Cuando el mundo parece acabarse, como parecía en el estallido de la hiperinflación de 1989, dos grupos de teatro callejero, La Obra y El Encuentro, se juntaron. “Fue un encuentro en el Tigre, donde decidimos desarmar el grupo que teníamos porque creíamos que había cumplido su ciclo, y armamos La Runfla”, recuerda uno de sus fundadores, Héctor Alvarellos, con la tranquilidad del que recorrió el largo camino y está en pie para contarlo con satisfacción.

El sábado a las 21 en el Parque Avellaneda estrenan obra, “1816. La Pulpería de la Independencia”, acaso la mejor manera de conmemorar todo este tiempo en la calle. “Aparecimos en un momento en el que el espacio público empezaba a hacerse inseguro, aparecían las rejas (en las plazas) y ahí crecimos”. dice sin penar. “Quedamos muy pocos haciendo calle, porque muchos grupos se metieron en salas y otros en galpones. Me acuerdo de un encuentro en diciembre de 1991 en Parque Rivadavia, que jugaba Boca, hacía un calor enorme, pero quedó en nuestra memoria porque nos bancamos todo”, sonríe.

Alegórica o no, “1816…” es sainete, grotesco y toques de melodrama con pinceladas de cómic para hablar de los prolegómenos de un nacimiento. Que como todos los nacimientos se parecen, al menos en su dificultad. Así, si bien vigoroso, el andar de aquel grupo iniciado los 90 no fue sencillo, y tuvo que ver con una pérdida: la del puesto de trabajo que Alvarellos tenía en Gas del Estado, a cambio de cuyo puesto laboral recibió un dinero que invirtió en una casona de Floresta, que con los años se convertiría en un centro cultural. La construcción en el nuevo terruño, también implicaba la de un espacio que pudiera asentarse en el territorio, y desde allí irradiar. Empezaba de esa manera la etapa Parque Avellaneda, que sería mucho más que teatro callejero, sería la movilización de una comunidad para hacer valer su derecho a la cultura y los espacios públicos.

“Nosotros queríamos hacer teatro callejero en el espacio público como opción estética”, define Alvarellos. “Le dimos visibilidad al parque, nos juntamos con vecinos y conseguimos una ley en el 2000 que es la que rige la actividad en el parque. Es la ley que habilita la planificación participativa y la gestión asociada y es el único parque de la ciudad que la tiene.” A partir de ella se dispone un plan de manejo por el que la política cultural como las modificaciones edilicias o cambios de distinto tipo en el Parque Avellaneda deben estar consensuadas entre los vecinos y el gobierno de la Ciudad.

En el camino hacia la obtención de la ley y luego de su sanción, los vecinos consiguieron reconstruir la casona que era casco de la antigua estancia que se convirtió en predio del parque, crear la escuela Che Guevara, convertir el antiguo tambo en una sala de artes escénicas, “y también hacer la sede de la escuela de teatro callejero que depende de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), ya no de La Runfla, como al principio”. Un caso muy singular de la Argentina (“tenemos alumnos de otros países de la región”) que reconoce la especificidad del tipo de formación que necesitan ese tipo de actores.

Si algo define el espíritu de La Runfla y el trabajo que llevaron adelante junto con los vecinos es la idea de que “no es que nosotros tenemos que traerla, la cultura ya está en la calle y los barrios”. Por eso Alvarellos habla de haber “recuperado la actividad cultural que había, juntandonos con otros actores culturales” para llevar adelante una pelea que hizo que hoy Parque Avellaneda sea un “una parte fundamental del patrimonio y de la defensa del espacio público. Porque nosotros hacemos teatro callejero porque entendemos que es parte de nuestra misión defender el espacio público, sentir que es de todos, planificarlo y tratar de que la gente se acerque al teatro, porque el teatro se puede hacer en cualquier parte”.

En este breve raconto de 25 años, Alvarellos quiere recordar especialmente a los socios fundadores que aún están en el grupo: Gabriel Alonso, Javier Giménez y Estela Rocha, y “todos los compañeros que han pasado por el grupo y que han hecho que el grupo sea lo que es hoy: un grupo que tiene una fuerte importan artística, una fuerte impronta ideológica y de inserción barrial”.

Alvarellos no recuerda otro momento tan difícil para la gestión cultural en el parque como el actual. “Dependemos del consenso, y en este momento el gobierno no se muestra muy a gusto con este tipo de gestión”. En ese sentido, actualmente existe una iniciativa en la Legislatura porteña para reglamentar y controlar la actividad cultural callejera, algo con lo que Alvarellos en pricnipio no desacuerda, pero exige que se los consulte: “Cuando ves que vienen a cerrar o imponer cosas, ahí es cuando sentís miedo. Los vecinos somos los que usamos y cuidamos de este espacio, y es importante que se debata con nosotros, y no decidirlo desde un escritorio pensando cómo debería ser. Si las cosas no se gestionan desde lo territorial, difícilmente se llegue a un buen acuerdo”.