Fueron 22 días consecutivos que paralizaron los puertos del país y la exportación de cereales en el marco de la fuerte escasez de divisas.

La Federación Aceitera logró doblegar a los grupos cerealeros que, desde agosto, se negaban a actualizar el acuerdo paritario tal como lo disponía la cláusula de revisión incluida en el acta que fijó una suba del 25% en abril.

La victoria de la huelga, que llevó el salario inicial a poco más de $ 93 mil, no solo sirvió para ratificar el principio de igualar los haberes con la canasta familiar, defendido desde la huelga de ese gremio en 2015, sino también para quebrar la quietud que, en general, y especialmente a instancias de la conducción de la CGT, ha mostrado el movimiento obrero durante 2020 a la hora de defender el salario.

Es que con la excepción de los propios aceiteros y del sindicato del neumático (Sutna), que luego de una serie de paros escalonados logró un acuerdo salarial del 37% en septiembre, la norma durante la pandemia fue la demora de los acuerdos salariales y su firma a la baja con relación a la inflación. Por eso, pandemia mediante y contra lo que dictaban las expectativas, 2020 resultó un nuevo año de retroceso salarial.

Ese hecho, sin embargo, no configuró un escenario de quietud gremial. En general, la conflictividad gremial se centró en la defensa de los puestos de trabajo contra los despidos y los cierres, el pago de los salarios en tiempo y forma y la defensa de las condiciones sanitarias.

Hubo otros gremios que encararon conflictos con eje en la defensa del salario pero, por distintos motivos, no tuvieron la misma suerte que los aceiteros. Es el caso, por ejemplo, de los trabajadores de prensa de la Ciudad de Buenos Aires, que transitaron la segunda mitad del año con medidas de fuerza en varios medios (El Cronista, Página/12, Clarín, Editorial Perfil) que concluyeron en un paro general el 3 de noviembre.

También se registraron medidas de fuerza por el salario entre los portuarios –que lograron una recomposición en septiembre–, los mineros de Andacollo, los docentes universitarios de la UBA (AGD) –que no pudieron quebrar el acuerdo a la baja que impusieron las autoridades educativas– y entre los médicos y personal de salud de la Ciudad de Buenos Aires, que pugnan por una mejora real en sus haberes que todavía no consiguieron.

El triunfo de los aceiteros se sustanció en la tradición combativa del sindicato y, a la vez, en la certeza de que las patronales, en un contexto de suba del precio internacional de las commodities, disponen holgadamente de los recursos para dar lugar al reclamo.

El mismo sindicato denuncia que, en realidad, la negativa cerrada de las empresas ante la persistencia del reclamo y de la propia huelga arrastra como telón de fondo un reclamo velado en favor de una devaluación que pudo ser quebrada por la firmeza de la medida y, a la vez, por la inminente restitución de las alícuotas de las retenciones.

A la hora de enmarcar el conflicto en el contexto, Oscar Martínez, del Taller de Estudios Laborales (TEL), destacó que «fue un año inédito. Hubo infinidad de formas de acción y luchas con resultados disimiles. No se puede decir que hubo quietud».

En el mismo sentido, Luis Campos, del Observatorio del Derecho Social de la CTA-A, recordó que «recién en septiembre y agosto aparecen conflictos vinculados con el salario. La huelga de aceiteros fue la que tuvo más visibilidad, pero también estuvieron los mineros y la UTA, entre otros. En el sector salud el conflicto fue una constante por temas salariales y no salariales».

Para Martínez, el dato significativo del año sindical fue que «la CGT siempre estuvo absolutamente ausente» mientras gremios individuales y federaciones encaraban luchas aisladas. Por eso, «frente a lo terrible que fue la pandemia en términos objetivos y subjetivos, el balance no es tan malo. Lo que mostró el movimiento obrero argentino es que siempre se puede pelear y lograr un aprendizaje».

En la misma línea, Campos destacó que «en un año que fue defensivo, el movimiento obrero mostró una vitalidad importante, que es una señal alentadora y clave para 2021».

Pero, además, «los patrones querían que fuera un caso testigo de derrota de los trabajadores», alertó Martínez. Posiblemente por ese motivo las empresas se aferraron a que el acuerdo incluya el no pago de los días caídos por la huelga pero, a la vez, generaron un bono que compense económicamente esa pérdida. «