Un jurado integrado por Hinde Pomeraniec, Sergio Olguín y Agustina Bazterrica consagró a Juan Federico von Zeschau como el ganador del Premio Futurock de Novela 2023 por La pájara.

Se trata de un thriller que habla de la corrupción en el mundo privado de los negocios.

Su protagonista es un joven empresario inmobiliario, Gonzalo, que debe reunir en muy poco tiempo dos millones de dólares para comprar un campo.

La operación está planteada, en principio, como una venganza y reivindicación de la memoria de sus padres. Pero esta motivación de orden humano que ha sido el disparador de tantas tragedias tratadas por la literatura y el teatro va cobrando un ritmo cada vez más acelerado, hasta convertirse en una suerte de spaghetti western: la sangre abunda, los tiros se multiplican, pero el corazón del lector, protegido por las convenciones del género, no duele. Una suerte de extrañamiento le indica todo el tiempo que está leyendo un tipo de literatura con códigos prefijados.

Pomeraniec señaló como uno de los méritos de la novela su ritmo atrapante y la pericia para abordar el mundo de los ricos en relación con el entramado del dinero.

Por su parte, Olguín dijo: «Los personajes son fascinantes, de esos que quedan dando vueltas después de terminar la novela».

Bazterrica destacó su falta de grietas y su escritura impecable.

El autor ya tenía una interesante trayectoria literaria en el momento de recibir el premio.

Con su novela Fuego amigo había ganado el 2º Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires (2015, 2017). Había participado de la novela colectiva Doble Juego (2021) y llevaba publicados, además, diversos cuentos en antología nacionales e internacionales.

El Premio Futurock viene a respaldar y confirmar el espacio que el autor ya se había ganado en el mundo de la literatura.

–¿Cómo nació esta novela? ¿La tenías pensada o la pensaste en función del concurso?

–Comencé a escribirla hace siete años. Se habla mucho de la corrupción del Estado, de la clase política y a mí, por una cuestión personal, me parecía mucho más interesante el tema de la corrupción en el sector privado, la corrupción empresaria, todos los tejes y manejes, cómo se maneja la plata, el tema de la evasión,  de la fuga de capitales, cómo se disgregan esos capitales,  la utilización de testaferros. Quizá me interesó más porque era lo que más conocía, como también el mercado inmobiliario. La empecé en 2016 y no la estuve escribiendo durante siete años de manera continua. La abandoné en un momento, la volvía a retomar, hice correcciones, la dejé decantar y finalmente la terminé el anteaño pasado. 

–¿Qué tenías de la novela en el momento de sentarte a escribir?¿Qué personajes tenías claros, si es que tenías claro alguno?

–Tenía claro que el protagonista iba a ser un joven empresario inmobiliario de unos 30 y pico de años, heredero de una pequeña fortuna. Alrededor de ese personaje se jugaría la novela. El segundo personaje importante era Yeni que es, básicamente, testaferro del protagonista, de Gonzalo. Ella es la pájara que le da título a la novela. Ambos  juegan como contrapunto. Él es un empresario globalizado que mueve la plata para afuera, que tiene la guita en paraísos fiscales y ella es la referencia local, la testaferro, y también es un poco guardia de seguridad, a medida que la cosa se empieza a poner cada vez más picante porque él tiene que mover la plata más rápido y juntar en muy poco tiempo dos millones de dólares. Yeni es su guardia de seguridad porque es una chica que estuvo presa durante varios años y fue compañera de prisión de la madre de Gonzalo. Por eso hay ahí un vínculo emotivo con Gonzalo. Yo quería jugar con esas dos cosas.

–La novela, me parece, está dividida en dos partes a pesar de formar una unidad. Por un lado, está el tema  de la venganza, un tema eterno que se podría relacionar, por ejemplo, con Shakespeare y luego va evolucionando hacia algo que es mucho más cinematográfico, más propio de una película norteamericana de acción.

–Un spaghetii western.

–Exactamente. Se va volviendo cada vez más intensa, más sangrienta. ¿La pensaste de ese modo o es algo que se fue dando en el proceso de escritura?

–Creo que fue algo que se dio. La venganza, como decís, es el motivo inicial. Es el argumento que tiene el personaje de Gonzalo para llevar adelante esta aventura. Pero después en la propia escritura se me fue deformando la historia, no sé si en un mal sentido, pero se fue yendo hacia algo más caricaturesco, quizá por personajes que tenía que, si bien son caricaturescos, se pueden referenciar en la realidad. Esos personajes son los que me fueron llevando hacia esa resolución con un clima más violento, más de spaghetti wertern, más tarantinesco. Quizá fueron influencias inconscientes, pero lo tarantinesco me influyó mucho. Esa es la parte más más evidente, pero también me pasó en los monólogos autoexplicativos. Me gusta mucho trabajar con esos monólogos en los que se larga a hablar un personaje y se pinta a sí mismo por cómo habla, por lo que dice, por cómo se refiere a otros. No fue algo pensado, la novela derivó hacia eso.

–La derivación hacia eso es lenta. No se advierte al principio que la novela puede tomar ese derrotero. De todas formas ese final sangriento responde a la lógica del western, responde al género, no es algo que te impresione, que te interpele en el plano humano.

–Claro, es una sangre que responde a una determinada estética de la violencia. Me interesa esta estética, pero tampoco es algo que haya pensado a priori, lo que sucede es que me siento cómodo escribiendo de esta forma sobre la violencia y sobre el sexo. Si bien no está tan presente el sexo en esta novela, es algo sobre lo que me gusta escribir. Hay algo de regodeo en esa estética y en perder el tiempo, en el buen sentido, en escribir eso lo mejor que pueda. Incluso en algunos momentos, apelo o por lo menos intento apelar a la confusión. En un tiroteo me parece que algunas descripciones no tienen que quedar lo suficientemente claras porque, justamente, el personaje que narra está confuso y ve solamente pantallazos de esa violencia. Y esa fue una decisión estética. No quería que el relato resultara emocionalmente cercano, por eso si alguien se muere, bueno, se muere y listo, bien a lo película norteamericana.

–La novela también maneja dos tiempos. Uno más moroso y otro muy acelerado cuando se vuelve cinematográfica.

–Sí, eso lo decidí porque quería que para meter al lector en la ansiedad, en la aceleración que sufre el personaje que el ritmo de los hechos emulara un poco lo que le pasa, incluso que los hechos sucedieran con una rapidez mayor que la que el lector puede llegar a entender porque no me quería detener en explicaciones, sino que el lector sintiera casi lo mismo que el personaje: que la acción se lo lleva puesto. Por eso todo sucede sin mucha explicación. Las cosas pasan.

–En la novela hay dos mujeres muy distintas, Anita y Yeni. La valiente, la que se lleva las palmas es Yeni, la que estuvo en la cárcel y es capaz de ser leal. ¿Por qué elegiste que esa mujer delgada, pequeña, fuera la guardia de seguridad de Gonzalo y no un hombre?

–Fue una sucesión de decisiones: quería un personaje femenino fuerte pero que no fuera inverosímil. Es decir, yo no iba a poner a Yeni a pelear contra un boxeador que la doblara en peso porque eso es inverosímil, pero sí quería que estuviera muy vinculada a la violencia, que fuera muy agresiva. Además, quería que fuera la compañera de prisión de la madre de Gonzalo. No me gusta vincular lo biográfico con la ficción, pero me pasó que una vez fui al penal de Ezeiza y conocí a una mujer muy parecida a la Yeni que describo en la novela: de 20 y pico, flaquita, rapada, con tatuajes. Eso me quedó en la memoria y entonces imaginé qué tipo de mujer podría haber sido esta mujer que conocí en la cárcel, a la que vi un par de veces y con la que tuve un trato muy superficial. Mi decisión fue que hubiera un personaje femenino muy fuerte y vinculado a la violencia.

–Pero vista desde afuera no es así. Usa una remera que le queda grande, no es un patovica de boliche. De algún modo estás diciendo que la violencia es otra cosa. No depende del físico, está en otra parte.

–Tal cual, su vínculo con la violencia es más psicológico. De hecho, Su violencia es una violencia latente, es como una amenaza de violencia, un fantasma de violencia. Ella es así por lo menos en tres cuartas partes de la novela. Cuenta que estuvo en un «vale todo» peleando, que choreó a un chino, que tuvo vínculos con un secuestro extorsivo. Como dije, la violencia está más vinculada a lo psicológico y también a la astucia. Ella es alguien que tuvo una vida muy difícil y muy complicada, pero es un personaje muy astuto y muy inteligente, entonces nunca va a ejercer la violencia en una situación en la cual tenga posibilidades de perder. 

–En la novela hay varios  enigmas. Al leer, primero pensás que el enigma son los padres de Gonzalo, por qué su padre terminó como terminó, por qué su madre terminó presa. Pero luego es la pájara la que se pone en el lugar del enigma. No se sabe bien qué esperar de ella. Incluso en algún momento Gonzalo duda de ella.

–Sí, yo quería que en la primera parte el protagonista fuera Gonzalo y que después hubiera un deslizamiento gradual hacia Yeni y este deslizamiento del protagonismo hacia Yeni es producto de que la novela se vuelve más violentamente tarantinesca. El personaje de Yeni crece porque el ambiente cambia, porque se vuelve un ambiente natural para ella. La primera parte la pensé como acumulación de tensión y, la segunda, como catarsis. Todo se vuelve más lumpen,  más más escabroso, más agresivo.

–¿Sos de los novelistas que planifican o de los que se dejan llevar?

–No creo mucho en la planificación, la verdad. Creo en buenas premisas, en buenos personajes y después, en dejarse llevar. Me parece que la planificación atenta contra lo intuitivo, contra lo creativo, por lo menos en mi caso. Para llenar planillas voy al trabajo. Yo vinculo a la literatura con el juego. Tengo novelas que no terminé porque no me dio el aire y no las forcé. Con La pájara fue distinto. En un momento comenzó a pasar que los personajes crecían más pronto de lo que yo podía escribir, iban más rápido que yo. Tomaban sus propias decisiones, cobraban espesor, densidad. Entonces, si Yeni decidía tal o cual cosa, yo no la podía forzar a hacer cosas que ella no haría, porque su perfil psicológico ya estaba claro. Lo mismo me pasó con Gonzalo. El personaje fue hacia un determinado lugar de manera natural, casi como si fuera una decisión de él y eso fue lo que determinó el desenlace. Yo no había planeado un desenlace específico, surgió en la escritura. 

Un premio literario

–¿Cómo fue que decidiste mandar tu novela al concurso convocado por Futurock? ¿Ya habías mandado a otras convocatorias? ¿Te seducía por algo en especial la convocatoria?

–Para ser sincero, la mandé a varios concursos, como creo que hace todo el mundo. Quedé como finalista en dos. Tuve que decidir de cuál bajarme, con cuál quedarme, aunque, por supuesto, no tenía la certeza de ganar en ninguno de los dos.

–Claro, pero si ganabas en los dos, cosa que no sucede nunca o casi nunca, por lo menos yo no conozco ningún caso, era todo un problema porque no podés recibir dos premios por el mismo libro inédito. En ese caso, ¿cuál de las dos editoriales publicaría la novela?

–Sí, el otro era un premio muy conocido y que ya lleva muchos años. Como te digo, sin tener ninguna garantía de que lo fuera a ganar, elegí quedarme en Futurock.

–¿Por qué?

–Porque me parecía que en el caso de que ganara, llegado el momento de la edición iba a tener una relación más cercana con  los editores, cosa que creo que no pasa en las editoriales más grandes.

–¿Con cuántas novelas competiste?

–En el premio del que me bajé, con 500. En Futurock, con 400. Afortunadamente decidí quedarme en Futurock. Yo quiero seguir teniendo un vínculo familiar con la escritura, con las editoriales y sentí que en Futurock , más allá de lo político, había un entorno más amable, más cercano a mí. Por eso tomé la decisión que tomé y, por suerte, salió bien.