Río de Janeiro vivió hoy una intensa jornada de apertura formal de los 31os. Juegos Olímpicos de la era moderna, aunque sus habitantes y sus ocasionales visitantes no pudieron sustraerse ni siquiera esta noche de una nítida conflictividad social, incrementada desde que llegó a la presidencia de Brasil en forma interina el abogado Michel Temer.

A pesar de esa intención de funcionarios y dirigentes de despegarlos y de sostener que corren por caminos separados, olimpismo y comportamientos sociales también tienen senderos que se entrecruzan y confluyen en efervescencia. La organización de la máxima cita deportiva internacional, la utilización de fondos públicos que podrían dispensarse para otras cuestiones vinculadas a una mejor calidad de vida en la gente. Todos argumentos que derivan en las consabidas protestas y movilizaciones de aquellos que no comulgan con las políticas del actual gobierno.

Alrededor de 3 mil manifestantes, la gran mayoría componentes de movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos habían iniciado manifestaciones desde temprano. El cántico «Fora Temer», por ejemplo, se repitió a lo largo de la avenida Barata Ribeiro. La mayoría de los militantes no ocultaron sus preferencias por el Partido de los Trabajadores (PT) de Luiz Inácio Lula da Silva y de la suspendida presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.

La concurrencia bloqueó los seis carriles de la Avenida Atlántica, que bordea la playa de Copacabana, por la que iba a pasar la antorcha en su camino hacia el estadio Maracaná, donde esta noche se realizó la ceremonia inaugural de la competencia deportiva por excelencia. No por casualidad, el punto elegido para concentrar la convocatoria fue el lujoso Copacabana Palace Hotel, que aloja a la mayoría de los diplomáticos y personalidades extranjeras, y en donde estaba pautado que el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, fuera uno de los que portara la antorcha olímpica. Esta situación, como era lógico suponer, generó la susceptibilidad de las fuerzas de seguridad dispuestas a lo largo y a lo ancho de la ‘Cidade maravillosa’.

Empezaron, además, los embotellamientos de tránsito, el recorrido de la antorcha se modificó y los transeúntes no tuvieron otra alternativa que molestarse, resoplar y aguardar unos cuantos minutos para avanzar. La situación también afecto a la organización de los transportes oficiales de Río de Janeiro 2016, que debieron modificar recorridos, inaugurar atajos y apelar a la inteligencia para llegar lo más rápido posible al Maracaná con los omnibuses repletos de periodistas.

Pero también, más allá de la buena predisposición de los «voluntarios» que colaboran y asisten en este tipo de eventos de magnificencia, las fisuras en la organización comenzaron a exhibir grietas, cual si fuere un castillo de naipes sostenido precariamente. Por ejemplo, los más de 100 mil espectadores presentes en este auténtico ‘Templo del fútbol’ debieron sortear innumerables inconvenientes para llegar a sus respectivas puertas de ingreso. Voluntarios, agentes policiales, funcionarios de la organización colaboraron para que el desorden dijera presente. Los representantes de la prensa tampoco escaparon a estos bemoles. Pasaron de entrar «por la puerta 9», «Gate four» o «Sector B, entre A y C» sin demasiadas especificaciones por parte de los que trabajaron y contribuyeron para la inauguración de los Juegos de Río de Janeiro.