Eleven se sumerge en una bañera llena de agua salada en el capítulo siete de Stranger Things. Flota boca arriba y cierra los ojos. Se agarra fuerte de los bordes, esa línea divisoria entre el acá y el allá. Atrás de sus párpados las cosas no son tan diferentes: las casas de Hawkings, el vecindario donde transcurre la historia, están en el mismo lugar; la geografía es igual, también las distancias. Pero en el espacio donde vuelve a abrir los ojos, un tejido orgánico, bordó, nervioso, lo conecta y cubre todo.

Ahí el pueblo late y parece a punto de romperse o prenderse fuego. En ese no lugar están atrapados los adolescentes que la sociedad rechaza, que sufren, lloran, sangran en silencio. The Upside Down: el mundo del revés, el mundo de abajo. Así le dicen Mike, Dustin y los demás personajes de la serie a ese sitio que corre como un río eléctrico subterráneo y refuta el espacio cotidiano. El otro lado.

B. R. Yeager lo llama Espacio negativo. Así es el título de su novela traducida y editada por Caja Negra para la colección Efectos colaterales. El nombre que elige el escritor de Massachusetts para un texto que mezcla realismo con terror contemporáneo viene del diseño gráfico y la fotografía: es, en una imagen, el espacio que queda del espacio positivo, lo que parece no estar ahí, pero está por detrás del diseño; un telón de fondo imprescindible e invisible.

Digamos, el negativo de una foto analógica. Un espacio que no puede existir sin el otro y viceversa, así como las caras de la luna son dos, el ying no es sin el yang, el blanco sin en el negro, el acá sin el más allá, el microcosmos sin el macrocosmos.

El libro, que si tuviera una banda de sonido sería una playlist de ambient techno o  synthwave, describe esa ambigüedad del estar en un lugar sin estarlo, de desaparecer completamente, pasar a otro plano. La forma en la que estamos en los lugares es el tema principal del libro de Yeager.

Las descripciones de esos modos de habitar y de los vínculos entre el cuerpo y lo que los pies pisan sacan a los espacios del rol de escenario y los hacen protagonistas, tienen vida propia: “El piso de la escuela tenía baldosas hexagonales, grises y bordó. Líneas sucias de masilla grisácea se pudría entre unas y otras. Nunca pisaba las líneas. Imaginaba que me cortaban los pies, me los partían al medio y, luego serruchaban el resto de mi cuerpo mientras me derrumba sobre ellos”. 

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Los protagonistas y también narradores de Espacio negativo, Ahmir, Jill y Lu, son un grupo de adolescentes sin cable a tierra que tantean esos bordes, los describen, los cruzan, vuelven y por momentos parecen no estar en ninguna parte. Tambalean entre la rutina diaria de la escuela, los rotos vínculos familiares y sexoafectivos, la ola de suicidios que atraviesa y niega el vecindario de Kinsfield — “un pueblo construido sobre tumbas”— y el Upside Down, cuyas puertas de entrada son la magia negra, las drogas, los sueños, el ocultismo y las autolesiones.

Los otros mundos de B. R. Yeager

Como Eleven, los chicos y chicas que retrata Yeager pueden cerrar los ojos, abrirlos y estar en el otro lado. Lo que buscan desesperadamente es salir de la prisión cotidiana, abrirse otro mundo que lo contradiga, porque “Estar aquí asesina todo”. Lu sueña con un espacio que es musgo, “como punta de cohete. Como el extremo de un cable enorme” que repta y aletea como un animal. Jill se transporta al más allá, donde “el mundo se parte como una cáscara de huevo. El mundo más allá de la grieta está vivo y se enrosca. Está despierto”.

También hay otro espacio negativo en la novela: el foro donde escriben bajo un alias los adolescentes de Kinsfield. Incrustado en el espacio de la página del libro con otra tipografía y que complementa la historia principal, allí se dice lo que en otro lado no se dice.

La forma coral en la que está escrita Espacio negativo, alternando entre el relato de los tres narradores al estilo de un grupo de WhatsApp, el foro en el que escribe Lu y otros personajes con nombres de ficción, los mensajes de texto que se mandan entre ellos y las citas de libros, produce en el lector la misma sensación de no hacer pie en ningún lugar, de pisar donde no hay suelo, por momentos difícil de sostener.

El centro que centrifuga todos estos lugares y narraciones es la figura encantadora y enigmática de Tyler, que no narra y que hace recordar al Facundo de Bajar es lo peor, primer libro y obra maestra de la escritora argentina de terror contemporáneo Mariana Enriquez.

Aunque la sensación ambigua de estar en muchos lugares a la vez pero no estar ni entender lo que pasa en ninguno que produce la lectura de la novela es estresante, recuerda a las formas de leer de los tiempos que corren: las mil pestañas de un navegador abiertas al mismo tiempo, el salto de una app a otra, caminar mientras se lee un chat.

Espacio negativo es una forma de abrir los ojos y estar en esos lugares difíciles de describir, donde sea que estés: donde estamos cuando no estamos, donde vamos cuando nos tapamos la cara con las manos, donde vamos cuando soñamos, leemos, nos ponemos los auriculares.