En el vestuario, el primer día de pretemporada, había más de 50 futbolistas entre los que se habían quedado tras el descenso, los pibes de inferiores que se sumaban y los 14 refuerzos que llegaron para intentar devolver a Estudiantes a Primera. Al extraño contexto de jugar en la segunda categoría después de haber conquistado Argentina, América y el mundo se le sumaba esa situación insólita de un plantel superpoblado. La paciencia de Eduardo Luján Manera, exlateral del mítico equipo de Osvaldo Zubeldía que ganó todo a finales de los 60, y de Miguel Ángel Russo, que durante 15 años y 440 partidos había sido el volante central del León en los 80, transformaron ese caos en un equipo campeón que 25 años después aún se recuerda. Con esa dupla técnica Estudiantes dio la vuelta olímpica y logró regresar a Primera cinco fechas antes del final de torneo, con once puntos de ventaja cuando aún los triunfos valían dos puntos. Apenas pasó 265 días por la B Nacional.

La base: Chiquito Bossio; el Chocho Llop, el Ruso Prátola, Ricardo Rojas; Leo Ramos, Rulo París, Juan Sebastián Verón, Sopa Aguilar; Rubén Capria; Mariano Armentano y José Luis Calderón. Casi todos nombres que, con distinto calibre, dejaron su huella en el fútbol argentino. Había más en ese plantel: Diego Capria, Gastón Córdoba, Martín Palermo, Juan Manuel Azconzábal y Ariel Zapata. En un campeonato de 42 fechas, el Pincha se llevó 27 triunfos, 11 empates y cuatro derrotas, las cuatro fuera de La Plata. “Las estadísticas -dice hoy Rubén Capria, desde la cuarentena en su casa en City Bell- fueron buenas. Pero el logro más importante es que se metió en el corazón de la gente. En el fútbol ahora son fanáticos de las estadísticas, pero por ejemplo yo no sé ninguna estadística de Maradona. Debe haber jugadores que tienen mejores números que Diego pero nadie los recuerda. Maradona se metió en el corazón. Y eso es lo que vale, también para aquel equipo del 95”.

Capria, Calderón y Verón, tres pibes del club que luego brillaron también en otros cuadros, fueron los motores de esa campaña. Eran otras épocas del Pincha: en las inferiores ya se habían acostumbrado a armar los conjuntos los días de partido con indumentaria de distintos años e incluso marca diferente. Ese fue el camino que llevó al León al descenso. Pero eso a Verón no le sorprendió que la noche de su debut internacional los utileros tuvieran que salir de urgencia a un shopping de Río de Janeiro para comprar unas medias. Consiguieron unas blancas y negras a rayas, tipo las del San Isidro Club. Así salieron a jugar al Maracaná, para enfrentar al Flamengo, por los octavos de final de la Supercopa 95, el torneo que juntaba a todos los equipos del continente que habían sido campeón de la Libertadores. Fue 0 a 0. “Jugó como en el patio de su casa”, diría Russo sobre Verón, según cuenta el periodista Sergio Maffei en la biografía de la Bruja, El lado V. El primer gol de Verón en su carrera fue por esa Supercopa que jugó estando en la B: marcó el 1 a 0 ante Cruzeiro, en La Plata, aunque la vuelta en el Mineirao fue derrota por 3 a 0. Pudo descontar Estudiantes, pero Dida le atajó a Verón el primer penal que pateó en su carrera profesional.

Calderón (26) y Capria (17) fueron los que más goles convirtieron ese campeonato. Manera y Russo, dos generaciones diferentes de la familia pincha, condujeron a pulso aquella campaña con una mezcla de afecto paternal, exigencia y aplomo. Fue la única experiencia en dupla técnica para Russo, que ya había llevado a Lanús a dos ascensos consecutivos un par de años antes. “La importancia que yo le doy a ese equipo es que fue refundacional. Hay equipos que les cuesta mucho salir, reorganizarse. Hay un valor humano que ahora está muy en boga que es la resiliencia. Creo que tuvimos algo de eso para el club. La peleamos y la dimos vuelta”, dice Capria. El regreso llegó el 12 de mayo del 95: con un gol de Calderón, venció 1 a 0 a Gimnasia y Tiro de Salta y se aseguró el título. Faltaba más de un mes para que la otra mitad de La Plata quede a las puertas de la gloria, porque en junio de ese año Gimnasia cayó 1 a 0 ante Independiente y no pudo gritar campeón.

Si la década del 90 es recordada entre otras cosas por la proliferación de los videoclub, acaso los planteles de fútbol sean quienes más los explotaron por sus repetidas concentraciones. En el Country de City Bell, sin embargo, no había televisor ni videocasetera. Como eran 42 fechas, a veces la B Nacional se jugaba entresemana. Y los encierros se hacían largos. Verón y Coco Capria, compañeros de cuarto, organizaron una colecta entre los futbolistas para poder comprarlas. Club curtido en cábalas y costumbres por la impronta de Zubeldía y Bilardo, la Bruja y el menor de los Capria adquirieron la suya: todas las tardes después de la práctica se iban hasta el centro de City Bell, tomaban un café o un helado e iban a un videoclub a elegir la película que se vería a la noche. Un plan que, en tiempos de pandemia, genera tanta envidia como nostalgia.