Quien haya visto el triler (lo puede hacer aquí mismo) puede entender bastante de qué se trata. Si encima ve la bajada con la que se acompaña el título en Argentina («Estábamos mejor solos»), ya casi como que puede «ver» toda la película. El que haya visto Alien (sobre todo la primera, pero vale cualquiera de la saga) indefectiblemente comparará y podrá decir sin ambages: es Alien. Y tendrá razón pese a que la nueva Alien llegará en unos meses.

 

A inicios del actual siglo, pero también desde fines de los noventa, el cine de Hollywood ha entrada en una revisión, relectura, revisitamiento, remake y hasta nuevas versiones para nuevos públicos de las películas que marcaron su resurgir en los setenta y su exponencial éxito de taquilla en los ochenta hasta el pico de Titanic (1997, que ya era una revisión). Que la industria va por la maximización de la ganancia y que esa maximización muchas veces resulte del abaratamiento de costos a partir de reflotar viejas ideas antes que buscar y arriesgar nuevas, no hay duda. Pero eso no quita, en especial en una industria como la del espectáculo en la que la previsión del éxito es tan endeble, que se trate de un cambio en los tiempos que habilita reflotar viejas historias, incluso calcadas. Y si no son calcadas, mezcladas de manera novedosa, como ya mostró Stranger Things el año pasado.

Sin llegar la máxima que machaca Mirtha Legrand sobre que el público se renueva (y por eso no importa reiterarse), hay algo de eso en Life, que a diferencia de Alien no encuentra un ser extraterrestre, sino que se trata de una tripulación de seis miembros en la Estación Espacial Internacional que están a punto de lograr uno de los descubrimientos más importantes en la historia humana: la primera evidencia de vida extraterrestre en Marte. Ellos no encuentran un ejemplar completo, sino células dormidas que a partir del estímulo que les proporcionan las hace despertar, y permite desarrollar su vida. Esa liviandad por dotar de un toque personal y actual la película no quiere decir que esta nueva versión del alienígena que potencialmente puede poner en riesgo la vida humana sea una farsa. Si aquella con su título (que en inglés también significa extranjero) y su referencia a las cárceles de máxima seguridad, pero sobre todo al nuevo rol femenino que ponía en jaque la hegemonía masculina del héroe, representaba los primeros simientes del mundo que se avecinaba, ésta parece más relacionada con el ejercicio del copy paste que el manual de todo género impone: estructuras poco flexibles a las interpretaciones curiosas, todo en el lugar que se espera y nada de sorpresas; así también es posible hacer una película de terror de ciencia ficción.

Pero ojo que el copy paste antes que una característica que indique desprecio por las narrativas -después de todo hay que saber seleccionar y volver a juntar- tiene que ver con la vorágine del consumo del espectáculo en general, y del cine en particular. Para decirlo de otro modo, a diferencia de las series como Strange Things, que se pueden dar “el lujo” de tener el tiempo que dan los capítulos como para poder armar un buen relato -y el reposo de verla en la intimidad del hogar- el cine, en especial el mainstream, tiene cada días más características de un consumo tipo shopping: lo principal es el paseo, luego lo que se consume.

Así y todo Life se las arregla para conservar hasta el final la esperanza de un desenlace distinto. Y eso es un mérito. Más ante un público cada vez más avezado en ver y digerir audiovisuales de todo tipo. Encontrar un por qué a que el desenlace tire por la borda toda esa esperanza que con esfuerzo construyó, debería corresponder a otro tipo de artículo.

Life: vida inteligente (Life. Estados Unidos, 2017). Dirección: Daniel Espinosa. Guión: Rhett Reese, Paul Wernick. Con: Ryan Reynolds, Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Hiroyuki Sanada, Olga Dihovichnaya. 103 minutos.