Persigo un ideal, decía Bruno Schulz, el de “madurar hacia la infancia”. El verdadero aprendizaje no estaría en la vida adulta, sino en regresar al pasado, a la infancia, para redescubrir la espontaneidad, el asombro y la mirada fresca de la niñez. Sobre la base de esa idea cobra vida Las delicias, de Eduardo Crespo. El documental sigue la vida cotidiana de un grupo de estudiantes en el internado agrotécnico Las delicias, en Entre Ríos.

A mitad de camino entre la infancia y la adolescencia, estos chicos tienen que aprender a cuidarse entre sí lejos de sus familias. Las delicias no es una clásica película de “coming of age”, más bien presenta instantáneas, escenas donde detenerse a mirar los tropiezos, la ternura y la fragilidad de la infancia.  

Producida por Crespo, junto a Santiago Loza y Lorena Moriconi, la película se estrenó en 2022 en la Competencia Principal del Festival Internacional de Documentales de Amsterdam (IDFA) y luego pasó por prestigiosos festivales como el de Biarritz, Guadalajara, True/False y Frames of Representation, entre otros. A partir del 2 de noviembre podrá verse en la mítica Sala Lugones. Tiempo Argentino conversó con el director.

Foto: Prensa

-¿Por qué filmar en Las Delicias?

-Estaba un poco decepcionado con ciertas formas del cine contemporáneo, con maneras preestablecidas de producción de los rodajes en Argentina que buscan una narrativa clásica. Decidí hacer una película lo más pura posible, volver a los orígenes, ir sólo con una cámara y que todo se me fuera revelando. Ahí fue cuando apareció la posibilidad de filmar en la Escuela Agrotécnica Las Delicias, que es una escuela que queda muy cerca de Crespo (Entre Ríos), el pueblo donde nací. Está muy alejado de todo, entonces es un buen lugar para hacer una especie de retiro cinéfilo. La fui filmando en solitario en principio y después se sumó el equipo.

Empecé a filmar en la escuela con la idea de dejar de lado los prejuicios que tenía instalados, para no buscar llevarme lo que ya tenía pensado del lugar. Esa escuela tenía cierta fama en mi pueblo cuando yo era chico, nuestros padres nos amenazaban con llevarnos a Las delicias si nos portábamos mal, porque es una escuela en el medio del campo, donde conviven más de 100 niños lejos de su familia; y además era vista como una especie de escuela-cárcel, muy severa y rigurosa, casi como hacer la Colimba. Me interesaba vivir la escuela desde adentro y compartir con los chicos ese tiempo de crecimiento.

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Y empecé a filmar en Las Delicias haciendo entrevistas a los chicos, pero rápidamente me di cuenta de que no iba a ser el mejor camino. Lo entendí al toque porque yo también soy de zona rural y el diálogo no es el fuerte para expresarse, va habiendo otras formas. Comencé a seguirlos en el cotidiano y me parecía lindo poder evitar la parte institucional de la escuela, que es un camino que por ahí se tomaría desde el cine más industrial, en esto de reflejar de una forma ordenada y estandarizada los procesos de aprendizaje. Por eso me decidí por el tiempo libre, el ocio, el recreo de esos niños, cómo iban congeniando entre sí y armando grupos en los que compartían saberes, herramientas para lo que va a ser su paso siguiente, la primera juventud y la vida adulta.

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-¿Revertiste tus prejuicios en el proceso?

-Sí, yo pensaba que me iba a encontrar con un lugar un poco más violento en cuanto al abuso de poder de los más grandes con los más chicos y cuando llegué me encontré con que hay bondad y afecto, sobre todo de parte de los profesores y los preceptores que cuidan a los chicos a niveles que van más allá del rol académico. De alguna manera son huérfanos ahí durante su niñez, porque están lejos de sus familias. Eso hace que los mismos niños armen redes de cuidado y construyan una especie de comunidad donde se acompañan en esa etapa que es muy dura. Aunque la película también trabaja con el registro del humor y la alegría, finalmente muestra que todos esos niños están todo el tiempo pensando en volver a sus hogares y buscando excusas para irse y estar con sus madres. Hay una fragilidad que humaniza y se vuelve muy hermosa porque muestra lo importante que es estar cerca de los demás, tener la contención necesaria para transitar la infancia. A la vez, en el transcurso del montaje empezamos a encontrar algunas líneas narrativas y empezó a aparecer un personaje más colectivo, no hay ningún personaje que se destaque demasiado, sino que la película arma un personaje colectivo donde cualquiera puede ser protagonista.

-Nunca se cuenta la historia familiar de ellos, por qué terminan yendo ahí, eso no se explicita. 

-Me gustaba la idea de que en esta escuela en la que los chicos están con uniformes no sabemos bien a qué clase social pertenecen, cuál es su origen. Hay chicos que vienen de lugares muy humildes, otros que son de familias de campo más pudientes y después vienen muchos chicos que son echados de otras escuelas en la ciudad. Pero había algo que me gustaba en que eso no se pudiera distinguir del todo, que todo sucediera, se muestre y no se enuncie.

Y, por otro lado, decidí centrarme sólo en el internado, que por ahora es solo para varones porque no tienen la posibilidad de quedarse chicas. Concentrarme en eso, en la convivencia de estos chicos que viven ahí y no en el resto de la escuela que durante el día se arma un poco más amplia, con chicos y chicas que vienen de afuera.

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-En un momento, hay una escena que es muy linda: uno de los nenes agarra un pajarito que está moribundo y lo toma para cuidarlo, le da de comer y trata de que vuelva a estar bien. ¿Cómo la pensaste?

-Sí, toda la película se refleja en esa escena un poco. Aprender a cuidar. Pero a la vez también hay otros compañeros que podrían destrozarlo al pájaro. Hay uno que se hace cargo del cuidado, pero alrededor está presente lo salvaje también. Me parecía muy lindo que la escuela de repente se detiene a cuidar un pajarito, algo tan frágil. Eso fue apareciendo, me interesaba no forzar escenas. Es una forma de hacer cine que por ahí ya no existe tanto o se desestima por ser contemplativo, pero a la vez es tan narrativo como contemplativo porque finalmente cuenta todas esas cosas la escena, está contando un montón de cosas.

-¿Aparece también el contraste con todas esas reglas sociales acerca de cómo ser un varón? Cuidar, demostrar afecto, ser sensible, todo eso no entra ahí. Y son nenes que se están formando. 

-Sí, cuando ingresan los niños todavía conservan algo de cierta libertad para con los sentimientos y todo eso. Después, cuando entran en este lugar, pasa poquito tiempo y ya se empiezan a formatear, arman una coraza para no ser carne de cañón, para no ser bullyados o agredidos. Por eso tomo este primer año, que son chicos que tienen once años, tienen una mezcla de ingenuidad e inocencia, pero también están empezando a convertirse en algo más rígido, construyendo la coraza. En el rodaje cuando filmaba a los más grandes me daba cuenta de que se había roto todo eso, que ya no podía ver lo que veía en los más chiquitos.

-¿Qué preguntas abre el documental?

-Hay varios temas. Uno es la pregunta por el cuidado y la educación sentimental. Otro es la manera en que los lugares hacen a la dinámica de vincularse, me interesa retratar algo de mi provincia, de mi territorio. También aparecen cuestiones alrededor del rol de la educación pública, cómo funciona y sostiene a los chicos en estos lugares tan lejanos y tan abandonados por la sociedad muchas veces, poco visibilizados.

Proyecciones:
Jueves 2, viernes 3 y sábado 4 a las 21 horas. Domingo 5 a las 17. Martes 7 a las 18. Miércoles 8 a las 17. Jueves 9 a las 18.Sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530, CABA.