Una nueva editorial acaba de asomar en el siempre vital campo editorial argentino: Hiperbórea, de la mano de dos amigos ligados desde hace muchos años al mundo del libro, la edición y la traducción: Diego Zappa y Guillermo Piro. Con un nombre elegido, no según la definicióndel diccionario, sino por sus resonancias literarias, fue la primera novela de Héctor Libertella, El camino de los hiperbóreos, la que los llevó a elegirlo.

Como tantos proyectos cocinados cuando todavía el mundo no conocía la pandemia, recién pudo ser llevado a cabo a fines del año 2022, con la publicación de un diálogo con Dios soñado por Giacomo Casanova, Sueño de un cuarto de hora. Ambos editores conversaron con Tiempo Argentino de este nuevo proyecto editorial, con el que se proponen ofrecer un catálogo de autores excéntricos respecto del canon.

–¿Cómo surgió la idea de armar una editorial?

–D. Z.: Antes de la pandemia, hace tres años aproximadamente, y comenzó con un tuit que yo había disparado. Estaba leyendo una columna de Quintín que hablaba de un libro descatalogado y puse en Twitter: “si tuviera una editorial, lo publicaría”, ahí Guillermo me mandó un mensaje diciéndome que hacía mucho que quería armar una editorial y así empezó todo.

–¿En qué consiste el proyecto? ¿A qué está vinculado?

–G. P.: En mi caso, además del gusto personal, es una extensión de la traducción, en el sentido en que lo que más me atrae de traducir es compartir libros que no circulan o que no están traducidos y deberían.

–¿Van a publicar solo traducciones?

–D. Z.: De mi parte, a gustos particulares que comparto con Guillermo.

–G.P.: Por ahora, sí. Empezamos por un Casanova traducido por mí del francés, no del italiano (Casanova, como homme de lettres de su época, escribía en francés). Pero la línea editorial va a ser sustancialmente heterogénea.

–D.Z.: En principio van a ser traducciones de libros que no circularon nunca o que hace mucho tiempo que no circulan, pero básicamente van a ser libros que nos gusten a los dos, que podrá ser ficción o no. De hecho, este Casanova no es exactamente un libro de ficción, es un libro de filosofía, pero lo próximo que vamos a sacar son dos novelas.

–¿Qué editores son sus referentes a la hora de pensar un proyecto editorial?

–D.Z: Yo, personalmente, no tengo un modelo de editor que me gustaría seguir.

–G.P.: La editorial Adelphi o Roberto Calasso, porque como editor, hizo lo contrario de lo que hizo Herralde en Anagrama, es decir, puso en circulación libros en traducciones increíbles, y es eso lo que me gusta de tener una editorial, el hecho de poner a circular libros y pensadores extraños.

–¿Qué pasa en este país que, con la situación económica agobiante que vivimos hace décadas y la alta concentración de la industria, proliferan pequeñas editoriales todo el tiempo?

–G.P.: Porque editar es (siempre fue) un acto heroico y los argentinos amamos ser héroes.

–D.Z.: A mí me parece que, además del costado casi heroico que tiene el oficio de editar en nuestro país, en Argentina se sostiene, a pesar de todo, una tradición fuertemente lectora y eso lleva a que haya una demanda de libros y de gente que se dedique a publicarlos. En nuestro caso, no sé si es una cuestión de heroísmo, pero sí es una jugada importante empezar una editorial prácticamente de la nada.

Los editores del sello.
Foto: Diego Diaz

–¿Por qué si los libros digitales son más baratos y adecuados al entorno digital en el que vivimos no le ganan la pulseada al libro en papel?

–G.P.: Porque el libro en papel no es perfectible, no se puede modificar porque es absolutamente perfecto, como la cuchara o el tenedor. Es imposible que alguien haga algo mejor. Es absurdo imaginar que un libro pueda desaparecer, porque el formato alcanzó un estado de perfección. Los libros digitales creo que, en general, son usados para libros de consulta o para burlar a los sellos editoriales con libros imposibles de pagar por su precio prohibitivo. No sé si recuerdan un video que circuló en internet hace unos años de un chico que presentaba un libro en papel como si fuera una novedad y marcaba todas las ventajas que tenía como si fueran grandes avances. Eso es un libro en papel, algo absolutamente novedoso y perfecto a la vez.

–¿El libro físico no genera, además, una relación diferente con el cuerpo?

–G.P. En mí eso no pesa demasiado, porque yo leo en la cama, así que no cambia si es un libro en papel o digital. No es una cuestión de lealtad o fetichismo, simplemente que es un objeto perfecto, eso de pasar páginas unidas por un lomo, poder tomar notas. El que se le ocurrió eso tiene que haber sido muy inteligente. Poder ampliar la tipografía o escuchar un audiolibro, por otro lado, son otros modos de lectura muy interesantes pero orientadas, creo yo, más al consumo de información. La diferencia entre ambos formatos es abismal: me interesa el libro digital solo para un consumo práctico, cuando tengo que consultar un libro que está publicado en otro país, por ejemplo. Nunca me interesó (y creo que a Diego tampoco) publicar libros digitales porque quienes los editan tienen una intención comunicativa de la que yo carezco. Yo lo que quiero es traer un libro más al mundo.

–D.Z.: Acuerdo totalmente con este punto de vista y agregaría algo que me llama mucho la atención, lo que ocurre, por ejemplo, en el ámbito de la música. Los jóvenes, que jamás escucharían música en un vinilo o en un CD, que es como yo la escucho, sin embargo, a la hora de leer, eligen libros en papel. Es algo bastante misterioso para mí y creo que tiene que ver con el ritual de la lectura, por lo menos, yo tengo rituales a la hora de leer.

–¿Qué es una editorial independiente?

–G.P. Es un término utópico, porque si lo pensamos detenidamente, nadie, en el campo editorial, es independiente (ni en ningún otro campo). De lo que se está hablando es de cierto rasgo que comparten las editoriales pequeñas y es que,al no tener un plan prefijado a dos años, por ejemplo, tienen una autonomía en cuanto a la toma de decisiones que las grandes editoriales no tienen.

–¿De qué trata Sueño de un cuarto de hora, el primer título de Hiperbórea?

–D.Z.: Es un libro que estaba inédito y que Guillermo ya tenía traducido. Cuando me lo pasó me gustó mucho y además, por una cuestión de practicidad, nos vino muy bien para arrancar la editorial, nos ahorró el pago de los derechos de traducción. Es uno de los libros de filosofía que escribió Giacomo Casanova en la última etapa de su vida.

–Bueno, es un diálogo imaginario con Dios que, si bien muestra las largas lecturas de Casanova sobre teología, tiene características ficcionales.

–G.P.: Creo que no es un libro de ficción, porque, a fines del siglo XVIII, las fronteras entre la filosofía y la literatura estaban menos demarcadas que hoy. Se conocía el Quijote, sí, pero no se sabía muy bien qué era la novela. Por ejemplo, en su novela Icosamerón, en determinado momento, Casanova introduce dos ensayos filosóficos, algo que estaba permitido porque era un género inestable todavía. Hoy, cuando editan esta novela, esos ensayos filosóficos los sacan y entiendo que lo hagan porque es anacrónico, pero en ese momento, la novela era una especie de cofre en el que se podía meter cualquier cosa. En ese contexto, Casanova escribe. Y en Sueño de un cuarto de hora él se dedica a escribir sus reflexiones teológicas y al mismo tiempo imagina un sueño en el que dialoga con Dios. Pensado desde el concepto de ficción actual, es claramente un ensayo filosófico disfrazado de ficción, lo que lo hace más ameno, divulgativo diría. De hecho, está escrito en una época en la que él lo único que quiere es ser respetado y considerado un escritor. Hay otro libro de él que me gustaría sacar que se llama Conversaciones entre un filósofo y un teólogo donde él asume el papel del filósofo, está a punto de morir, ficcionalmente, y aparece un teólogo tratando de convertirlo, a último momento, para entrar al paraíso, y él se niega y discute con el teólogo. Y no es que no crea en Dios, sino que lo que hace es demostrar todas las contradiccionesque para él tiene el libro sagrado. Siente un desprecio marcado por la Iglesia pero, indudablemente, es un creyente.

–¿Con qué títulos piensan continuar?

–G.P.: Hay uno del que estoy obsesionado yo y otro del que está obsesionado Diego. Mi obsesión es una autora alemana que nació en la República Democrática, la Alemania comunista, que se llama Gisela Elsner, que es increíble. Un poco encarna ese personaje de la mamá de la película Adiós, Lenin. El muro cayó al final del 89 y ella se suicidó en el 92, no soportó vivir sin comunismo. En el año 64 ganó el premio Formentor con su primera novela Los enanos gigantes, así que entró a la literatura por la puerta grande. Esta es una novela absolutamente desopilante, de un grotesco muy poco alemán, además. Tiene otros libros traducidos, inhallables y otros más que habría que traducir. Los enanos gigantes es el próximo libro que vamos a sacar. Del otro, te habla Diego.

–D.Z.: El siguiente es de un escritor norteamericano, John Hawkes, que está enrolado en lo que se llamó el posmodernismo, pero este autor es distinto. Él decía que no le importaban ni los personajes, ni la historia, ni la trama, que eso había arruinado la literatura. Vos entrás en sus libros y, más allá de que lo leas traducido, entrás en una lengua y eso a mí me fascina de sus libros. Yo creo que leo eso en un libro más que lo que me pueda contar. El libro que vamos a sacar se llama Segunda piel y lo tradujo, en la década del 70, Alberto Manguel, que tuvo la amabilidad de cedernos la traducción, así que va a ser el segundo libro que saquemos este año.

–G.P.: Tenemos muchas ideas de qué es lo que nos gustaría sacar, estamos todo el tiempo pensando en libros, pero en concreto, este año empezamos con estos dos.

–¿Por qué es necesario que exista Hiperbórea?

–D.Z.: Porque vamos a sacar muy buenos libros. No sé si será una necesidad seguir trayendo libros al mundo, pero para mí es una felicidad. Me pone muy contento haber plasmado este proyecto.

–G.P.: Sí, que vamos a hacer buenos libros, es indudable.

La portada del libro de Casanova.
Sueño de un cuarto de hora, de Giacomo Casanova

Un diálogo con Dios durante un largo sueño de un cuarto de hora que el libertino más famoso mantuvo en los finales de su vida es el texto con el que los responsables de la novísima editorial Hiperbórea eligieron para inaugurar su catálogo, traducido por primera vez a nuestro idioma por uno de sus editores, Guillermo Piro. Y uno de los textos filosóficos que este personaje dieciochesco y aventurero escribió al amparo del conde de Waldstein, en cuya biblioteca se refugió los últimos trece años de su vida, cuando la justicia de varios países lo perseguía por estafador.

En esos años, quien finalmente pasó a la historia por su afición a las mujeres (aunque su nombre no se convirtió en sinónimo de seductor serial como ocurrió con Don Juan, una diferencia que, en el prólogo, se señala muy bien) produjo una cantidad importante de manuscritos de variados géneros y de los temas más diversos: una única novela, Icosamerón, las Memorias (el primer libro de su autoría publicado pocos años después de su muerte y el más conocido), textos sobre filosofía, teología, ciencias físicas, matemáticas, arte, viajes y aventuras que terminaron catalogándose un siglo más tarde.

Un corpus de varios miles de folios que demuestran que no solo de carne se nutrió la vida de Casanova. Las cosas del espíritu, como buen aristócrata refinado, lo convocaron especialmente y la lista de autores clásicos entre sus lecturas sorprende a quienes fuimos educados en el mito del decadentista disoluto.

Y este diálogo con Dios, escrito durante los años de la revolución que inauguró la Modernidad, ese “ácido que disuelve a los dioses”, quizás sea, entre otras cosas, además de una muestra de su concepción materialista de la religión, la de su rechazo por las ideas que enarboló la Ilustración, de las que se mantuvo al margen.

Pero también puede ser leído como el intento desesperado por reconciliarse con un dios al que, más de diez siglos de dominio del cristianismo habían impuesto-a sangre y fuego- el tributo ala virtud, la contemplación, el ascetismo y el predominio del espíritu sobre la carne, un terreno que el autor de estos diálogos había frecuentado bastante poco durante los años de su juventud.

Podríamos preguntarnos qué interés puede despertar un personaje como Giacomo Casanova en tiempos de heroínas empoderadas. Quizás editar (y leer) contra el “espíritu de época” sea la mejor respuesta y una de las más interesantes apuestas literarias.