Mauricio Macri dice que fue él mismo, arriba de una topadora, el que derrumbó los viejos palcos de La Bombonera. Había asumido como presidente de Boca y quería avanzar con su idea de remodelación del estadio. Sin el aval de la asamblea de socios, Macri se adelantó. Licitó, adjudicó, tiró abajo los palcos y recién con los hechos consumados puso su proyecto a consideración. “Usted nos pide que aprobemos la construcción de una tribuna nueva pero la tribuna vieja no está. ¿Qué alternativa tengo?”, le dijo la asambleísta Estela Iribarren, que luego lo seguiría en su vida política. Macri le pidió disculpas pero ahí mostraba cómo entendía que se tenía que conducir un club.

En la primera parte del libro Para qué que acaba de publicar, el ex presidente aborda su experiencia en Boca, la que él mismo reconoce que le dio un nivel de popularidad para dar el salto a la política. Es una autocelebración de su liderazgo en la que se exhibe como un patrón. Macri dice que pensaba en ser presidente de Boca desde que tenía diez, once años. Curioso sueño infantil. Que su primer acercamiento al club fue cuando compró el pase de Walter Perazzo y cerró un contrato para que Fiat auspiciara la camiseta. Una omisión evidente: ese acuerdo de Sevel no sólo fue con Boca, también con River, que vistió en su camiseta la marca Peugeot. Tampoco recuerda Macri uno de sus primeros intentos por desembarcar en el fútbol, cuando quiso comprar Deportivo Español y que una asamblea de socios lo impidió.

A Boca llegó a fines de 1995. Apenas asumió, cuenta, tuvo un conflicto con los jugadores, que habían cerrado un acuerdo con la conducción anterior que Macri consideraba perjudicial para el club. Podía ser un tironeo como cualquier otro en cualquier club, pero el asunto es cómo Macri percibía ese reclamo. “Se expresaban como si fueran propietarios o, al menos, copropietarios del Club Atlético Boca Juniors”, dice. Les dijo, entonces, que eran empleados y no socios. Entre los jugadores estaban Carlos Navarro Montoya, Fabián Carrizo, Fernando Gamboa y Carlos Mac Allister, que luego sería funcionario de Macri. Las historias siguen. Pasa Carlos Bilardo, pasa Héctor Veira, llega Carlos Bianchi y Boca gana todo.

Macri relata una historia con Diego Maradona cuando Diego Maradona ya no está para desmentirla. Con tanto desprecio lo hace que incluso se refiere a la adicción de Diego como “problemitas” (sic). El mismo desprecio muestra cuando se refiere a Juan Román Riquelme. Le cuenta un entrenamiento supuestamente desganado y le adjudica un supuesto desgaste de la autoridad de Carlos Bianchi, al que a su vez dice que le indicó cómo tenía que jugar la final de Copa Libertadores con Palmeiras en 2000. “Conocí a pocas personas -dice en el libro- que utilizaran los medios de comunicación con tanta eficacia como Carlos Bianchi. Un gran número de periodistas deportivos suelen mezclar sus posiciones ideológicas personales, tantas veces afines con el populismo, con su tarea de informar”.

Macri detesta a Riquelme desde antes del Topo Gigio. Riquelme lo sabe. De Bianchi no puede digerir la conferencia de prensa en la que el entrenador lo dejó plantado. Hay una cuestión: ninguno le rindió pleitesía. “Si Bianchi no hubiese sido técnico de Boca, a Riquelme no lo querrían tanto y Macri no hubiera tenido la carrera que tiene”, respondió Riquelme por esas horas. Macri, que fue doce años presidente del club, eligió saludar a Independiente y River luego de la final del torneo que ganó Boca. No hubo mención a su club.

Riquelme, al sumarse a la lista de Jorge Amor Ameal, terminó con 24 años de macrismo en el club. Lleva cinco títulos. Este año fue campeón en Primera masculina, Primera femenina, en Reserva y en Cuarta. Hay un proyecto deportivo, que incluye la promoción de juveniles, el producto de Boca Predio. Quienes conducen el fútbol del club son varios de los jugadores que a Macri lo hicieron un presidente campeón. Riquelme, Jorge Bermúdez, Chicho Serna, Marcelo Delgado, Raúl Cascini, Hugo Ibarra como entrenador, Jorge Martínez y Pablo Jerez en el femenino. Sin embargo, elige el ninguneo. Es el desprecio por lo que no puede manejar.

Ser hincha implica ser parte de un colectivo, hacerse cargo también de las contradicciones. Es una identidad. No siempre -como pasa en el país- nos gusta quién nos gobierna pero sos feliz cuando tu equipo gana. “Porque los triunfos son de Boca y de nadie más”, dice Hernán Aisenberg, militante de Boca Es Pueblo, una agrupación de base que organiza las previas cuando se juega en la Bombonera. Y por supuesto que ahí se celebra y se celebraba también cuando gobernaba el macrismo. Porque querian que ganara Boca.

Pero hay otro punto del desprecio de Macri hacia Riquelme y los jugadores que hoy conducen Boca. Se ve en aquella discusión que tuvo con el plantel cuando asumió como presidente. Los considera empleados. Macri, patrón desde siempre, entiende que ellos no tienen que estar ahí, que ellos no pueden gobernar. Los que gobiernan son los Macri, los de su clase. Tan parecido a su mirada del país, a cuando dice que la Argentina es “la sociedad más fracasada”. Aquello que dijo Diego Capusotto: “Se creen los dueños de un país que detestan». Boca es una escala de país. Riquelme lo avisó en su momento: “Volvimos a ser un club de fútbol”. «