Muchas películas argentinas repiten un mismo argumento: los personajes principales buscan obsesivamente un negocio más o menos lícito que posibilite la riqueza ilimitada y un futuro sin trabajo. Es un negocio que “salva” de la miseria, de la humillación, de los trabajos alienantes o de los otros argentinos. Es el tópico recurrente que ejemplifica los mitos de la picaresca argentina y de la mentada “viveza criolla”. Poco parece importar que, la mayoría de las veces, el negocio suponga una estafa al prójimo, a una mujer, al Estado o, en el mejor de los casos, a un poderoso.

Lennons, la película dirigida por José María Cicala  y protagonizada por Gastón Pauls, se inscribe en esa tradición. Para Canelón, un excéntrico buscavidas, el negocio “salvador” parece estar al alcance de la mano el día en que, de manera casual, conoce a Norberto (Javier Parisi), el empleado de una tintorería, que se parece extraordinariamente a John Lennon. Entonces, en los últimos meses de 1980, Canelón planea un engaño de dimensiones tan extraordinarias y delirantes como sus sueños: convencer a un famoso productor discográfico, Jacobo Cohen (Luis Machín) para que organice un megarecital en la Argentina con el falso Lennon como figura estelar. Para ello, tendrá que esquivar a Vanucchi (Luciano Cáceres), un popular conductor de televisión que descubrió la trampa y planea desenmascararlo.

-¿Qué motivos te llevaron a aceptar este personaje?

-Lo que más me atrajo del proyecto es que Canelón es como un niño. Un niño sin ningún tipo de juicio, sin ningún tipo de barrera, sin filtro. Es alguien que va hacia adelante cueste lo que cueste, se zambulle en cualquier pileta y así va por la vida. Ve a Norberto, que casualmente estuvo en el mismo orfanato que él, y le dice: “Sos igual a Lennon” y ahí ya cranea que puede usarlo para sus planes tramposos. Yo leí el guión y me dije: “Voy a ser como Canelón. Vamos a divertirnos, vamos a jugar sin juicio, a probar cosas”. Me parece que, muchas veces, ese es el espíritu de la actuación: actuar es jugar un poco. Entonces me lancé al riesgo y a la aventura. También me sedujo que es una película que puedo ver con mis hijos.

Foto: Captura de pantalla

-¿Qué otros temas aborda la ficción cinematográfica?

-Canelón habla mucho de un ADN argentino medio chanta. El no importa cómo, pero te lo armo y lo voy a hacer. E increíblemente sale. No era la intención de José (Cicala), Gisela (Sánchez), Martín (Borra) y Luciano (Gerez), pero casi compusieron, sociológicamente, uno de los tipos ideales argentinos. Creo que con este personaje ilustran muy bien ese gen local de supervivencia que busca “un algo que me salve”. Lo que lo iba a salvar a Canelón es una chantada a nivel mundial: compromete a Lennon, compromete a productores, compromete a artistas famosos teloneros, compromete a millares de personas que compraron la entrada para ir al recital. Pero, a la vez, la historia mundial de la música tiene momentos que ejemplifican chantadas similares: Milli Vanilli era una banda de dos tipos que supuestamente cantaban y los que habían grabado los temas eran otros. A ellos los pusieron delante de las cámaras porque eran lindos. Entonces, la película es una radiografía humana del delirio, un compendio de esas trampas y engaños que debieran estar en el Guinness.

-En ese sentido, no parece casual la alusión casi directa a Nueve reinas. ¿En qué se parece Canelón a Juan?

-No lo había pensado. La película adentro de la película para contar lo mismo: la gente cagándose entre ellos, todos contra todos para ver quién se salva. Otra vez me tocó interpretar a un impostor. Pero lo que quizás redime a Canelón es que salió de la nada y por eso tiene sueños desmedidos. No voy a spoilear el final, pero, en los dos casos, tanto en Nueve reinas como en Lennons, mis personajes salen bastante bien parados, casi ganando. Me salva la cara de buen tipo como diría el chanta que interpreta Darín (risas). De todas formas, yo veo a Canelón más parecido a otro Juan, al que interpretaba en Todos contra Juan, esa serie sobre un pibe que quería recuperar la fama y hacia lo que fuera por lograr ese sueño. Acá también hay algo del personaje que es ir hacia el sueño, no importa cómo, no importa la manera, no importa si está viviendo en una pocilga, igual siente que puede hacerlo. De alguna manera Canelón simboliza la fe y esperanza infinitas que a veces tienen los eternos perdedores y quizás es por eso que, hacia el final, algo del espíritu de Lennon se materializa en el impostor y Norberto se metamorfosea en el Lennon verdadero. Se cumple algo de ese sueño imposible y eso también forma parte del ADN argentino.

Foto: Captura de pantalla

-Si cada película es hija de su época, ¿en qué sentidos Lennons habla de los tiempos que corren en la Argentina?

-Canelón fue un pibe huérfano que se tiene que hacer a sí mismo. Este es un momento del país de orfandad en que necesariamente tenemos que preguntarnos como sociedad qué hacemos y cómo lo hacemos. Los argentinos buscamos a alguien que nos guíe y nos lleve a buen puerto. Lo que tiene Canelón en relación con lo argentino es ese empuje que tenemos los argentinos. Hemos estado inmersos en quilombazos, pero siempre logramos salir. 

-¿En qué género encasillarías la película?

-La película no puede encasillarse en un solo género.  Es bizarra. Es una comedia delirante, tiene una parte musical, tiene una parte emotiva. Es una película para chicos, pero también para adultos nostalgiosos o con alma de niños.  La película es literalmente un juego, que no tiene lógica.

-¿Cómo fue el proceso de filmación?

-En términos personales lo disfruté y me conmoví mucho. En primer lugar, porque trabajé con actores a los que admiro profundamente. A algunos que conocía y había visto en otras películas como Betiana (Blum), Luciano (Cáceres), Malena (Guinzburg) o Luis (Machín), con quien había trabajado. En segundo lugar, porque me di dos de esos gustos que uno se lleva toda la vida: el primero, hacer una escena con David Lebón con todo lo que él y su música significaron en mi existencia. Y segundo, cantar al final una canción con Nito Mestre. En un momento yo estaba con todo el equipo cantando una canción con Nito, cerré los ojos y dije “esto es una locura de las lindas”. Nito es uno de los próceres de la historia que me ayudó a crecer. Yo, como tantos de mi generación, pasé mi adolescencia cantando las canciones de Sui Géneris. Es un regalo que me llevo. Y, a su vez, es uno de los momentos más lindos de la película.

–¿Qué significó John Lennon en tu vida?

–Lennon fue muy importante para mí. Mis hermanos mayores, Alan y Cristian, escuchaban a Los Beatles, los cuatro de Liverpool alimentaron mis oídos, mi alma y mi corazón. Es lo primero que escuché en mi infancia. Había algo en Los Beatles que me emocionaba profundamente. Nunca olvido el día en que mi viejo vino con el diario y la noticia de que mataron a Lennon. Son esos momentos como la muerte de Olmedo, que quedan grabados. Luego ya más grande, conocí el mensaje de paz, de amor, de hacer el amor y no la guerra, de un mundo sin fronteras, la utopía de un mundo con más justicia social y sin racismo que Lennon pregonaba para el mundo y lo admiré aún más.

-¿Cuáles son tus próximos proyectos?

-Estamos esperando qué pasa con la segunda temporada de Barrabrava, lo cual, seguramente, se definirá en unos meses. Estoy en otro proyecto que escribí y que quiero dirigir llamado El año del dragón. Además, estoy moviendo un viejo proyecto mío que finalmente va a ver la luz que es una película sobre la vida del Padre Carlos Mujica.

Lennons

Director: José María Cicala. Con Gastón Pauls, Betiana Blum, Luciano Cáceres, Luis Machín y Griselda Sánchez. Estreno: 5 de octubre. En cines.


El sueño de la gran estafa

En Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1949), Jorge Salcedo interpreta al empleado de una empresa que ejecuta un desfalco millonario. El personaje cuenta con el hecho de que, al no aparecer el botín, a lo sumo le corresponderán seis años en la cárcel por presunto delito y luego de cumplir la pena, ya en libertad, podrá disfrutar de una verdadera fortuna. Cuando el estafador es apresado por la policía, en la estación de trenes de Retiro hay una multitud de personas que lo esperan, lo rodean y corean su nombre exaltándolo como héroe. Quizás, pocas escenas como esa reflejan cierto imaginario social argento, mucho del sentido común y de las ansias de los argentinos de salvarse, de encontrar aquel negocio que procure la plata fácil.

La película de Fregonese inaugura una genealogía que continúa con clásicos como La trampa (Carlos Hugo Christensen, 1949) o El rufián (Daniel Tinayre, 1961) y se multiplica en comedias de las décadas del ’70 y ’80, donde frecuentemente los personajes de ficción interpretados por el dúo cómico Olmedo- Porcel se disfrazan de médicos, empresarios o abogados para llenarse de dinero a costa de los demás y como postre seducir a las mujeres de sus sueños. Finalmente, el mismo tópico del “negocio salvador” se ambienta en la época de la dictadura o de cierto auge neoliberal en filmes tales como Plata dulce (Fernando Ayala, 1982), Billetes, billetes (Martin Schor, 1988) y Perdido por perdido (Alberto Lecchi, 1993), entre otras.  Finalmente, el tema encuentra su cénit en obras maestras como Soñar, soñar (Leonardo Favio, 1976), La parte del león, la ópera prima de Adolfo Aristarain estrenada en 1978, o la mencionada Nueve reinas.

Nutrido de un elenco notable, Lennons se suma a esa tradición con el aditamento de apelar al bizarro extremo y a situaciones y personajes envueltos en un permanente estado de comedia. Más el plus de Camilo, un personaje entrañable, uno de esos perdedores hermosos, eternamente frustrados y siempre queribles que seguramente empatizará con el público. Es, decididamente, uno de esos personajes a los cuales desearíamos que todo le vaya bien.

Gastón Pauls.