Hace apenas tres días las calles más emblemáticas de Madrid amanecieron llenas de pelotas de fútbol. Bastaba con acercarse hasta las inmediaciones de la Puerta del Sol, las entradas de la Plaza Mayor o a la icónica Plaza del Callao, para encontrase con hileras de pelotas alineadas prolijamente, como una formación de granaderos custodiando el paso de los peatones. Se trataba de una iniciativa publicitaria que la Liga de Fútbol de ese país llevó adelante con la marca Puma, que este año proveerá los balones que se usarán en todos los partidos. La intención era promocionar el inicio del nuevo torneo, que comenzó este fin de semana. Las famosas pelotas eran, en realidad, los típicos bolardos esféricos de granito que se utilizan para separar la vereda de la acera, que habían sido vestidos con telas que los volvían prácticamente idénticos a los “Accelerate” y “Adrenalina”, los nuevos y coloridos modelos que Puma acaba de estrenar en los primeros partidos del campeonato español. El parecido con las vistosas pelotas era extraordinario. Tanto, que finalmente la cosa duró muy poco. Quino lo había contado como un chiste hace años y ahora los madrileños lo volvieron realidad.

El Ayuntamiento de la capital ibérica anunció ayer que los recubrimientos que forraban los bolardos fueron retirados. ¿Los motivos? Al parecer no fueron pocos los transeúntes que los confundieron con pelotas auténticas y no pudieron resistir el impulso irrefrenable de patearlos a la carrera. Y ya se sabe lo que pasa cuando alguien le mete una patada a una bola de concreto que persiste en su actitud de aferrarse al suelo.

Todo eso ocurrió a pesar de que junto a cada bolardo disfrazado de pelota se habían colocado pequeños letreros que alertaban sobre el peligro de golpear a aquellos objetos con el propio cuerpo, intentando desalentar a los potenciales émulos de Messi. Por desgracia los cartelitos no eran visibles desde todos los ángulos, detalle que les impidió cumplir su función con eficacia.

Es así que durante todo el fin de semana las redes sociales se llenaron de quejas de ciudadanos criticando a las autoridades madrileñas por lo que calificaban como “una pésima idea”. La respuesta oficial no tardó en llegar. Por la mañana de ayer fue la propia vicealcaldesa de la ciudad, Begoña Vallacís, quien se encargó en persona de responder a varios de esos mensajes, pidiendo disculpas y confirmando el retiro de la fallida intervención del espacio público convertida en un repentino e inesperado peligro.

Ayer temprano los bolardos volvieron a mostrar su habitual color cemento. Ya no se ven tan lindos, pero al menos dejaron de ocultar su rigidez inamovible bajo una tentadora máscara futbolística. Por fortuna nadie resultó herido de gravedad, aunque fueron varios los que aprendieron por las malas cuán cierto es aquello de que nada es lo que parece y que no todo lo que brilla es oro.

Otras historias de intervenciones urbanas polémicas

Los silloncitos traicioneros de Buenos Aires

A mediados de 2013 la elegante avenida Roque Sáenz Peña, también conocida como la Diagonal Norte de Buenos Aires, amaneció amoblada con estilo. En sus veredas, que van desde un vértice de la Plaza de Mayo hasta el Obelisco, la municipalidad de la ciudad había colocado una serie de sillones tapizados en lo que parecía ser una sobria seda oscura, cuya apariencia mullida invitaba a descansar un rato. Lejos de resultar placentera, la experiencia podía ser traumática para el culo humano. Y es que los engañosos silloncitos, diseñados por Ivan López Prystajko y Eugenio Gómez Llambi, integrantes del Grupo Bondi, estaban lejos de tener la consistencia cálida y suave que parecía revelar una primera mirada. Igual que los bolardos madrileños convertidos en pelota, su apariencia ocultaba una naturaleza  granítica. Todos quienes se hayan sentado en ellos nunca olvidarán la ingrata experiencia de la primera vez y llevarán para siempre en sus glúteos la memoria fría y dura del inesperado impacto contra el cemento traidor. A pesar de todo, nadie se quejó y los silloncitos infames siguen ahí, burlándose de los desprevenidos, sin discriminar entre porteños y visitantes.

El Lobo Marino del Festival de Cine de Mar del Plata 

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En su edición de 2017, el tradicional Festival Internacional de Cine de Mar del Plata le encargó al artista Marcos López intervenir uno de los famosos Lobos Marinos que custodian la entrada de la Playa Bristol, en la rambla de la ciudad. Intentando montar una escena que representara la identidad marplatense, reuniendo su naturaleza balnearia con motivos cinematográficos que la emparentaran con el festival, López le calzó a la escultura de granito un salvavidas amarillo con forma de pato y la rodeo con unas ramas de olivo. Las quejas no tardaron en llegar: los locales consideraron aquello una ofensa a uno de los grandes símbolos de su ciudad y a los espectadores les pareció que su estética no representaba en nada la curaduría cinéfila del festival.

El David de Miguel Ángel, hincha de la Celeste

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Durante el último Mundial de Fútbol, que tuvo lugar en Rusia en el año 2018, las autoridades de Montevideo tuvieron una idea simpática: intervenir una réplica del David, una de las obras escultóricas más famosas del artista italiano Miguel Ángel, vistiéndola con la indumentaria oficial de la Selección uruguaya. La estatua, que se encuentra en la explanada de la intendencia de la ciudad, se convirtió por unos días en un hincha más de la Celeste, apodo con el que se conoce al equipo nacional de fútbol del país vecino. La obra fue ejecutada por dos vestuaristas que cortaron y cosieron la camiseta celeste y el pantaloncito negro directamente sobre  la estatua, cuya altura supera los cinco metros. Por supuesto, las muestras de adhesión y de rechazo no tardaron en llegar, poniendo de un lado a los que se lo tomaron con humor y del otro a los pedían respeto para el patrimonio cultural de la ciudad.

Los superhéroes soviéticos de Sofía

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Bulgaria fue uno de los países que tras el final de la Segunda Guerra Mundial quedó bajo el dominio ideológico de la Unión Soviética. Por eso es muy común encontrar en su capital, la ciudad de Sofía, muchas obras artísticas emplazadas en espacios públicos que recuerdan aquella conexión. Uno de los más deslumbrantes es el Monumento al Ejército Soviético, ubicado en un parque conocido como Jardín del Rey, en la zona céntrica del casco urbano. En su parte más visible, el conjunto escultórico muestra la representación de un batallón de soldados avanzando con energía hacia el frente de batalla. Tras la caída del bloque oriental, ese monumento fue objeto de numerosas intervenciones no oficiales, en las que artistas anónimos renuevan su sentido a fuerza pintura en aerosol y graffities. Algunas son tan poderosas que abren la discusión acerca de dónde ubicar el límite entre arte y vandalismo. En 2011 alguien transformó a los miembros del escuadrón soviético en famosos personajes de la cultura pop, como Súperman, el Capitán América, el Guasón, Papá Noel o Ronald McDonald, cuya identidad ideológica se encuentra en las antípodas de los imponentes soldados del monumento. Debajo de ellos, el artista desconocido pintó una frase que realza el sentido de la intervención: “Al ritmo de los tiempos”.

El dudoso árbol de París

En el año 2014 las autoridades de París decidieron emplazar una curiosa escultura transitoria en la Plaza Vendome, como parte de la Feria de Arte Contemporáneo. Obra del artista plástico estadounidense Paul McCarthy, la misma llevaba como título simplemente Tree (árbol en inglés) y consistía en un objeto inflable de color verde y 24 metros de altura, cuya forma intentaba representar de un modo muy esquemático la silueta de una conífera. Sin embargo, las miradas más pícaras no tardaron en verla más parecida a un juguete sexual que a un pino o a un ciprés. La ambigua escultura se convirtió así en objeto de bromas para los más desprejuiciados, pero también en un motivo oprobio para los conservadores. El resultado fue que el arbolito con forma de tapón anal comenzó a ser objeto de distintos actos de vandalismo y muestras de intolerancia, que finalmente obligaron a retirarlo.