Dicen que nada es eterno. Desde el amor hasta los imperios, pasando por la salud y la memoria: todo se desvanece en la nada. Los refutadores de leyendas incluso le niegan el carácter definitivo a la muerte y la asocian a una fase pasajera a la que le suceden múltiples transmutaciones. A los seres humanos de a pie no nos queda mucho por hacer más allá de resignarnos, negar la finitud y/o alternar –según la ocasión– esas dos variables. A su manera, Andrés Calamaro parece obstinado en desafiarla. Es reconocida su histórica devoción por multiplicar las horas de la noche e ignorar o jibarizar las del sueño, pero ante todo “su enfermedad” es hacer canciones que trascienden géneros, fronteras, generaciones, saltean algoritmos y convocan a múltiples reencuentros. Las composiciones de Calamaro parecen cada vez más alejadas de las modas y tendencias y, sin embargo, resuenan cada vez más potentes y eficaces para irle ganando al tiempo una pulseada que se juega día a día.

La naturaleza vertiginosa de Calamaro lo empujó a hacer realidad el flamante Dios los cría, su primer disco de duetos, aunque las colaboraciones son para él una práctica ineludible desde los comienzos de su carrera. En el nuevo álbum, repasa quince canciones de su repertorio junto a cantantes como Julio Iglesias, Alejandro Sanz, Milton Nascimento, Mon Laferte, Lila Downs, León Gieco, Juanes, Vicentico, Julieta Venegas y Raphael, entre otros. Se sabe: pocos músicos son menos rockeros que Julio Iglesias o Raphael, por ejemplo. Y–al mismo tiempo– nada más rockero que provocar a los “tribunales del género” convocando a impíos consumados. En ese sentido, el espíritu de El Salmón se mantiene inalterable.

Mientras la industria musical hace crónico el recurso del featuring –una práctica casi ancestral devenida en una imposición con ecos de estafa piramidal–, Calamaro lo ejerce a su manera. Convocando a amigos, vacas sagradas de la canción ibérica y a unas pocas figuras jóvenes –casi un atentado a los manuales de marketing básico–. Así las cosas, el exLos Rodríguez vuelve a desarrollar cierto culto por la “herejía”, algo que siempre lo sedujo y en algunos casos –hay que decirlo– alcanza resultados poco menos que sorprendentes.

Dios los cría salió hace unas pocas semanas, pero en rigor no es el último disco de Calamaro. Fue registrado antes del atrapante Cargar la suerte (2018) y es el resultado directo de la experiencia Romaphonics Sessions (2016) y más precisamente de su gira (en la que amplió la formación que lo acompañaba hasta conformar un trío de piano, contrabajo y percusión). Dios los cría funciona, en algún sentido, como un disco conceptual: las canciones originales –de las más diversas épocas y estilos– son abordadas a partir de un hilo conductor que entrecruza los lenguajes del jazz de origen afrocubano y el bolero. “Hicimos dos años de gira con este concepto, instrumentación y arreglos. Luego (el productor) Carlos Narea entendió apropiado el sonido del trio para un disco completo de quince canciones con un mismo hilo conductor. Surgió (tampoco por arte de magia) de grabaciones y ensayos con Germán Wiedemer (piano) y el trío que completan Martín Bruhn (percusión) y Toño Miguel (contrabajo)”, revela Calamaro.

En diálogo exclusivo con Tiempo, y siempre con la modalidad de responder vía mail, El Salmón continúa escribiendo su propia historia desentendido del qué dirán.

–¿Escuchar hoy Dios los cría en este contexto de pandemia le da a las canciones otros significados?

–No me constan sus significados iniciales, pero es probable que algunas canciones bien elegidas entablen un cierto diálogo más allá del tiempo, que tengan sentido en su tiempo y muchos años después. No son sólo las letras las que trascienden, aunque un texto decente resulta casi imprescindible a largo plazo: es algo en la interpretación de la melodía, una canción existe porque está cantada por el cantante adecuado. La canción es música cantada o no se llamaría canción. Hay géneros que se instalan en el patrón rítmico o en un fraseo de guitarras, con partituras o en la improvisación. Las canciones responden a la mecánica de las grabaciones contemporáneas o al Real Book de standards. Estas canciones existen porque –entre otros motivos– fueron grabadas y encontraron un cantante oportuno en su momento, en una producción musical. Luego lo que yo pienso: las canciones mejoran con el tiempo si se les da tiempo. Es correcto suponer que este repertorio, cantado por 18 cantantes distintos, representantes de distintas épocas y escuelas, reinstale las posibles interpretaciones de sí mismo.

–¿Qué canciones quedaron afuera y qué artistas te quedaste con ganas de que participaran en el disco?

–Quedaron afuera canciones que grabamos en las que no participaron cantantes invitados, serían unas diez o veinte. Me habría gustado mucho grabar con Willie Nelson en inglés.

–Siempre es difícil hacer coincidir los tiempos con músicos muy ocupados. ¿En algún momento se evaluó invitar a cantantes cercanos a vos como el Indio Solari y Ricardo Iorio, por ejemplo?

–Sí, claro. Lo evaluamos y en algunos casos lo consultamos con los artistas. No me corresponde excusar a los que no pudieron o no quisieron participar en un disco de estas características. Prefiero reservarme de comentar otras internas del disco o en qué consisten nuestros diálogos.

–Compusiste cientos de canciones. ¿Con qué criterio eligieron las quince que conforman el disco?

–Primero grabamos las que estábamos tocando en la gira de Romaphonic Sessions, luego elegimos otras específicas para la grabación del álbum. Después, pensamos en posibles cantantes para cada canción y en opciones para cada cantante posible. Sobre la marcha lo hacemos todo, entendiendo la marcha como único movimiento posible: hacia adelante. Mientras podamos seguir caminando no vamos a correr, la música no es una carrera y la vida tampoco. No importa llegar primero.

–¿Qué versión te gustó más y por qué?

–Afortunadamente, me gusta más que una sola. Todas tienen sustancia y detalles que podría seguir descubriendo incluso habiendo grabado en este disco. De momento no he consolidado un gusto definitivo, sigo encontrando cosas buenas en las interpretaciones, la grabación en sí misma y el arreglo. No sabemos cómo –o cuánto– nos gusta un disco, hasta que lo escuchamos cuarenta veces: la apreciación es una ciencia, un ejercicio. Nosotros, cuando terminamos una grabación, seguimos con otras cosas al día siguiente. No puedo hablar en nombre de todos los músicos o cantantes, pero no vivo escuchando los discos que grabamos. Estas versiones me gustan mucho, algunas más que otras porque son eventos extraordinarios de la música grabada. El oído aprende a escuchar según se le ha educado o maleducado. Soy oyente de jazz y de blues, entre otras cosas: son los códigos que entiendo, una lente que me permite distinguir en los detalles.

–¿Qué invitado te sorprendió más y por qué?

–La mayoría. Incluso los consagrados –y mundialmente reconocidos– me sorprendieron. Algunos se confirmaron como los mejores cantantes del mundo, otros se destacaron por la sensibilidad que tienen, el encanto especial y particular. Es un disco donde confluyen los oficios de más de veinte artistas y personas, un disco de jazz.

–A lo largo de tu carrera hiciste cientos de colaboraciones y grabaciones con colegas de múltiples géneros. ¿De dónde surge esa vocación o necesidad?

–Es vocación más que necesidad, una forma de sentir las cosas. En este caso, un aprecio por lo que hago: me gusta grabar y me encuentro confiado en el estudio con un micrófono, sé que hacer en una grabación. Tampoco voy buscando la siguiente grabación para sumar otra, cumplí 17 años grabando un disco y grabé esta misma semana. Supongo que algo de curiosidad y valentía es aconsejable para cualquiera que se aventure a hacer cosas en forma fiel a sus deseos, vocaciones o instintos. Curiosidad y valentía sirven para leer un libro entero, para otro tipo de “empresa” son insuficientes. Eso creo.

–El rock, entre otras cosas, es una aspiración que trafica convicciones y complejos. Se supone que no es un género muy amigo de convocar a músicos de tradiciones distantes, como la balada romántica, por ejemplo. Vos no practicás esas creencias. ¿Es otra forma de entender el rock o te sentís más allá del rock?

–Rock o más allá del rock, es posible. Repartimos el tiempo entre la música que tocamos y la que escuchamos, eso y el resto de las cosas. Para nuestra generación es normal escuchar variedad de registros, como ver cine o leer un poco. Soy músico de rock y nada más, rockero de ver mil recitales y fiel a mis cosas. Soy “estudioso” y sé hablar de música. El rock apercibido de cliché y nostalgia es una broma; prefiero filtrarlo habiendo escuchado Roland Kirk e Ismael Rivera. Tampoco concedo autoridad a un tribunal rockero imaginario. Cero.

–¿Qué es a esta altura el rock?

–Lo que nosotros hacemos es rock, los demás no tienen idea, no saben escuchar ni hablar o escribir de música. Se ajustan a una escala de valores de perspectiva snob y caprichosa. Los que han perdido la capacidad de admirar, no disfrutan: no saben vivir. El rock no tiene porqué rendir cuentas a nadie, es el sentido que tiene.

–Tu obra, por su caudal, llegada y variantes, parece un continente, donde entran decenas de miradas, cruces e intercambios. ¿Alguna vez lo viste de esta manera?

–Muy buena observación o mirada. No estar anclado a una teórica identidad de cabotaje, apretar en decenas de registros y elegir entre cincuenta discos posibles para grabar uno. Adhiero con agrado a esta forma de explicar las cosas.

–Falta poco para que cumplas 60 años. No parecés una persona obsesionada por las estadísticas, pero los números redondos tienen un peso cultural fuerte. ¿Estás feliz del lugar artístico en el que te van a encontrar los 60? ¿Se aprende a vivir mejor o al menos a sufrir menos?

–Soy nacido en 1961. Si no cumpliera sesenta años, estaría muerto. Mi lugar artístico me lo dan los músicos, los artistas y el público que paga las entradas en los recitales. No espero crédito de la crítica ni de la televisión, ni de los “usuarios-pichones” en Internet. Tampoco aspiro a la felicidad y menos en términos crediticios: reconocimiento me sobra, no me consta merecer tanto. Vivir mejor y sufrir poco es el privilegio de los que pueden intentarlo, me parece bien: en eso, soy igual que cualquiera.

–¿Cómo vivís o padecés la pandemia?

–Sano o ligeramente asintomático. No sé si esto es una verdadera pandemia o cuál es la  verdadera enfermedad que nos aqueja como sociedad: dar esto por terminado es irrazonable o no hay por dónde agarrarlo. Los eventos recientes responden a un plan más complejo que servirse una sopa en la China, eso tengo que creer.

–¿Qué extrañás más, el estudio o el escenario?

–Nada, no soy de extrañar. Al estudio fui ayer por la tarde. Tampoco soy un músico normal porque me he adaptado a lo que fue posible hacer y tocar, no crecí en un bonito campus universitario de California: estamos sobrevolando tachos de basura desde adolescentes. Una “gira buena” es un privilegio para unos pocos, pero supone una serie de compromisos y expectativas: respetamos nuestra forma de hacer las cosas. No es mi estilo protestar si extraño las giras o las grabaciones, espero el momento y las hago lo mejor que puedo.

–La pandemia puso en una situación difícil a todo el mundo. Pero algunos músicos comentaban (al menos el año pasado) que parar con las giras les dio algo de aire. ¿Cómo te sentís vos en ese sentido?

–Sí, ese aire, entiendo. Lo primero que sentí fue el alivio de respirarlo, más adelante ya me sentía “mejorando” los próximos recitales, los que todavía no hicimos: toreando en silencio.

–En la actualidad, tenemos a disposición gran cantidad de información, películas, música, libros, etcétera, pero pareciera que, al menos, parte de la sociedad está cada vez más intolerante y prejuiciosa. ¿Por qué?

–Quizás sean malos hábitos contemporáneos al auge de las telecomunicaciones digitales permanentes. El nivel de consumo cultural parece empobrecido. Los trabajadores no tienen casi tiempo y los privilegiados llevan un año y medio viendo televisión todo el día. El consumo cultural es algo personal y propio, dejarse llevar por la corriente no es una excusa.

–¿Las redes sociales estupidizan o solo hacen más visible una estupidez que siempre existió?

–Si se pierde el buen humor, quedan expuestas la soledad, el resentimiento y la derrota. La estupidez, llegado el caso, carece de importancia: lo que nos desanima es creer que personas potencialmente inteligentes pierden el norte y el sur. “Si la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar”.


Dios los cría

“Bohemio”, con Julio Iglesias

“Tuyo siempre”, con Vicentico

“Estadio Azteca”, con Lila Downs

“Para no olvidar”, con Manolo García y Vicente Amigo

“Mi bandera”, con León Gieco

“Flaca”, con Alejandro Sanz

“Tantas veces”, con Mon Laferte

“Algún lugar encontraré”, con Carlos Vives

“Jugar con fuego”, con Raphael

“En un hotel de mil estrellas”, con Milton Nascimento

“Engánchate conmigo”, con Juanes y Niño Josele

“Pasemos a otro tema”, con Julieta Venegas

“Gaviotas”, con Saúl Hernández

“Horizontes”, con Fernando Cabrera

“Paloma”, con Sebastián Yatra, Leiva e Iván Ferreiro