Durante el encierro que generó la pandemia, Hugo Lerner, médico psiquiatra y psicoanalista, decidió dictar un curso virtual sobre el amor para el que convocó a colegas pertenecientes a «distintas parroquias» del mundo psi. De ese curso surgió Amor. Un enigma radical (Lugar Editorial), un libro del que Lerner es compilador y autor de la introducción y dos artículos.  Los colegas que lo acompañan son Ana María Fernández, Leticia Glocer Fiorini, Luis Hornstein, Oscar Paulucci, Liliana Polaco, Andrés Rascovsky y Juan Carlos Volnovich.

«(…) hablar acerca del amor –señala en la introducción– resultaba una forma de elaborar las angustias y convulsiones que nos dejaba como sedimento tanto temor frente a la enfermedad y la muerte, y también instalaba una pregunta: ¿volveríamos a recuperar los vínculos extraviados y alejados?

El amor, una palabra que Lerner escribe con mayúscula en la introducción, tiene una importancia capital en la obra freudiana de la que él es un gran estudioso.

En esta nota, un recorrido por este «enigma radical» que ha sido pensado y vivido de distintas formas a lo largo del tiempo y que hoy, influido por la tecnología y por los avatares del siglo XXI, es blanco de replanteos y nuevas polémicas, desde el cuestionamiento de la monogamia hasta las nuevas formas de relacionarse que propone la virtualidad.

En Amor. Un enigma radical, usted sostiene que el amor es un concepto central en la teoría freudiana. ¿Cuál es el lugar que ocupa en esa teoría y cómo lo definía Freud?

–Es muy difícil contestar su pregunta en términos freudianos, pero el concepto central de la teoría de Freud se llama, ni más ni menos que «amor de transferencia». Este concepto freudiano clásico, que sigue teniendo vigencia, da cuenta del lugar que ocupa el amor en su obra. No se refería al amor idílico, sino a la situación que se puede dar en la relación analítica. El amor es tan fundamental en esta relación que Julia Kristeva, psicoanalista actual, dice que sin amor no es posible establecer un vínculo analítico.

–¿Ese amor no va más allá del vínculo analítico? Me refiero a si todo amor, independientemente de cuál sea su objeto, no es transferencial.

–A mí no me gusta usar conceptos psicoanalíticos fuera del psicoanálisis. Sin embargo, estoy de acuerdo con usted. Establecemos transferencias con las personas. Porque, ¿qué es la transferencia? Es la investidura de uno hacia otro. En el momento mismo en que usted me está entrevistando se produce una transferencia, pero el concepto se circunscribe específicamente a lo analítico. Esto se puede complejizar más: Freud dijo que no hay amores, si no hay odios. En el libro cito a George Sylvester Viereck, un periodista que entrevistó a Freud. Éste le dijo que el amor siempre va de la mano del odio, nunca separado. Esto también sucede en un proceso analítico. Allí se produce una transferencia positiva, una transferencia negativa, se dan momentos de bronca del paciente como parte del devenir de la subjetividad. En relación con su pregunta, esto puede hacerse extensivo a cualquier vínculo.

–¿Hay una especificidad de este proceso en el psicoanálisis?

–En el análisis este concepto tiene un condimento teórico y metapsicológico al que Freud le dio un uso en la técnica psicoanalítica. En el afuera del análisis se dan relaciones transferenciales, pero uno a un amigo, por ejemplo, no lo va a interpretar. Para mí es importante marcar esta diferencia. Hubo un momento en la historia del psicoanálisis en que los analistas andaban a los «interpretazos» por todos lados. Pero si uno está comiendo un asado con un amigo, no le puede decir «lo que pasa es que estás con resistencia», sólo tiene que comer el asado (risas).

Foto: Diego Martínez

Se lo pregunté porque me resulta difícil explicarme sin recurrir a la transferencia no ya el amor, sino el enamoramiento.

–Eso es otra cosa. El enamoramiento dura poco. Freud habla de él en Introducción al narcisismo y dice que es la investidura masiva hacia el objeto amado y el vaciamiento del Yo. Junto al enamoramiento coloca la hipnosis y la sumisión al líder porque estaba por surgir el nazismo.

–¿Y qué es lo que equipara estas tres situaciones?

–En el enamoramiento se coloca el ideal del Yo en el objeto amado. Esto también sucede con el líder, que fue lo que pasó con Hitler, y en la hipnosis se da exactamente lo mismo.

No creo que haya alguien que nos esté destinado porque uno se puede enamorar de personas muy distintas. Pero, insisto, me resulta difícil entender por qué si no es a través de la transferencia.

–Es interesante. Podríamos pensar que una persona que nos genera enamoramiento tiene representaciones de nuestro pasado, nos hace revivir viejas situaciones, tiene un gesto que se relaciona con algo de nuestra historia. Todo esto es inconsciente, se da más allá de que podamos compartir gustos, aficiones, intereses… Hay algo de lo que no somos conscientes y esa persona se convierte en nuestro ideal. Sí, existe lo inconsciente, algo que detona en nosotros viejas representaciones, pero también existe lo consciente, como diría Freud.

–Internet ha cambiado las formas de relacionarse en el amor. ¿Los sitios de citas, a los que se refiere en su libro, son una expresión de mercado, en este caso, de mercado amoroso?

–Sí, eso es lo que dice el filósofo coreano Byung-Chul-Han, que en ese tipo de intercambio uno se convierte en un objeto. De todos modos, yo no lo critico. Es un modo de vincularse y, en algunos casos, se han construido vínculos, incluso vínculos estables. La tecnología existe y hay que incorporarla.

Byung-Chul Han dice que vivimos en un momento en que lo que más queremos es experimentar, tener un acceso total a las cosas.

–Exactamente. Ya no importa el vínculo en sí, sino cuántos likes se consiguen. De esta forma se establece la compulsión de tenerlo todo a mano. Los likes son una especie de acumulación, es como acumular dinero. Me pregunto dónde está la emocionalidad en eso. Eva Illouz, que también cito en el libro, se refiere al tema del desencuentro. Dado que se trata de un vínculo descorporizado, cuando aparece la realidad, aparece la desilusión. Cuando quienes se comunicaban virtualmente van a tomar un café, suele suceder que no hablan como escribían, ni tenían la facha que habían logrado con el Photoshop. Quienes han estudiado este tema dicen que en estos sitios son más las rupturas que los vínculos que se consolidan.

–Usted recorre diversos tipos de amor y se refiere al poliamor textualmente como «un modelo un tanto neoliberal de la pareja». ¿Por qué?

Es un modelo neoliberal porque se recluta un capital erótico y hay un pacto de avisarle al otro cualquier desplazamiento. Por eso me pregunto si el prefijo «poli» no tendrá que ver con policíaco (risas). El informe de esos desplazamientos daña, porque el ser humano es posesivo. Biung Chul Han habla de que el otro se convierte en un objeto de consumo. Illouz dice que el capitalismo arrastra las relaciones amorosas hacia una situación de posesión de objeto que se diferencia del amor romántico. Creo que el capitalismo arrasó también el mundo emocional. La sociedad de consumo ha atravesado las políticas del amor. Es más importante tener que ser. No es que yo añore el amor romántico, pero creo que la pareja ha conservado algo de este tipo de amor. Claro que no es el romanticismo de Goethe ni el de la novela Madame Bovary.

Usted señala que la pareja  ha perdurado bajo diferentes formas, mientras que la familia, no.

–Sí, como sostiene Tamara Tenenbaum, han cambiado los modelos pero la pareja resiste. Élisabeth Rouidensco lo dice muy claro: ¿por qué los gays y las lesbianas quieren entrar en la institución del matrimonio? Precisamente porque está institucionalizado, porque perdura algo del amor romántico y porque todavía la sociedad pacata critica ese tipo de vínculo. 

Hoy el deseo de «posesión» del otro se considera algo muy incorrecto. Siguiendo a Freud, usted dice que nunca se es más desvalido y vulnerable que cuando se ama. ¿No es lógico, entonces, experimentar deseo de posesión al temer la pérdida de lo que creemos que nos constituye? ¿Se puede ser políticamente correcto en el amor?

–Se dice «sos mía o mío para siempre». ¿Por qué el lenguaje está atravesado por estas expresiones? ¿Por qué los boleros surtieron tanto efecto? Porque hay en eso una idea de posesión que, obviamente, es mítica. Se experimenta el deseo de posesión, pero en verdad nadie puede poseer a otro. En el momento del enamoramiento andá a decir «yo no soy tuya o tuyo». Durante la relación sexual se dicen cosas como «te como», «te devoro». Todo eso tiene que ver con el deseo de posesión. Freud explica que venimos desvalidos al mundo y siempre estamos buscando salir de ese desvalimiento. El amor es una manera de correrse de ese desamparo. Es un resto infantil que permanece. ¿Qué hijo no quiere ser único? ¿En qué situación fraterna no hay rivalidad? Siempre queremos ver en el otro el reflejo de que somos muy especiales. Esto se da en todas las relaciones, también en las laborales y sociales.

Cuando se habla del poliamor suele decirse que la monogamia no es «natural». ¿Pero hay algo «natural» cuando nos definimos como seres humanos porque estamos atravesados por la cultura?

–El tema es que la monogamia era una exigencia para la mujer, no para el hombre y eso tiene que ver con el patriarcado. En el mundo islámico, si un hombre tiene mucha plata puede tener muchas mujeres. Pero una mujer debe tener un sólo hombre porque, si no, la lapidan. Estamos atravesados por la cultura que, a su vez, está atravesada por el patriarcado y el machismo. Se dice que en la mujer la monogamia nace para asegurar la herencia, no vaya a ser que herede el hijo de otro hombre. Pero no se puede legislar el deseo. A nadie se le puede imponer que si está con tal persona no desee a otra. El tema es si le da curso o no al deseo, si evalúa lo que arriesga, si lastima a alguien… Creo  que la hostilidad no está tanto en la infidelidad, sino en el hecho de que no se puede –y este es un concepto psicoanalítico– tener al otro en su completud, nunca se conoce al otro en su mismidad porque la mismidad es incompartible.