Son las 8:35, es un viernes nublado y 27 jugadores hacen un loco en una de las canchas de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. En un rato, después de algunos ejercicios, unos minutos de elongación, el exarquero Carlos Barisio los dividirá en dos equipos, repartirá pecheras y dejará a cinco calentando a un costado de la cancha, y se armará el partido. Es un entrenamiento de fútbol como el que se podría ver cualquier mañana en cualquier club, pero acá no hay titulares y suplentes, no hay prácticas a puertas cerradas, no habrá concentración y los jugadores tampoco esperan a la convocatoria para el fin de semana. Todos ellos están libres, no tienen club. Son los desocupados del fútbol, los que se preparan para volver pronto a la cancha.

La rutina es más o menos la misma, todos los días a la misma hora, aunque con distintos tipos de práctica, más físico algunos días, con más fútbol otros. Es uno de los beneficios de El Futbolista, la fundación que Agremiados creó en 1991. En este semestre hay una lista de 56 jugadores que, además de entrenarse, tienen sus datos en la Web, con fotos, características y videos.

«Es como una bolsa de trabajo. Creció bastante el último tiempo, llama mucha gente para entrenarse», dice el exfutbolista Carlos Carrió, vicepresidente de la fundación y uno de los entrenadores del cuerpo técnico.

La crisis económica y la reestructuración de los torneos del interior hicieron crecer la cantidad de jugadores libres. Los equipos prefieren planteles más cortos, menos contratos, y esa combinación golpea a los proletarios de la pelota, un ejército de reserva del fútbol, la mayoría llegado desde clubes de Ascenso. Es lo que no se ve, el otro lado del show. Y ahora son 27, la mitad, porque es viernes y sale otro trabajo. Muchos futbolistas se van a jugar a equipos de las ligas del interior, donde cobran entre 2000 y 3000 pesos por partido. Son las changas que salen para sostenerse.

Porque tampoco es fácil sostener este ritmo. Hay que entrenarse, mantenerse bien, pero además llevar plata a la casa. Hace poco se supo que Kevin Cura, exjugador de Huracán y uno de los futbolistas que va a estas prácticas con otros colegas libres, maneja un Uber.

«Yo ahora estoy trabajando de personal trainer por la tarde», cuenta José Cubas, 23 años, cuyo último club fue Deportivo Riestra. José es el hermano de Andrés, el mediocampista que salió de Boca y ahora juega en Talleres.

Además de Barisio y Carrió, los otros entrenadores son Leonel Unyicio y Walter Durso. Hay un coordinador, Ricardo Urturi, un preparador físico, Federico Della Savia, y una psicóloga deportiva, Romina Calcagno.

–Trabajamos mucho la cabeza –dice Carrió–. Tenemos que concientizarlos de que tienen que seguir adelante.

–Hay mucha contención. Es difícil afrontar el día a día, aunque esto es gratis, cada vez que vienen acá es un día que no trabajan. Y algunos vienen desde lejos, tienen que gastar en transporte, y tienen familias –agrega Unyicio.

Barisio suele contarles su experiencia personal. En 1978 estaba sin club y entrenándose solo en los bosques de Palermo cuando vio correr a un grupo de jugadores con buzos verdes. Era el plantel de Ferro. Ese día habló con Rubén Sánchez, el arquero, que lo ayudó para que empezara a practicar en el club. Lo terminó reemplazando. Barisio se convirtió en un símbolo de Ferro, tiene la marca de 1075 minutos sin recibir goles, record en la era profesional, el que no pudo superar Franco Armani.

«Se los digo todo el tiempo a los chicos –dice Barisio– nunca sabés cuándo te toca, lo que importa es no bajar los brazos.» 

Para eso también es clave el trabajo con la psicóloga. Hay demasiadas razones para quedarse sin club, no siempre la falta de talento. Malas decisiones, una lesión inoportuna, un representante oscuro, falta de fortuna y de oportunidades. Son muchas. Eso se transmite, como también las experiencias de  otros jugadores que pasaron por esas prácticas y volvieron al fútbol profesional.

«De enero a la fecha, ya consiguieron trabajo 60 jugadores. Son los que se van reinsertando», cuenta Durso, uno de los entrenadores.

El trabajo con los jugadores libres no es nuevo, ya lleva 25 años. Carrió y Barisio fueron algunos de los que lo comenzaron con la tarea. Pasaron por el Club Harrod’s Gath & Chaves, por la ex ESMA y ahora están instalados en GEBA. En paralelo, también funcionó en La Candela un emprendimiento privado, el Centro de Entrenamiento de Futbolistas de Alto Rendimiento, CEFAR. La idea inicial de Agremiados fue contener a los jugadores amateur que solían hacer como el ex arquero de Ferro, correr por Palermo, en algún parque o plaza que tuvieran cerca. Y también apuntaban a los jugadores amateurs, aquellos que hicieron todas las divisiones inferiores pero nunca llegaron a firmar contrato.

«Lo que pasó fue que cada vez empezaron a bajar cada vez más jugadores profesionales. Fueron tantos que se centró todo ahí», explica Barisio.

La tarea del cuerpo técnico tiene características distintas a las de los que trabajan con los clubes. Es específica. Porque se trata de un plantel sui generis. Pueden tener puestos sin jugadores y otros superpoblados. Y todos tienen que jugar, en lo posible la misma cantidad de minutos, tanto en los entrenamientos como en los amistosos, una de las partes más importantes del programa porque es ahí donde quizá aparezcan oportunidades.

«Los amistosos son la clave, por eso hacemos muchos y con todas las categorías, porque de ahí puede salir el laburo», dice Carrió.

Los amistosos sirven para mostrarse, pero también para tener competencia con otros jugadores en  actividad. La semana previa a este entrenamiento jugaron contra Platense, el día anterior le hicieron partido a Sportivo Italiano, y ahora se preparaban para visitar a Defensa y Justicia, un equipo de Primera.

«Y por ahí vamos con un punta, porque es lo que tenemos, pero los chicos hacen partido. Pueden ganar, perder, empatar, pero demuestran que están en condiciones y al mismo nivel que los que tienen club», explica Unyicio.

Ramiro Martínez es arquero. Atravesó todas  las inferiores de Boca, formó parte del plantel que ganó la Copa Argentina en 2012 y del que se quedó con el campeonato de 2017. Hasta el último semestre jugaba en Godoy Cruz, pero decidió irse para tener más minutos en otro equipo. No consiguió y acá está, entrenándose con otros colegas sin club, a la espera de otra oportunidad.

–Esto te sirve para no estar parado, para seguir en el fútbol. Si estuviéramos entrenando solos no sería lo mismo –dice Martínez, 27 años.

–Lo que más se extraña es el vestuario. Pero estamos todos en la misma y tenemos que tratar de conseguir club –agrega Cubas.

–Este mercado fue difícil porque se achicaron los planteles, hay clubes que no la están pasando bien –cuenta Martínez.

Los desocupados del fútbol no pierden el physique du rôle de cualquier jugador. Están los que tienen los brazos tatuados, los que lucen los cortes de moda, las piernas y el pecho depilados. Nadie pierde el glamour. Tampoco las ganas.

–A esto nos dedicamos desde chiquitos, tenemos el sueño de seguir adelante, eso no te lo saca nadie. Tenemos que lucha por eso, no hay que bajar los brazos –dice Martínez.

–Yo estoy entrenando a full, hablo con mi hermano todo el tiempo, le estoy metiendo para conseguir equipo. Vine de chico, desde Misiones, con una ilusión terrible, y pienso en mis viejos, en el sacrificio, por eso sigo adelante –se entusiasma Cubas.

–Uno estaba acostumbrado a una vida, estaba en una burbuja, pero esto te hace volver a la realidad de la gente laburante. Te hace pensar de aprovechar y valorar todo lo que tenías en el club –reflexiona Martínez.

A un costado, mientras toman mate, los miembros del cuerpo técnico preparan variantes de un equipo. Hay que pensar en el amistoso del día siguiente. En que todos puedan salir a la cancha. Será el momento de abrir puertas. Ninguno de ellos sabe si ahí estará su futuro. Si encuentran el golpe de suerte. El que un día hizo que Barisio llegara a Ferro. Todo lo que saben es que no quieren que esto se termine. Quieren que el fútbol siga. «