En diálogo con Tiempo Argentino, Pompeyo Audivert se refirió a la poesía y a lo poético como una manera de liberar al lenguaje del yugo de su utilización práctica y de devolverle su carácter de criatura salvaje a la que hay que darle rienda suelta. También a la forma en que la poesía incide en su propia escritura y en sus adaptaciones teatrales. Al respecto menciona a Habitación Macbeth como un ejemplo de intertextualidad.

Su relación con la poesía en general y con la de Jorge Enrique Ramponi en particular es un legado materno que lleva en sí mismo desde la infancia y que es en él una entrañable marca de identidad.

-¿En qué consistirá tu participación en la apertura del Festival Latinoamericano de Poesía, que entiendo que está relacionada con el poeta muy importante que hoy no está muy difundido?

-Cuando me invitaron a abrir el Festival, yo propuse recitar unos fragmentos que he ido memorizando a lo largo de mi vida de ese poeta que yo admiro mucho y que fue un legado que me dejó mi madre, Jorge Enrique Ramponi.

-¿Por qué decís que es un legado de mi madre?

-Mi madre era poeta. Se llamaba Marina Briones. Cuando yo era chico venían a mi casa muchos poetas del interior que visitaban a mi madre para que ella les hiciera comentarios sobre sus poesías. Ella era  una suerte de profeta de los poetas y les daba algunas señales y algunas venias o les planteaba algunas objeciones sobre sus materiales. También leían en voz alta distintos poetas y se armaban unas tertulias de mucha intensidad con todos ellos en torno a la mesa. Yo que era chico y andaba por ahí, espiaba y, a veces, incluso me sentaba a esa mesa al lado de ellos y escuchaba esos poemas. Me encantaba todo lo que pasaba allí. En cierto momento, mi madre sacaba un libro de la biblioteca que era para ella el libro tótem de los poetas. Era el libro de Jorge Enrique Ramponi que se llama Los límites y el caos. Antes de ése, Ramponi había escrito otro libro Piedra infinita con el cual había marcado muy fuertemente a toda una generación de poetas. Los límites y el caos es uno de los últimos o quizá el último libro que escribió. Ya su poesía se había radicalizado mucho y había avanzado en ciertas zonas metafísicas de mucha intensidad, como una suerte de credo poético-religioso que abre paisajes inmensos y extrañísimos de la presencia, del ser, del nivel existencial al que refiere siempre la poesía. Cuando mi madre abría ese libro y se ponía a leer ese material como ejemplo de una zona poética sumamente esencial, todo se transformaba. Todo el mundo quedaba sorprendido y en un estado de una suerte de éxtasis poético. A mí me llamaba la atención ese momento y siempre lo esperaba cuando ella sacaba ese libro de la biblioteca.

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Jorge Enrique Ramponi

-Y eso quedó marcado en vos.

-Sí, cuando fui adolescente le pedí a mi madre ese libo, comencé a leerlo y a entrar en la dimensión de Ramponi. Le saqué fotocopias y me lo llevé cuando me fui a vivir solo. Estuve siempre en contacto con esas poesías y las fui memorizando. Fragmentos de esos materiales fueron quedando en mi memoria y los fui llevando puestos en mí. Me pasa mucho eso con la poesía, la memorizo para estar con ella y poder recordarla sin necesidad de buscarla en un papel. Llegado a esta etapa de mi vida, tengo una familiaridad y una memoria de Ramponi bastante vasta, por lo que voy a hacer es leer, o mejor dicho, recitar esos fragmentos que constituyen el cuerpo poético principal de Los límites y el caos.

Utilizás la palabra “recitar” que hoy se la reemplaza más bien por “leer” poesía. ¿Qué diferencia hay entre una y otra, sobre todo para vos que sos actor?

-Para mí lo central son el ritmo y la música que hay detrás de toda poética. Es un pulso o una pulsación que deviene luego en un ritmo y hasta te diría que en un tono y una cadencia que son las que van alentando también al poeta en su escritura. La poesía se va generando a partir de ese pulso o de ese ritmo que se va traduciendo en palabras, en los signos de puntuación que lo van estableciendo, en los poemas más cortos o más largos. Me parece entonces que la palabra “recitar” cabe porque tiene que ver con lo musical de lo poético,  que sobreviene también en la palabra cuando ya ese ritmo alcanza la voz, el aire, cuando sale de un cuerpo y va hacia otros. Cuando ya no es la experiencia íntima que uno tiene con el material poético. Esto me hace acordar de unas anécdotas que contaba mi madre respecto de Ramponi.

La poesía como legado

-¿Qué era lo que te contaba?

-Que Ramponi gustaba de invitar a amigos a su casa y, a la luz de una vela, comenzar a recitar sus poesías. Parece que eran jornadas muy mágicas y que tenían mucho de una cadencia Ramponi que era una cadencia muy particular con la que funcionaba su poética en una oratoria, en esos recitados que hacía. Incluso hay una anécdota famosa de Ramponi sobre cómo empieza a escribir Piedra infinita.

-¿Cuál es?

-La empieza a escribir tomando vino en la montaña, en la casa de un amigo. Estaba afuera, en un descampado y había tomado dos piedras y comienza a golpear una contra la otra,  a establecer un ritmo. Al compás de ese ritmo comienza diciendo: ”Piedra es piedra:/ aleación de soledad,/ espacio y tiempo,/ya magnitud, inmemorial olvido”. Así comienza Piedra infinita, a partir de dos piedras golpeándose, por lo que me parece muy apropiada la palabra “recitar” porque es la idea de que la poesía sale de una voz, de una cabeza, de un cuerpo, de un ser y no sólo de una lectura, que también es un cuerpo, pero parece más vital la poesía que ya está ardiendo en la presencia, en la memoria  de quien la dice.   

pompeyo audivert poesía
Pompeyo Audivert en «Habitación Macbeth»
Foto: Prensa CCC

-¿De qué modo se relaciona tu gusto por la poesía con tu condición de actor?

-Yo hablaría de lo poético, del fenómeno de lo poético, que es como una suerte de fuente esencial de la que deriva la poesía en el campo del discurso; la pintura; el teatro que es una forma de lo poético de los cuerpos, en el ritual metafísico de la actividad teatral, en el canto, en la música…Es decir que lo poético es el pulso esencial que anima a las distintas artes, a sus existencias materiales codificadas o no, porque hay también animaciones poéticas que no tienen codificación, pero que pasan en la vida diaria, por ejemplo ante un pensamiento que surge, ante la observación de la realidad,  ante una sensación. Hay muchas formas de lo poético que no están codificadas, no establecidas como arte, pero que son emanaciones de esa fuente esencial. En mi caso, la poesía de las palabras ha sido siempre de gran importancia y admiro mucho a poetas argentinos con los que tengo mucha familiaridad como, además de Ramponi, Olga Orozco que es una poeta extraordinaria y amiga de mi madre. También disfruto mucho con Alejandra Pizarnik, con Roberto Juarroz, con Enrique Molina. Esas lecturas, que también están en mi memoria cuando escribo una obra o produzco una adaptación,  alientan en mí la aparición de ciertas intertextualidades. Me permito traer ciertos fragmentos poéticos que se avienen a determinados momentos de las obras, los dejos aparecer, los traigo. Alientan mi propia escritura  porque todas esas poéticas son también excitación para la propia intervención poética en mi escritura. Por otra parte, en la docencia, yo les hago practicar a los alumnos el automatismo, esa especie de máquina asociativa descontrolada, desbordada que practicaban los surrealistas. Intento que los alumnos tengan desbordes verbales a una escala no cotidiana, sino poética. Es llamativo cómo cada actor tiene una zona poética muy original, muy propia y muy distinta a la del otro. Cuando esas asociaciones aparecen en el frente teatral, lo teatral se ve beneficiado a una escala extra cotidiana en su tarea de fondo que siempre es abrir paisajes metafísico-existenciales, hablar de quiénes somos, dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Para eso, además de los cuerpos, es necesaria  una palabra liberada del  yugo de la linealidad del lenguaje objeto al que estamos acostumbrados. El lenguaje puede ser liberado de esa alienación en la que está funcionando para ponerlo a funcionar en esa escala mágica y maravillosa de criatura salvaje. Porque el lenguaje es una criatura salvaje a la que hay que darle rienda suelta y dejar que se manifieste a otras escalas. Cuando lo hace, todas las interrogaciones existenciales se ven iluminadas por el lenguaje y aparecen versiones y subversiones de identidad y pertenencia mucho más atractivas que aquellas con las que nos consolamos.

Supongo que es una responsabilidad muy grande para un actor hacerse cargo de recitar una poesía porque su manera de hacerlo pasa a formar parte de la poesía misma. Yo recuerdo, por ejemplo, una poesía de Macedonio Fernández recitada por Alfredo Alcón. Para mí sigue siendo “la” versión del poema, no puedo pensarlo si no es en la versión de Alcón.

-Es interesante lo que decís. Yo pienso igual. He escuchado muchas grabaciones de poetas diciendo sus propias poesías y también he escuchado a actores diciendo esas mismas poesías y, a los fines de la irradiación poética de esa poesía, las voces y los decires de esos actores son más eficaces que las de los propios poetas que las escribieron.

-Neruda leyendo sus propios poemas es horrible.

-Te estaba por mencionar a Neruda que habla con esa voz aflautada: “visité salones cenicientos, túneles habitados por la luna…” y uno dice “uy, qué horror”. Pero lo escuchás en la voz de Franklin Caicedo y decís “acá esta Neruda”. Hay poetas que ya tienen una métrica y hacen como un cantito medio esquemático. Sin embargo, hay un poeta, Edgar Bayley, que recita palabra por palabra y es una maravilla.

-Volviendo al Festival, vos vas a participar del agosto poético con Habitación Macbeth.

-Sí, justamente es una obra en que he practicado mucho la intertextualidad con poetas que me acompañan desde siempre. Incluso hay algo del Poema conjetural de Borges. También hay textos de Thomas Bernhard que no es un poeta, pero su escritura es muy poética. Es una obra que tardé mucho tiempo en adaptar porque me fui dejando ganar por una inspiración muy especial que me apareció en plena pandemia. De la mano de Shakespeare fueron viniendo a cuento todos esos fragmentos tan hermosos que ahora uno no los puede distinguir porque están muy asociados a la escritura shakespeariana. Siento que es una obra muy poética no sólo por la valía poética de Shakespeare que de por sí es incuestionable, sino también porque está llena de estas incrustaciones que me he permitido ponerle. Tiene un modo de producción muy curioso porque soy yo solo el que hace todos los personajes, con lo cual hay allí un grito que señala la fenomenología de la teatralidad, la idea del cuerpo habitado, del cuerpo habitáculo, como canal de encarnaciones, como una zona existencial metafísica y poética que se abre ante el espectador como una asamblea metafísica en la que el éste siente una empatía no sólo con aquello que se cuenta, sino también con la idea de cómo está siendo contado. Forma de producción y producción se vuelven  una misma cosa, hacen una misma seña al  respecto de esa identidad dorsal de la que el teatro tiene que dar cuenta.