Carolina Troncoso pega saltitos sobre la línea que separa la mitad de la cancha. En la platea baja de La Bombonera cantan que el que no salta, es una gallina. Son hinchas cubiertos bajo la sombra, de punta a punta. A ella, la delantera de Boca que encara por el wing derecho, le pega de lleno el sol primaveral. Es el primer Superclásico femenino en el comienzo del profesionalismo, en la primera fecha del torneo de Primera División y, sobre todo, un día histórico para el fútbol argentino. Aunque la AFA lo colocó a las 15.10 de un martes, y aunque Boca decidió sólo abrirles las puertas a los socios, el 24 de septiembre de 2019 será recordado como el día en que se jugó el primer Superclásico femenino (semi) profesional. Y, como en aquel debut en el masculino en 1931, tan vivo en La Bombonera porque la semana que viene tendrá el primer cruce por la Copa Libertadores, Boca le ganó a River. O, mejor: lo bailó y lo goleó.

Porque el destino quiso que saliera lesionada Yamila Rodríguez y que, en su lugar, saltara al campo de juego Fanny Rodríguez, la atacante que llegó de River. Ante la mirada de Wanchope Ábila, único futbolista del equipo masculino en La Bombonera, Fanny Rodríguez le metió tres goles al clásico rival, a su ex equipo. Y lo remarcó apenas terminó el Superclásico: “Esto es profesional, tenía la chance de estar en Boca. Lo pensé con mi familia, porque una busca lo mejor. Y hoy estoy en Boca, que es lo más grande que hay”.

¿Por qué Boca le sacó tanta diferencia a River? Porque Boca tiene dos cinco. No un doble cinco. Tampoco dos futbolistas que juegan de volante central. Dos cinco. La primera se llama Florencia Quiñones y, aunque usa el número 5 en la camiseta, juega como marcadora central. Quiñones es la capitana y su juego se podría dibujar con líneas que van y vienen de área a área, y que, en el camino, corrigen las imperfecciones. Quiñones levanta lo que otras tiran. Ordena. Y, casi siempre, es opción de salida.

La otra cinco es Lorena Benítez, mundialista con la Selección en Francia 2019. Benítez juega con la número 4 en la espalda y, desde el círculo central, mete barridas que levantan matas de pasto y cambios de frente que despiertan aplausos. Esfuerzo y clase. Hubo una jugada en el segundo tiempo entre los ooole, ooole: un taco de Benítez con destino a Quiñones, en un costado, pura síntesis. Quiñones pasará a la historia como la autora del primer gol de Boca en el semi profesionalismo.

Y vale registrarlo: Fabiana Vallejos, de penal, también sumó un gol para el 5-0. Son nombres a los que muchos, en un puñado de años, volverán. ¿Qué hubiera pasado si Boca, el club, le hubiera abierto las puertas a hinchas no socios, siempre tan atentos a las oportunidades de conocer La Bombonera? ¿El Superclásico femenino hubiera sobrepasado los más de 4 mil espectadores que llegaron un martes a la tarde? La excusa siempre está a mano, los que dicen que “el fútbol femenino no vende”. Que se lo cuenten a Macarena Sánchez: mientras Boca y River jugaban en La Bombonera, la jugadora que después de una denuncia a UAI Urquiza despertó el gen de la profesionalización corría con la camiseta de San Lorenzo. Macarena Sánchez volvió tras nueve meses al fútbol y metió dos goles en el 1-3 ante Lanús. Justicia poética.

En La Bombonera, al final, se cantó contra la Conmebol, contra Mauricio Macri, contra Daniel Angelici, y se gritó, en especial, que vamos vamos las pibas, porque las jugadoras saltaron casi a la par de los hinchas en la boca del túnel, porque el fútbol femenino, dicen, es y será disidente. Y porque esa condición no excluye a la jerarquía técnica. A las Fanny Rodríguez, a las Quiñones y Benítez. Boca, el club con más títulos en la era amateur (23), seguido por River (11), guardó en el archivo el primer Superclásico de la historia profesional. O semi profesional, porque todavía faltan contratos en los planteles, y mucho más.