Gilda nació el 11 de octubre de 1961 en Villa Devoto, Buenos Aires. Omar Bianchi e Isabel Scioli (Tita) la inscribieron con el nombre de Miriam Alejandra. Dicen que la quisieron llamar Gilda en honor a la película que protagonizara Rita Hayworth, pero que trabas burocráticas lo impidieron.

A los cuatro años ya sabía leer y escribir: “Me había enseñado una prima que me lleva diez años”, contó en un DVD en el que relata su vida. Lo que para muchas podría haber sido una ventaja, a Gilda le trajo problemas. “Cuando las monjas -del colegio al que iba- vieron que sabía leer y escribir, me pasaron (del jardín) a primer grado. Y no había problemas intelectualmente, me costaba la parte social, porque me dejaban de lado siempre”.

A los nueve la familia se mudó al barrio de Lugano para que ella y su hermano pudieran compartir más tiempo con el papá, que había conseguido trabajo por la zona.

A diferencia de los chicos de hoy, a los 15 años Gilda sólo había pasado cinco con gobiernos democráticos. Y encima el golpe del ’76 la encontró con el padre enfermo. Su muerte en 1977, la llevó a abandonar las carreras de maestra jardinera y profesorado de Educación Física, que se financiaba manejando un micro escolar.

La chica que tenía como “ídolas en la música” a Celia Cruz y Tina Turner, se casó joven y tuvo su primer hija al cumplir el primer aniversario de casada. Y a los 29 años, ya con dos hijos (el segundo, un varón, dos años después) y en los inicios de lo que después se conocería como “Los ’90”, se sintió tentada de participar en un concurso que buscaba vocalista para una banda.

Una de las versiones dice que ese día hubo flechazo con Toti Gimenez, en la organización del concurso. Ella prefirió, años más tarde, como buen artista que construye su mito, decir que con Toti se conocían de chicos, que se volvieron a encontrar casualmente de grandes, que él le contó lo que hacía, que ella le dijo que cantaría un tema de Gladys la bomba Tucumana en un un festival escolar, que él la vio y le propuso grabar unos demos, y que así, armónicamente, terminaron juntos. La atmósfera noventista que convirtió a Gilda junto con Rodrigo en los dos ídolos de la década, invitan a dar más crédito al flechazo.

En ese concurso, Gilda encontró la puerta de salida de su vida anterior. Y desplegó su talento para hacer de esa sensación de liberación personal, una colectiva. Chicas populares, especialmente de barrio, como solía decirse, duramente golpeadas por los cambios que había dejado la dictadura, vieron en la cantante que hacía menear la cintura a la vez que aceleraba el ritmo del corazón, la posibilidad, también ellas, de encontrar una salida a su laberinto.