Cada partido es una función del genio. Nadie sabe el guión, qué ocurrirá, qué es lo que vendrá de nuevo, por dónde llegará la magia. Lionel Messi dispone. Quien esté en la cancha, quien esté frente al televisor también, sabe que en algún momento el asombro llegará. Messi maneja los hilos del espectáculo como nadie lo hizo antes en el fútbol. Como sólo lo hizo Michael Jordan en la NBA, otro deporte, otra historia. Messi juega entregado a su diversión que también es la diversión de quienes lo disfrutan.

Su diversión consiste en competir. Messi no resigna ese fuego. A sus 36 años, ya campeón del mundo, acaba de empezar el último camino hacia un Mundial -que no sabe si jugará- y lo hizo con el ímpetu revitalizado. Qatar 2022 entregó una tranquilidad que la Argentina no había disfrutado antes. Pero Messi va a su propia velocidad. Hace dieciocho años, contra Paraguay, jugó su primer partido de Eliminatorias. La Selección buscaba el pase hacia Alemania 2006, lo que sería el debut mundialista de Messi. Una acumulación de frustraciones hizo que ese tránsito fuera, por momentos, doloroso. Messi quería ganar, Messi no podía ganar, todo era impotencia. Hasta que la recompensa que llegó.   

Para Messi ahí -en conseguir el Mundial- estuvo todo. Era lo que quería, lo que necesitaba tener. ¿Qué se puede buscar desde ahora? El gol más hermoso, el tiro libre perfecto, los abrazos con los compañeros, ganar lo que haya que ganar. Un equilibrio entre el amateurismo y la competitividad feroz. Contra Ecuador, la noche fría del Monumental, le regaló a los hinchas el trazo maravilloso de su arte. Messi activó el pie zurdo para el dibujo de su tiro libre. No se trató sólo de un show, también de destrabar un partido que dio el paso inicial hacia el Mundial 2026. Ganó el partido con esa gota de su esencia genial. En un episodio tan inolvidable para quienes lo vieron desde la tribuna que Messi hizo valer las entradas dolarizadas, con AFA ID o sin AFA ID.

Su llegada a Inter Miami quedó envuelta en la incerteza de lo que sería verlo en una liga como la MLS. Jugó once partidos seguidos, ganó 10 y empató uno. Antes de Messi, Inter Miami los perdía todos. Con Messi, llegó el tiempo del show. El suyo en la cancha, el de las celebridades afuera. De Selena Gómez al Príncipe Harry. Messi juega con los dientes apretados. Se pelea con rivales y con árbitros. Abraza a compañeros, lucha hasta el final. Juega al fútbol en el país del soccer. Todo en un marco del confort que buscó para su familia y para él mismo. Competir y descansar. Tener un futuro de negocios. Una elección de vida acorde a un hombre que apenas fue campeón del mundo miró hacia donde estaban los suyos y dijo varias veces “ya está”.  

Messi hizo el jueves contra Ecuador algo infrecuente. Le pidió el cambio a Lionel Scaloni. Dijo que se sentía cansado y que habría que acostumbrarse desde ahora a que saliera antes del final. Ya había hecho su gracia. Le puso la cinta de capitán a Ángel Di María y caminó hacia el costado. El estadio se dedicó a venerarlo, a apuntarlo con sus celulares mientras se ponía la campera. El genio también sabe descansar. Esa administración de la energía es otra de sus reinvenciones. Durante sus veinte años en la alta competencia, Messi casi nunca pidió salir de la cancha. Siempre quiso jugar todo lo que pudiera, cada minuto. Ahora es consciente de que su esfuerzo requiere otro tiempo para la recuperación.   

Cuando era más joven, Messi se aburría si no jugaba al fútbol. Nada lo entretenía, ni siquiera las series más adictivas. Volvía de los entrenamientos del Barcelona y se tiraba a dormir la siesta para que el tiempo pase hasta jugar otra vez. Todavía no era padre. Ni siquiera era esposo. El paso del tiempo le dio también el qué hacer -y con quién hacer- durante sus tiempos libres, lo que disfruta como nunca. Su madurez le dio más herramientas para su liderazgo, en la Selección y en Miami. Y un empuje goleador. Lleva ocho partidos seguidos haciendo goles con la Argentina, cuatro de ellos fueron en el Mundial. 

Verlo manejar los tiempos de su fútbol y de su reposo construye la idea de que sobre esta fiesta que entrega cada partido comienza a bajarse el telón. Y sin embargo todo transcurre bien arriba, en la cresta, con fútbol de alto vuelo, en competencia. No hay signos hasta el momento de un descenso. De Messi y tampoco de esta selección que Scaloni conducirá de a poco hacia un recambio. Nunca antes una Selección argentina mantuvo tan tensa la cuerda durante tanto tiempo, nunca antes se sostuvo tanto un vínculo amoroso entre hinchada y equipo. Van más de dos años -por poner el punto de partida en 2021- con Copa América, Finalissima y Mundial. Y sigue en la ruta. 

Messi también sigue. Pero, como dice la canción que sabemos todos, todo tiene un final, todo termina. Quedan todavía ocho partidos de Eliminatorias en el país. Queda una Copa América. Que buscar links para sus días en Miami. Messi está decidido a que lo que quede sea de máxima intensidad. Es lo que importa. Tampoco nadie se resigna a que no haya 2026. Es Messi, siempre en algún momento puede sorprender.