Lorenzo Silva es un best seller del género policial y dice que llegó a él a través de Raymond Chandler, porque su forma de escribir lo interpeló. Lo atrajo el trabajo sobre la prosa y los personajes y la voluntad poética que se evidencia ya en sus títulos.

Recientemente viajó a la Argentina para presentar su última novela Púa, un thriller que no cumple con todas las exigencias del género para aventurarse por caminos menos ortodoxos  y plantearle al lector interrogantes que no son, precisamente, quién fue el asesino y cómo cometió su crimen, sino más bien qué significa ser un asesino y de qué modo vive quien ha cruzado un umbral y ha entrado en un territorio del que es imposible volver, independientemente de cuáles hayan sido sus móviles y en nombre de qué le ha parecido justo hacer lo que hizo. Detrás de este thriller hay cientos de testimonios de personas que han cruzado ese umbral. «Me atrapa el relato de la violencia en primera persona», dice el autor.

Aunque en el momento en que comienza la novela Púa ya no es un agente secreto sino el dueño de una librería, su pasado regresa a través del mensaje de un amigo, Mazo, con el que ha compartido misiones de riesgo y que, próximo a morir, le pide que salve a su hija de las garras de un hombre peligroso

Es así que Púa vuelve a cumplir con una misión que, esta vez, es personal, lo que no disminuye los riesgos que conlleva.

Usted es reconocido, sobre todo, por sus thrillers. En Púa, se debaten problemas morales: qué significa ser un asesino, cuáles son sus posibilidades de ser feliz y cuáles pueden ser sus sentimientos más íntimos, incluso cuando se trate de un torturador.  ¿Podría ser definido como un thriller existencial?

-Sí, exactamente. La gente tiene todo muy clasificado y piensa que en un thriller sólo tiene que haber acción, aventura, tensión y el personaje no puede pensar ni tener problemas morales. En cuanto a los asesinos  y torturadores, en todos los países hay mazmorras subterráneas. En España las llamamos cloacas, que es buena como metáfora pero que a mí no me gusta porque alude a lo maloliente que tiene un punto moralista y yo creo que lo que hay que plantear son miradas morales sobre el tema, no moralistas. Para mí lo importante es la dimensión subterránea, clandestina, aquello que el propio poder no se atreve a hacer a la luz del día. Eso es lo que a mí me interesa y, sobre todo, las personas que, finalmente, son ejecutores y también instrumentos de esa dimensión oculta del poder y a eso se refiere “Púa”. En ciertos períodos históricos este poder clandestino se hipertrofia y puede llegar a gangrenar la propia organización estatal.

El personaje, Púa, pertenece a ese poder subterráneo, pero se plantea problemas morales.

-Sí, la idea era contar desde la perspectiva de un personaje que no es un psicópata, no es un desalmado ni un inconsciente, y que no deja de tener una dimensión humana. Es alguien que, en el fondo, se interroga sobre las consecuencias de sus actos. Esto es algo que, a veces, algún lector me reprocha.

¿Cómo surge en usted esta novela?

-No surge por azar y por eso no está situada en ningún momento ni en ningún lugar. En los últimos diez años he conocido a personas que en contextos distintos han estado en escenarios de violencia y han sido parte de esa violencia. Eso es lo que me atrapó, el relato de la violencia en primera persona por gente que no la banaliza, no la frivoliza, sino que es gente consciente de la gravedad de lo que ha hecho. He hablado con personas que han estado en organizaciones terroristas, que han estado en la lucha antiterrorista dentro y fuera de la ley, personas que han estado en conflictos bélicos y en situaciones de combate exponiendo sus vidas y disparando contra otras personas. Este libro nació del encuentro con personas conscientes de lo que hicieron que se interrogan moralmente sobre ello.

-¿Es posible convivir con esas historias de violencia cuando se es consciente de los efectos de esa violencia?

-Los seres humanos somos así. Nos hemos acostumbrado a tener siempre disponible una justificación para todo. Hoy leía una referencia de Steven Pinker que decía que incluso los criminales, los asesinos, cuando se van a dormir están convencidos de que son buenas personas y que tienen una justificación para lo que hicieron.  El ser humano es muy diestro para autojustificarse.

Foto: Pedro Pérez

-¿Y de qué modo se relaciona Púa con esto?

Púa es alguien que renuncia a la autojustificación, a la exculpación. En este sentido, la primera frase de la novela ya es contundente: “Soy una mala persona”.

-Además, es un asesino melancólico.

-Claro, porque es accidental. No es un psicópata, no es alguien atraído a priori por la violencia. Al contrario, siente repugnancia por ella, incluso cuando la ejercita de niño y ve lo repugnante que es matar a un animal o pegarle a una persona indefensa. Pero la vida lo conduce ahí y vive la violencia de una manera consciente. Ayer vi una película argentina en el avión que me trajo, Un crimen argentino, en la que aparece un torturador de una unidad militar y es un hombre totalmente insensible. Pero también hay verdugos conscientes de lo que están haciendo y que cuando pasa el tiempo y recuerdan lo que han hecho tienen la necesidad de gestionar eso personalmente. Leí hace poco un libro de un periodista italiano, Mario Calabresi, que se llama Salir de la noche, en el que el autor habla de su experiencia como víctima del terrorismo. Él es hijo de un policía de Milán al que asesinaron por la espalda unos terroristas anarquistas. Él tenía tres o cuatro años cuando sucedió esto, de modo que vivió casi toda su vida sin padre. Habla de la memoria de la violencia y de mil cosas más. Me pareció muy interesante algo que dice y es que se puede ser un ex terrorista, pero no se puede ser un ex asesino.

-Porque asesinar a alguien es cruzar un límite del que no hay regreso.

-Sí, eso estará presente siempre y entonces hay dos maneras de enfrentarse a eso: analizarlo, justificarlo, exculparse porque no se tuvo más remedio que hacer lo que se hizo o asumirlo.

-Y Púa decide asumirlo.

-Sí, mi personaje renuncia a la banalización, a la exculpación. Su única redención, ya que muchos de los hechos de su historia son irreversibles, es la asunción y la sinceridad. La única forma de justicia que él puede concederse y concederles a los demás, incluidas sus víctimas, es no engañarse sobre lo que es y sobre lo que ha hecho.

Hay gente que se molesta cuando se le habla de los rasgos humanos que puede tener un torturador o un asesino. Se los considera como excepciones de lo humano, porque creo que es terrible aceptar que esa monstruosidad repudiable también habita en lo humano.

-Sí, precisamente, eso es lo pavoroso porque si fuera gente “distinta” de la mayoría, sería posible identificarla, marcarla y de esa manera tendríamos una mayor defensa frente a ese mal de la tortura, el abuso, el avasallamiento. Conocí torturadores y no son esencialmente distintos de ti o de mí en determinados aspectos. Tienen familia y viven sus avatares, desde las alegrías hasta las penas. Sufren el dolor como los demás, lo que, por supuesto, no los justifica ni hace menos abominables sus actos. Por lo menos yo no encontré nunca a nadie que se jactara de lo que había hecho. Alguien condenado por torturas me dijo “yo hice esto porque creía que era necesario, que la persona que estaba torturando tenía una información que podía salvar un vida”. Al mismo tiempo, decía también que se sentía mal al hacerlo, porque hay que ser un anormal para hacer ciertas cosas. Claro que hay psicópatas que disfrutan del sufrimiento ajeno. También he hablado mucho con personas que estuvieron en situaciones de combate.

-¿Y qué le contaron?

-Hubo alguien que me contó una historia en que se ve esta dualidad. Unos militares caen en una emboscada de los talibanes. Ellos son apenas diez y los atacan muchísimos más. En ese momento, entonces usan las armas para matar al mayor número de atacantes lo más rápido posible. Su mira es hacer el máximo daño para salvar sus propias vidas.  Esta persona me contó que en ese momento del combate recordó que, en España, su hija estaría entrando al colegio y se preguntó si volvería a verla. Esa dualidad nunca la pensamos. En las películas de guerra los combatientes sólo son Rambos que siempre están disparando. Esto revienta nuestros esquemas y esto es, precisamente, lo que me interesa.

-Púa y su amigo, Mazo, se han infiltrado en grupos terroristas, son duros y están entrenados. Sin embargo, se enamoran  y ese amor es su punto débil. 

-Claro, pero la diferencia es que Púa tiene que dar un paso que no tuvo que dar su compañero. Púa engaña y manipula a la mujer de la que está realmente enamorado. Sufre por engañarla, pero siente que es la única manera que tiene de sostener su cobertura y, al mismo tiempo, de protegerla. Hace dos cosas a la vez, amarla y engañarla.

Pese a ser quien es, tiene una ética propia. Se compromete con Mazo que está por morir a salvar a su hija y lo hace. Y, a pesar de que siente deseo por ella, no lo expresa porque es leal a su amigo. ¿Incluso los asesinos tienen  una ética personal?

-Sí. Yo he ejercido como abogado durante bastante tiempo y, además, para alimentar mi profesión de escritor he visitado muchas cárceles. Hace unos años estuve en una cárcel española en la que había un club de lectura con presos. Era gente de todo tipo que había cometido crímenes graves y no tan graves. Salió el tema de un ladrón que hubo en España que cometió una cuarentena de atracos. Era alguien muy violento, que portaba muchas armas y, además, las usaba. En sus atracos murieron tres personas y otras resultaron malheridas. En medio de la conversación un preso dice “ese hombre es un animal, así no se atracan bancos”. Uno de los presos dice “éste sabe de lo que habla, que es atracador de bancos” y yo pregunté cómo se atracan bancos. Entonces el preso explicó que un buen atracador, un profesional, no se mete en un banco con un montón de armas porque puede hacer mucho daño. Un banco se atraca en connivencia con algún empleado de la sucursal y me contó cómo lo hacía él. Este hombre tenía su ética del atraco de bancos.

Foto: Pedro Pérez

Usted es un best seller del género policial. ¿Qué lo llevó a abordarlo?

-Yo tengo 84 libros publicados de los cuales sólo 20 pertenecen al género policial y son los que me han hecho conocido. El género es importante pero no es central en mi obra. Comencé a escribir novela policial hace 30 años, cuando el género era muy marginal. En ese momento era una especie de desperdicio porque nadie lo iba a valorar. Ahora estoy en la situación contraria. La novela policial es lo más visible de mi obra y cuando me salgo de ahí, parece que me salgo del centro. Incluso con Púa hay lectores que me reprochan que no es un thriller en sentido estricto. A veces pienso si es bueno o malo que el policial sea un boom. 

Historias de un cazador de historias

-¿Por qué se ha relacionado tanto con criminales, con torturadores, con gente que estuvo en situación  de combate en alguna guerra? ¿Lo hace de manera sistemática para buscar información para sus novelas?

-Sí, yo creo que las historias están en muchos sitios, tienen muchos testimonios y todos son valiosos. Hay muchas maneras de acercarse a ellas, por ejemplo, mirar documentales, muchos de los cuales son muy interesantes. Pero para mí hablar con las personas que protagonizaron esas historias es algo insustituible. Necesito el testimonio de primera mano para escribir. Cuando se trata de este tipo de historias a veces es difícil que las personas te hablen, que confíen, pero cuando consigues que te cuenten cosas, realmente, te acercas a dimensiones inesperadas porque, como decía Stendhal, es en los pequeños detalles donde está la verdad de las cosas. La historia que conté del hombre que en medio de un combate pensaba en su hija, es un ejemplo. Esa verdad profunda, esa verdad no evidente no la vas a encontrar nunca en un informe de guerra, por ejemplo. En un diario de operaciones dice que hubo tantos combatientes, tantas bajas, tantas armas y el ataque comenzó y concluyó a tal hora. Esa documentación sedimenta una serie de datos que son los que les importan a sus destinatarios, pero es una documentación fría. Por el contrario, a veces, en la conversación surgen cosas en las que quien testimonia no había pensado antes de contártelas. Y eso es lo importante.