Con La mejor enemiga (Alfaguara) Sergio Olguín vuelve  a  los policiales de Verónica Rosenthal, la inquieta periodista que protagonizó tres novelas anteriores: La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras y No hay amores felices. En esta oportunidad, deberá enfrentarse al crimen de Andrés Goicochea junto a su expareja. Goicochea, exdirector de la revista donde trabaja Verónica, Nuestro Tiempo, estaba realizando una investigación, por lo que descubrir qué investigaba significa acercarse al asesino. Rosenthal se implicará en una complicada urdimbre de acontecimientos que supone, entre otras cosas, la aparición de un oscuro personaje acusado de haber cometido crímenes de lesa humanidad en Gaza. La trama va desnudando relaciones y complicidades y pone en tela de juicio al periodismo corporativo que defiende intereses políticos y económicos sin escrúpulos.

¿Por qué sentiste la necesidad de volver a Rosenthal?

Había escrito Las extranjeras y luego No hay amores felices una detrás de la otra y cuando terminé No hay amores… no quedé demasiado conforme y sentí que tenía que tomar un poco de distancia de Verónica Rosenthal. Escribí entonces 1982 y luego los cuentos de Los hombres son todos iguales. En paralelo había empezado a escribir algo para la cuarta novela de Rosenthal y no encontraba la forma de avanzar, hasta que volví a sentir la necesidad de retomar su mundo, sus amigos, a Federico y todos los personajes recurrentes que hacen a su universo familiar y afectivo.

-Verónica tiene relaciones con hombres y mujeres sin sentir la necesidad de definirse como heterosexual u homosexual. ¿Es un manifiesto contra las taxonomías?

-Desde un primer momento me propuse que la sexualidad no fuera un conflicto para ella. He recibido comentarios como “es una persona que tiene una sexualidad muy promiscua”. Si el personaje hubiera sido varón y hubiera tenido relación con varias chicas, nadie lo habría definido así. A partir de la segunda novela me planteé que escapara de la necesidad de definir su sexualidad de manera binaria. En las definiciones siempre hay algo tranquilizador, incluso para los sectores más progres.

Parece que no podemos abandonar las taxonomías aunque se reivindiquen sexualidades no admitidas por la sociedad patriarcal.

-Sí, absolutamente. Esas taxonomías tienen que ver con algo que durante muchos años ha sido fruto de persecuciones, violencias, ocultamientos, situaciones de mierda. Yo aspiro a que en el futuro la sexualidad no defina absolutamente nada de alguien. En el caso de Verónica trato de que eso no defina su vida. Mucho de lo que pongo en ella lo veo en la generación de mis hijos, lo aprendo de ellos que tienen una relación con la sexualidad que me maravilla y me da un poco de envidia, porque yo soy parte de esas viejas definiciones

-¿Verónica es tu alter ego?

-Para decirlo en términos de Flaubert, “Verónica Rosenthal soy yo” (risas). Soy yo en lo periodístico, pero no en todo lo demás, porque ella tiene mucho más vida que yo. Lo que hice es meter lo que yo pienso sobre el periodismo  en la mente de ella y en este sentido es que funciona como mi alter ego. Tanto ella como Patricia, su editora, tienen una concepción del periodismo que puede resultar medio anticuada, pero que es la forma de entender el periodismo que tengo yo.

Hablás de un periodismo que hoy se hace poco porque no es posible investigar a las corporaciones desde las corporaciones mismas.

-Claro, ese es uno de los grandes cambios. Antes tenías un periodismo marcado por lo ideológico. Los diarios hicieron negocios desde el siglo XIX. Esa no es una novedad. Pero aunque estaban marcados por ideologías, los periodistas tenían un margen de acción bastante grande. En paralelo, siempre había algún periodista, algún jefe que se dedicaba a cuidar el perfil empresarial e ideológico del medio. Lo que ha cambiado en los últimos años es que se ha obligado a que los periodistas se pongan en función de los intereses empresariales y políticos de esos medios.  Muchas veces ni siquiera se trata de principios ideológicos, por lo menos no es eso lo único que marca la relación de los medios con la realidad. Ya no se trata de ser de izquierda, de derecha o de centro, sino de defender corporativamente los intereses políticos y empresariales que tienen los medios. El editor periodístico siempre fue un mediador entre los poderosos del medio y los periodistas. Parte de su trabajo consistía en defender a los periodistas del interés  de manipulación que tienen siempre los dueños. Ahora los editores son como comisarios del partido que representa el medio. Es decir, son representantes  de la empresa con respecto al trabajo periodístico. Los periodistas perdieron libertad de acción porque no cuentan con el apoyo de sus propios jefes. Ese es el problema que tiene hoy gran parte del periodismo a nivel profesional. Desde una mirada cínica uno puede decir que los medios siempre han tenido intereses. Es cierto. Pero si, encima, el dueño tiene una empresa de medicina prepaga, inevitablemente ese medio va a terminar haciendo lobby  para la medicina prepaga y, en especial, para la empresa del dueño del medio. Y eso ya lo limita absolutamente, porque una cosa es que el dueño de una empresa periodística tenga algunas relaciones con los empresarios del sector, porque ahí no hay un compromiso directo. Pero ahora te dicen “miren que tu sueldo depende de que yo aumente la prepaga, porque como el periodismo anda mal, tengo que invertir dinero y la única forma de poder hacerlo es que ustedes salgan a apoyar mis reclamos de aumento de prepaga.” Entonces vos pensabas que trabajabas para un diario, una revista o un canal de televisión y en realidad estás trabajando para un house organ que es una forma rebajada de hacer periodismo profesional.

-¿Es posible volver atrás?

-Un principio de solución sería que las empresas periodísticas vuelvan a ser manejadas por empresarios periodísticos que sólo tengan intereses en los medios. Obviamente, esos dueños van a tener vínculos con determinado sector, pero al menos el medio no va ser un house organ de un grupo en especial. Si no es así, el periodismo va a ser el vuelto chico de la guita que rapiñan por otro lado. Claro, esto lo podemos decir en Tiempo Argentino, en otro medio no lo podemos decir.

Como se muestra en tu novela, hay medios que hacen cosas mucho peores que hacer lobby para una prepaga.

-Sí, la novela es una ficción, pero Stephen Vizinczey, un escritor húngaro que me encanta, dice que la verdad solo puede ser contada en una novela. Creo que la ficción, sobre todo la relacionada con lo criminal, con el delito, la a que se vincula con lo social es el lugar adecuado para contar algunas cosas que ocurren de verdad más allá de que la ficción, aunque esta le quita todo el valor testimonial que eso pueda tener.

Pero al leer tu novela uno “reconoce” cosas que pasan.

-Claro, pero la primera función que debe cumplir una novela es narrativa, no testimonial. Desde el origen, la relación entre la ficción y la verdad es ambigua porque el objetivo de una novela no es contar la realidad, sino algo que resuene como real. Es como dice el poema de Pessoa “El poeta es un fingidor. /Finge tan completamente/que hasta finge que es dolor/el dolor que en verdad siente.” Algo parecido se podría decir del novelista. Hay pasajes de La mejor enemiga que están inspirados en empresarios periodísticos, hay personajes que son Frankenstein, son la mezcla de varios de ellos. Una de las cosas que estuvo funcionando en mi cabeza mientras escribía la novela fue la crisis que vivió Tiempo desde su salida a la calle, el abandono del medio que hicieron los dueños y lo que vino después. Hay algo de inspiración que le debo a Tiempo Argentino.

Vos sos periodista y escritor. Pero leí que te aburre hablar de literatura. ¿Es así?

-Siempre me resulta mucho más atractivo e interesante hablar de periodismo que hablar de literatura. Yo no puedo definir qué es la buena y qué es la mala literatura. Si vos me decís “me encanta tal escritor”  yo te puedo decir “es un asco”.  Ahí se termina la discusión porque vos tenés tu opinión y yo tengo la mía. Pero si vos me decís que vas a publicar el cuerpo desnudo de una chica asesinada, yo te voy a decir “eso es una mierda”  y tengo miles de argumentos para confirmarlo, puedo discutirte horas sobre qué es conveniente o inconveniente publicar en un medio. Eso me parece más rico para la discusión intelectual que hablar de gustos literarios. Además, siempre me parecen más divertidos los periodistas que los escritores como género humano (risas). Recuerdo ahora al griego Tiresias, el ciego que adivinaba el futuro. En una época lo convierten en mujer y entonces le preguntan quién goza más, si los hombres o las mujeres. Tiresias dice –te doy cualquier porcentaje- que nueve veces goza la mujer y una el hombre. Él lo podía decir porque había sido mujer y varón. Del mismo modo, como yo soy periodista y escritor te puedo decir con conocimiento de causa que los periodistas son más divertidos que los escritores (risas).

-Supongo que depende de qué periodistas y de qué escritores.

Te voy a dar un ejemplo. Cuando vas de viaje con periodistas y escritores a una feria del libro, por ejemplo, a la de Frankfurt, la preocupación de los escritores es si los escuchaste en la mesa redonda de la que participaron, si leíste su último libro y quién te publica a vos en tal lado o tal país. La preocupación de los periodistas es dónde van a ir a comer gratis esa noche (risas). Al periodista no le importa si leíste su artículo. Ese es su trabajo, lo hace, lo olvida y después se preocupan por dónde ir a comer y dónde ir a bailar. Los escritores bailan mucho menos que los periodistas y eso es definitorio.  

Foto: Pedro Pérez

Una lucha en el territorio del lenguaje

Tu novela comienza hablando de lo que sucede entre Israel y Palestina. No hay muchos medios hoy en hablen de la violación a los Derechos Humanos que lleva a cabo Israel.

-Sí, hay muy pocos. Y lo que pasa entre Israel y Palestina es muy interesante porque hay un enfrentamiento que es real, físico, territorial, que tiene que ver con la vida y la muerte de mucha gente, pero también hay una batalla que es del lenguaje, de cómo se dicen las cosas. Y en eso entran a jugar los medios, los políticos, los intelectuales y también los escritores por el modo en que nombramos las cosas. Por ejemplo, cuando se habla del enfrentamiento de Israel con Hamas, no con los palestinos, cuando se dice que el conflicto es en Gaza y no en Palestina. Cuando se borra a los palestinos de la ecuación, cuando se borra a la propia Palestina hay una intención de hacer desaparecer al sujeto-víctima de lo que sucede que evidentemente es el pueblo palestino que resiste en un territorio absolutamente reducido y ocupado por Israel, que si bien no es una potencia mundial está apoyada por una potencia mundial que es Estados Unidos. La función que cumple Israel tiene que ver con la geopolítica internacional y la víctima es el pueblo palestino. Eso no se refleja en los medios como tal. Siempre pareciera que hay un grupo de terroristas que intenta asolar al pueblo israelí porque son malos, porque se les cantó, porque son agresivos, porque son musulmanes. Hay una lucha que no se define solo en términos territoriales, sino también en términos del lenguaje.