Una marea azul intenta copar Italia. La revolución explotó este jueves en el cielo del puerto Molo Carlo Pisacane de la Ciudad de Nápoles que, 33 años después, volvió a gritar campeón. Quedan 15 puntos en juego, pero no hay nada que hacer para el resto de las equipos de la Serie A. Esta vez el fútbol y el destino se unieron en el tercer Scudetto del Napoli y el primero sin Diego Armando Maradona. En medio de la espuma parece que hay otros argentinos que también festejan hace años en el sur de Italia. Son compatriotas que juegan en el ascenso de la Puglia, región donde encontraron una combinación perfecta entre pasión, fútbol, hinchadas y un estilo de vida «digno»: parecen reyes en pueblos de 3 mil habitantes.

Hasta el 2020, Martín Ignacio Delgado jamás pensó, desde su Pinamar natal, que «había fútbol más allá de la Capital Federal». No se trata del juego, sino de la posibilidad de vivir del deporte. «En Argentina, todo está centrado en Buenos Aires y es muy complicado salir de esa burbuja», dijo este año desde la terraza de un hostel, con una parrilla de fondo a punto de prenderse, un mate recién hecho y el Teatro Comunale de Nóvoli tapando el horizonte. Delgado llegó cuando tenía 28 años. Hace unos días, el 24 de abril, cumplió 30. Vive en un edificio en donde entran más de 40 personas, pero vive solo: el hostel es sólo para él. Cobra un sueldo, le pagan todos los servicios, comida y le dan el hospedaje. 

En 2009, dejó el Club Atlético San Vicente de Pinamar en 2009. Sus compañeros siempre lo llamaron «el tanque». Es nueve, pero puede jugar de mediapunta y volante por la derecha. Jugó en Defensa y Justicia, pasó por la quinta de Boca y después estuvo en la cuarta de Ferro, que lo cedió a préstamo a J.J. Urquiza. Volvió a Caballito en 2016 para ser compañero del actual campeón del mundo, Marcos Acuña. Se fue otra vez a J.J. Urquiza y después a Midland. «Era la primera vez que no sabía qué hacer o para dónde ir. Si bien tenía ofertas, ninguna me daba un sueldo para poder llegar a fin de mes. Estaba libre a finales de 2021 y ahí nace la oportunidad de venir a Italia. Era una experiencia en otro fútbol, otro ascenso», cuenta el delantero de 179 centímetros.

La propuesta le llegó el seis de diciembre de 2021. Al día siguiente ya tenía los pasajes en su mail: de Ezeiza a Bari. En Italia, los dirigentes lo esperaron en el aeropuerto con un cartel: «Martín Delgado». Diez días después debutó con un gol en el Nóvoli. «El estadio estaba encendido, parecía el ascenso argentino. Mucho aliento, mucha garra. No sé de dónde salieron tantas personas en un pueblo en donde solo viven 3 mil habitantes”, dice y todavía se sorprende. «Cuando llegué era un equipo de la sexta categoría. La temporada pasada ascendimos y estamos en la liga Eccellenza. La cancha siempre es una fiesta», detalla.

Una división más arriba, en la Serie D (cuarta categoría), el día a día no es muy distinto al de Delgado. Además de cobrar un sueldo en mano que supera los diez mil euros la temporada al que se suman todos los gastos, Tomás Bonilla –delantero de 25 años– es una celebridad «Cuando la cuenta de Instagram del Nardó publicó que me incorporaba al equipo, una marea de seguidores nuevos se sumaron a mi cuenta. Todos hinchas del Nardó», relata. Ahora vive a metros del centro histórico de la ciudad en un Bed and Breakfast, donde cuenta con una habitación privada. En el resto de los cuartos también hay otros jugadores del club. Su contrato incluye todos los almuerzos y cenas.

Un mensaje a través de Instagram fue el paso previo para desembarcar en la localidad de la provincia de Lecce. «En enero un representante me escribió y me dijo que había visto mis datos en Transfermarkt: quería llevarme a Italia», repasa sobre ese momento en el que había vuelto a Santa Fe, su ciudad natal, después de haber pasado por la segunda división de España en el Club deportivo Calahorra (2019) y de Grecia en Thesprotos (2021-2022). A principios de febrero, aterrizó en Brindisi, ubicada a orillas del Mar Adriático. «Desde un primer momento, acá me impactó el contacto con la gente. Tiene una tribuna muy picante y activa, y en la calle los nenes te paran todo el tiempo», dice sin ocultar cierta vergüenza.

El primer día, al dejar su bolso y prepararse los primeros mates, fue directo a arreglarse el pelo. «Quería estar hecho un señor para el primer entrenamiento, viste cómo son los tanos», cuenta. Al entrar a la peluquería, dos chicos de unos diez años lo observan y se empiezan a revolucionar. Risas, gritos, corridas. No paraban de mirarlo. Le hicieron marca personal durante todo el corte. El peluquero hizo de intermediaria: los pibes querían sacar una foto con él. «A mi daba un poco de cosa, no estaba acostumbrado a esos momentos. Era el delantero que llegaba a su equipo y parecía una estrella. Es lindo que te reconozcan. Nunca me había pasado», describe.

En esta zona el fútbol no solo entrega estabilidad económica y algo de fama. También es memoria y pasión, un legado que construyó Diego Armando Maradona en el sur de Italia. Es el salvoconducto que resuelve cualquier inconveniente, como el que tuvo Facundo Urquiza durante la pandemia cuando jugaba para el Sambiase. Después de un largo tiempo de encierro por el Covid-19, el defensor que arrancó su carrera a los nueve años en Gimnasia de La Plata necesitaba salir a correr. «Sentí que me moría», rememora de ese momento donde le tocó estar aislado en una casa en Calabria. Se puso a correr pasadas de 100 metros entre las esquinas. De un momento a otro, escucha una sirena y el patrullero le atraviesa el paso. Le pregunta qué hace. Urquiza intenta explicar, pero no puede. Se pone nervioso. El policía saca la máquina para hacer multas, pero antes de facturar, lanza una pregunta. «¿De dónde sos?», le dice. «De La Plata», contesta rápido. «¿Gimnasia de La Plata?», retruca el agente con interés.

Facundo saca una sonrisa e intenta explicar que él jugó ahí hasta los 23 años cuando quedó libre. Pero el oficial no lo deja hablar: «El míster es Diego Maradona, ¿no?», agrega. Pero sabe la respuesta. «Ahí me dijo que me vaya tranquilo. Se subió al patrullero y así se fue», cuenta el futbolista.

Urquiza, Delgado y Bonilla son apenas tres historias de un fenómeno más grande. Son ídolos locales del sur de Italia. Habitan la tierra en donde hoy todo es festejo por el scudetto del Napoli. Exiliados, los tres aprendieron a pedir un café en italiano sin ser estafados con el ristretto. No son los únicos. Al contrario, cada año llegan más. Son los futbolistas argentinos que copan los pueblos. Son los que suben el nivel del Calcio de Italia y viven una vida que no parece suya. «