bien porque es estético.

-Sus trabajos con de gran tamaño. La gran dimensión podría ser tomada como una manifestación de la materialidad.

-Sí, las pinturas son de gran tamaño. Los dibujos no porque los realicé durante el encierro.

-¿Cómo espera que sus trabajos sean visto por el espectador?

-Yo no bajo una línea. Aspiro a que sea el espectador el que cierre la obra. Mi deseo es que mi pintura lo haga reflexionar sobre algo a quien la mira. Para mí eso sería lo más importante.

Expectativa urbana puede verse hasta el 8 de enero en el Corredor Cultural del quinto piso del Palacio de Hacienda, Hipólito Yrigoyen 250, CABA, de lunes a viernes de 11 a 17 previa inscripción en [email protected]