Apenas se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio y se comenzó a vivir puertas adentro, las pantallas se convirtieron en las únicas ventanas abiertas al mundo. Nadie hubiera imaginado que la Feria del Libro, luego de 45 años ininterrumpidos de promover la relación cercana entre el lector y el escritor, se convertiría en su 46° edición en una convocatoria virtual que parpadearía en la mini pantalla del celular, en el monitor de la computadora y , cerca del cierre, también en la pantalla de la TV Pública.

El anuncio oficial de la suspensión fue tardío porque sus organizadores siguieron esperanzados la evolución de la pandemia. No resultaba fácil desarmar la estructura del mayor evento cultural de la Argentina, que reúne anualmente a más 1 millón de personas y que en la edición de 2019, pese a la apremiante situación económica, había albergado 353 stands de las diferentes editoriales, tanto de los grandes grupos como de los pequeños editores independientes.

Fue un golpe duro para la industria editorial que ya venía en caída libre. Cada uno de los puntos de la cadena se vio seriamente perjudicado. “Es difícil evaluar el daño –le decía a Tiempo en el mes de mayo Oche Califa, director cultural e institucional de la Fundación El Libro, entidad organizadora de la Feria- porque la compra no es un resultado que ocurre solo en los 19 días de público, sino que la Feria tiene un efecto promocional que se vuelca en librerías, por lo que habría que medir el efecto durante todo el año o sobre gran parte de él. Además, en la edición pasada vendimos al exterior 10 toneladas de libros a compradores que vienen en los días de profesionales, antes de que la Feria abra al público. Eso se perdió y es muy doloroso porque hace a la producción del libro argentino.”

No se equivocaba. Según un informe de la Cámara Argentina del Libro (CAL), de marzo a abril la producción de libros cayó en un 50 %. Abril fue el mes más crítico: prácticamente no se publicaron libros en papel. La retracción no sólo perjudicó a las editoriales independientes, sino a los grandes grupos, aunque estos tienen mayor capacidad de respuesta a una crisis como la que atraviesa el sector.

Las editoriales encontraron una solución parcial en la venta de libros virtuales y hubo y hay grandes campañas de promoción basadas en la liberación de algunos textos para que el lector pueda acceder gratuitamente a ellos desde un dispositivo electrónico.

Aunque en la Argentina el libro tradicional le sigue sacando varios cuerpos de ventaja al libro virtual, debido al aislamiento, la venta de e-books se disparó de manera significativa. Sin embargo, dada la aguda crisis de la industria editorial, este incremento no alcanza a compensar las pérdidas y es dudoso que, una vez fuera de la situación de encierro, los lectores argentinos cambien sus hábitos de lectura y se inclinen definitivamente hacia lo digital. Mientras tanto, también plataformas de descarga como BajaLibros han aumentado la demanda.

Las presentaciones de libros, habitualmente reuniones despobladas excepto cuando los autores son extremadamente convocantes, no solo se trasladaron a las pantallas, sino que encontraron formatos novedosos que van desde la entrevista periodística virtual hasta las propuestas participativas en la que el lector cumple un rol fundamental. Los escritores Tamara Tenembaun y Pedro Mairal, por ejemplo, aguzaron la imaginación e implementaron un intercambio de “cartas” virtuales entre ellos que los lectores que lo desearan recibían en su casilla de mail.

Tanto las universidades como otras instituciones ofrecen conferencias y conversatorios por vía virtual. La Biblioteca Nacional, por su parte, habilitó la posibilidad de realizar consultas chateando directamente con sus bibliotecarios desde su página web, en horarios específicos y vía mail fuera de esos horarios. También ofrece tutoriales para ordenar la biblioteca personal y pautas para buscar de manera más eficiente y rápida de material bibliográfico a distancia. Otra propuesta original es la producción conjunta a través de un video del Diario de la Peste que consiste en que cada semana un escritor cuente su experiencia de aislamiento o sus conjeturas sobre el futuro post pandemia.

El cierre de las librerías, cuyas ventas ya venían en baja, las obligó a reinventarse implementando un servicio de delivery y varias son las que mantienen este servicio luego de su reapertura.

En cuanto a las lecturas, hubo un regreso a algunos clásicos como La peste, de Albert Camus, que alcanzó una cifra de ventas mucho más elevada que en el momento de su publicación original en 1947. Del mismo modo, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez y Ensayo sobre la ceguera de José Saramago integraron el menú literario de los argentinos. Las distopías, subgénero de la ciencia ficción que muestran un futuro catastrófico, que ya constituían una tendencia en alza, sobre todo en la literatura juvenil antes del aislamiento, siguieron encabezando la lista de los más leídos.

Mientras la cifra de infectados crece y las autoridades anuncian nuevas restricciones para evitar el contagio, los diferentes integrantes del campo cultural ponen a prueba su creatividad para enfrentar la profunda crisis económica que atraviesa el país en los últimos años y que la pandemia ha profundizado.