Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg fueron tres de los exponentes norteamericanos más destacados de la llamada Generación Beat: la corriente literaria y artística de los sesenta que alzó la voz para rebelarse contra el sistema de valores de la década anterior y su falso estado de bienestar. Representantes de la nueva contracultura, originalmente a través de la literatura y el jazz –y quienes dieron los primeros pasos del movimiento hippie–, explotaron un aullido de libertad que rompió sus propias fronteras. Y la Argentina no fue sorda.

De esta lado de la región, los poetas Ruy Rodríguez, Reynaldo Mariani, Néstor Sánchez, Gianni Siccardi, Poni Micharvegas y Sergio Mulet comenzaron a escribir y ensayar distintos modos de hacer –a través de los grupos Opium y Sunda– para imponer su grito en el contexto sociopolítico que les tocaba vivir: el golpe de Estado de 1955, el proyecto de modernización liberal, el desarrollismo y el derrocamiento de Arturo Frondizi, entre otros hechos. Hasta el 17 de julio, el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Gral. Las Heras 2555) exhibe Déjalo Beat, muestra que reúne una serie de objetos y textos de los «beatnik porteños» que –a través de fotos, registros audiovisuales, retratos, revistas y libros– reproducen sus rasgos identitarios como grupo.

«El grupo de artistas a los que denominamos beat (porteños) son los que ante esta situación política se decepcionaron de todo. Casi todos alguna vez se acercaron a la izquierda y se decepcionaron. Ovejas descarriadas que fueron lectores ávidos de alguna práctica que comprometiera la vida con la obra y viceversa», cuenta Federico Barea, autor del libro Argentina Beat. «Pero en 1963 aparece un oasis: la denominada Manzana Loca. En el centro de la ciudad estaban los bares, la Facultad de Filosofía y Letras, y el Instituto Di Tella». Este último fue un centro de investigación cultural que experimentó nuevas formas de concebir las prácticas artísticas y donde surgieron muchos de los más grandes: Marta Minujín, Rómulo Maccio, Gyula Kosice, Julio Le Parc, Yuyo Noé, Delia Cancela, Clorindo Testa, entre tantos otros. En el caso de Minujín, un buen ejemplo es su obra La Menesunda (1965) –un recorrido donde el público descubría, por medio de once habitaciones ambientadas, inesperadas situaciones–, cuyo gran objetivo fue romper con las reglas del arte.

En cuanto a lo literario, Barea opina que «la línea que más puede observarse en los textos de la Argentina Beat es la prosa rápida, bop, rítmica. El ejemplo más acabado es el Inventario sobre la marihuana y ella, de Ruy Rodríguez. En Burroughs y Sánchez también puede verse una preocupación por el trabajo con el lenguaje, por teorizar sobre las prácticas de la escritura. Pero también hay otro tipo de aporte, como la traducción de Aullido, de Ginsberg, realizada por Madela Ezcurra y Leandro Katz; o la constante divulgación y traducción de Miguel Grinberg, en revistas de la época».

Fiel al espíritu convocante del cuestionamiento y la reflexión, los beats también dieron comienzo a una reivindicación de la homosexualidad y la liberación sexual, que repercutió de forma notable entre la comunidad LGTB. «En realidad, hay una reivindicación de la libertad y de la experimentación. Ginsberg fue el más abiertamente gay y promotor de la liberación de los prejuicios e ideas preconcebidas, creadas por las superestructuras y la comunicación signada por manipulaciones e imposiciones.

Para la filosofía beat –heredera, en parte, de las vanguardias de entreguerras– hay una vinculación directa entre vida y obra: una nueva forma de comunicación acompañada por otra manera de vivir que dan, como resultado, distintos modos artísticos», explica el autor. Y agrega: «Para ello hay que ir hacia el lado contrario del que va la sociedad y sus valores: familia, propiedad, religión, censura, heterosexualidad, prohibiciones de todo tipo, la lógica policial del Estado en general». «Esa es la mirada de los que se vuelcan hacia atrás, académicamente, e intentan hacer una autopsia de los movimientos literarios, tratándolos como algo muerto. Yo abogo por hacer una vivisección, buscando reconocer lo que permanece vivo, resembrar la semilla contracultural que la cultura oficial pretende esterilizar». «