Todos pierden en la guerra. Bueno, no todos. Ganan los poderosos, los sádicos, los cínicos, los asesinos. También los cagatintas dedicados a narrar la historia oficial de los ganadores. El periodista colombiano Juan Miguel Álvarez se para al otro lado de la vereda. Narra la historia de los vencidos: los heridos, los secuestrados, los que perdieron familiares y amigos, los que tuvieron que migrar y dejar todo atrás, los que siguen construyendo memoria y luchando por la paz en Colombia. Los vencedores vencidos.

“La guerra que perdimos” es el nuevo libro del curtido cronista nacido en Bogotá en 1977. La obra fue galardonada con el Premio Anagrama de Crónica 2022. Son once textos que recogen esquirlas, perlas y cicatrices del “conflicto armado interno” en el país andino-amazónico-caribeño. También, un diario íntimo de un reportero riguroso, generoso al dar la palabra y con fina pluma de altura. Leila Guerriero, jurado del premio, pinta mejor su caja de herramientas: “Se ven todas las virtudes del buen periodismo de siempre: ver, volver y contar”. Los pilares del violento oficio de escribir. Sobre esas bases edifica sus crónicas Álvarez.

Crónicas paridas en Colombia.

Según guarismos del Centro Nacional de Memoria Histórica, desde 1958 a 2018 se registraron 262.197 víctimas mortales por la violencia estatal, guerrillera, paramilitar y narco en Colombia. La población entera de una ciudad europea como Oporto o de nuestra San Salvador de Jujuy. El 78% de la sangre derramada fue de civiles. Nueve millones de personas fueron afectadas moral, patrimonial o físicamente por los grupos armados legales e ilegales. Fríos números de un holocausto donde se borran las fronteras, los límites, los bandos, las motivaciones, los responsables. El cronista Álvarez asume el reto de tejer un patchwork para construir memoria, ensayar (im)posibles explicaciones y recolectar rastros y vestigios del horror.

Memorias de las víctimas: Paulina narra vida y obra de su hija Cristina, una enfermera asesinada por los paracos en Calamar; Nevardo reconstruye sus penurias luego de ser víctima de las minas quiebrapatas en Samaná: las andanzas y desandanzas de los niños reclutados a la fuerza por la guerrilla; los “falsos positivos” que engordaban las “victorias” del Plan Colombia; la “limpieza social” de los desechables, las personas marginadas y olvidadas por el Estado que viven en las calles; las luchas de las comunidades indígenas y afro. Escribe el cronista: “un sinfín de historias, de comienzos y finales, de gente que he conocido en este oficio de reportero. Un inventario de personas por todo Colombia para las que nunca hubo ningún país, para las que sólo hubo guerra.”

En el prólogo, Juan Miguel Álvarez cita un párrafo luminoso de Las guerras en Colombia, el libro de la reportera Alma Guillermopietro: “… en Colombia, todavía, las que ocurren son venganzas, ideologías, muertes e indiferencias viejas y que lo que está por inventarse es un futuro distinto”. Cuánta razón.