Desde hace décadas es una referente de la cultura popular argentina por sus trabajos en televisión, cine y teatro. Pero también por su audacia al desafiar mandatos e ignorar el qué dirán. Moria Casán es, sin dudas, un emblema, pero ante todo es una mujer que se hizo a sí misma. Una artista que atravesó múltiples Argentinas y es relevante en cada una de ellas.

Lejos de dormirse en los laureles o de acomodarse en su estatus de pionera, Moria siempre va por más. Ahora es Julio César, el personaje central del clásico de William Shakespeare, en la audaz versión de José María Muscari. La puesta es vanguardista, disruptiva, y Moria interpreta al dictador romano con la convicción que la caracteriza.

–¿Cómo definís esta puesta de Muscari sobre un texto tan emblemático?

–Es una versión muy visual. Una gran metáfora sobre la tecnología y el manejo del poder, con muchas herramientas escénicas que nos ayudan para que el texto llegue más profundo. Es una versión para reírse, emocionarse y reflexionar. Creo que estamos ante un hecho trascendente y muy bisagra. Es una ficción realista, que habla desde lo humano: lo que ocurre, ocurrió y seguirá ocurriendo. Es una mirada sobre el funcionamiento del poder, por eso muestra la lealtad, la deslealtad, el amor, el odio, las conspiraciones y más. Son textos que siguen vigentes, pero los expresamos con una vuelta de tuerca que deja a la gente obnubilada.

–Analizar el poder, a quienes lo tienen y a quienes no, ¿es una forma de entender la naturaleza humana?

–Creo que sí. El poder te llena de felpudos, de obsecuentes que quieren sacar provecho de vos y, si no podés dominar ese universo de “lacayolandia”, se hace muy difícil mantenerlo. No es fácil de manejar. El que tuvo poder pocas veces termina bien. El poder es como una droga: te lleva en un avión de lujo hasta que se estrella.

–¿Cómo describirías a tu Julio César? ¿Te fue difícil acercarte al texto?

–Tengo una memoria privilegiada y el texto me sale tal cual lo pide la obra. Pero soy yo, no hay nada impostado en mi Julio César. Yo habité al personaje enseguida: me puse en su piel apenas leí el texto. Soy autodidacta, autogestionada, así que me meto rápido en lo que me toca. Lo gozo, no maltrato al personaje, no me hago quilombos con de dónde vengo o dónde voy. No entra nada de la academia dentro de mí: no busco prestigio o hacerme la culta. No tengo prejuicio alguno. No me asusta el San Martín, Shakespeare, ni nada. Es el personaje el que sale a escena. ¿Me eligieron a mí? Listo, lo hago. Por algo será que me propusieron hacerlo. Hace 50 años que estoy en el mundo del espectáculo. No soy retorcida ni doy vueltas. Cuando voy a la calesita, quiero sacar la sortija. Es mi personalidad. No me interesa masturbarme, quiero coger. ¿Se entiende?

–Hacer la obra en Mataderos, un barrio popular, ¿es importante para vos?

–Claro que sí. Hay que ir a los barrios. Queremos desacartonar la cultura. Esto acerca a la gente. Hay que alejarse de lo culturoso. Vendimos todo mayo sin haber debutado, así que imaginate lo que significa. Es una manera de que la gente que no vive o no viene para el Centro también pueda acceder a un espectáculo como este.

–¿Cómo te llevás con Muscari?

–Es divino. Lo conozco hace mucho y lo admiro. Es lanzado, creativo, talentoso. Un obrero de la profesión. Es un animal teatral: tiene instinto, talento y pone en órbita gente que está fuera de radar. Es muy potente. Nuestras dos personalidades congenian. Por eso la obra está brutal.

–¿Alguna vez pensaste que harías Shakespeare?

–La verdad es que nunca pensé en el futuro. Desde que era chica siempre pensaba en presente. En cómo construirme. En encontrarme a mí misma. A los 12 años empecé a dar clases de baile para tener mi plata, para no pedir, aunque mis padres no me hubieran negado nada y en casa no había problemas económicos. A partir de ahí nunca tuve otro anhelo que el de ser yo misma. Eso me permitió recorrer la vida con plenitud, aunque obviamente transité momentos duros y dolorosos. Pero soy muy resiliente y he podido atravesarlos.

–¿Se puede decir que estás empoderada desde niña?

–Decidí no obedecer ningún mandato desde chica. Ni culturales, ni religiosos, ni paternos. Siempre fui una rebelde, pero con cable a tierra. Me fui de mi casa sin haberme peleado con mis padres. Fui la única hija y ellos fueron fantásticos conmigo. No tengo ninguna factura que pasar. Pero quería hacer mi camino. Siempre fui diferente. Ni mejor ni peor, diferente.

–¿Alguna vez el éxito se te  subió a la cabeza?

–Para nada. Desde que empecé en esta profesión me fue bien. A mí siempre me eligieron, nunca hice casting de nada. El universo me brinda cosas, yo solo aprovecho cuando me toca.

Foto: Carlos Furman

–¿Sentís que la gente te quiere?

–Creo que le doy alegría desde mi trabajo. En el teatro, en la tele o en el cine. Amo a la Argentina: es un lugar muy especial, no resiste análisis. Es maravilloso y duro, pero es mi lugar. Viví siempre acá y acá voy a morir.

–Estás en pareja con Fernando “Pato” Galmarini. ¿Viven juntos?

–No, sigo viviendo en Parque Leloir, pero paso mucho tiempo en su casa de San Isidro.

–Imagino que hablan del país y del peronismo. ¿Vos sos peronista?

–Mi madre era peronista, mi tío fue guardaespaldas de Perón, mi tía trabajó en la Fundación Evita, así que siempre tuve relación con el movimiento. Mi padre era radical pero, la verdad, nunca tuve filiación partidaria de ningún tipo. Me flexibilizo y me adapto a las circunstancias, te soy sincera.

–¿Pero las políticas peronistas no marcaron tu vida?

–Como las de todos los argentinos. Era una niña cuando estaba el peronismo en el poder, viví cómo elevó a la clase media, Evita consiguió el voto femenino… Mi madre nos decía que le podíamos poner una planta más a nuestra casa para hacerla de dos pisos gracias a Perón y mi padre se enojaba un poco. Pero sobre todo recuerdo el lugar que había en la cultura en el gobierno peronista: con un abono veíamos 20 películas al mes. Eso me hizo ser cinéfila. Eso te marca. Mi padre, además de militar, era músico: por eso estudié piano, danza, y viví en un mundo hermoso de cultura y alegría. Eso forjó mi niñez. Me llevaban a las reuniones de los sindicatos y recuerdo las mesas largas donde la gente comía, bailaba y se reía, eso es lo que yo recuerdo del peronismo. Una niñez hermosa. Pero no soy peronista, más bien soy casanista (risas).

–¿Qué te dice la gente cuando te cruza por la calle?

–Me saludan con mucho afecto. Siento que estoy en un momento culminante. La pandemia dejó en la gente una huella, los sentimientos están a flor de piel y la fragilidad de todo ha quedado expuesta. Siento que hay una mirada de los demás hacia mí como de agradecimiento. Mi forma de ser, lanzada, de avanzada, inspiró a muchos y la gente me lo reconoce. Últimamente me lo dicen bastante por la calle. En estos años he cosechado algo a través de lo genuina de mi actitud. Siempre fui muy popular y siempre hubo una empatía muy fuerte hacia mi persona, pero ahora siento que el amor que me muestra el público trasciende lo artístico.

–¿Por qué sentís que ninguna circunstancia te detuvo en tus objetivos?

–Porque no dejé que nada me detenga. Rompí esquemas: con Playa Franca, con los programas de tele, las películas… Nunca fui políticamente correcta, siempre fui cercana de la comunidad LGBT… Y siempre fui independiente de la opinión ajena. Lo bueno no me interesó demasiado y lo malo menos. El poder en mí está en la libertad que siempre tuve y que me supe conseguir. El himno dice “Oíd el ruido de rotas cadenas”: acá no hubo ninguna cadena rota, acá hubo una construcción propia para ser una mujer. La que quise ser. «

Foto: Carlos Furman


Julio César
Versión de José María Muscari del clásico de William Shakespeare. Con Moria Casán, Marita Ballesteros, Malena Solda, Alejandra Radano, Vivian El Jaber, Mario Alarcón, Mariano Torre y Mirta Wons. Funciones: sábados y domingos desde las 17 horas, en el Cine Teatro El Plata, Juan Bautista Alberdi 5765, Mataderos.


La historia previa

Hace ocho años Moria fue convocada por José María Muscari para hacer Julio César en el teatro Regina. Se trataba de una versión minimalista de teatro leído. En esa oportunidad leyó junto a Andrea Bonelli, Leticia Brédice, Agustina Lecouna, Esmeralda Mitre, Norma Pons y Mónica Villa. “Pero Muscari siguió craneando y fue por más –destaca–. Jorge Telerman se enteró, le gustó la idea de que los roles masculinos sean cubiertos por mujeres y los femeninos por hombres, y nos ayudó mucho antes de irse del Complejo Teatral para ser el director del Teatro Colón. Y acá estamos”.

Esta puesta del clásico de Shakespeare cuenta con un nutrido elenco, en el que también se encuentran Marita Ballesteros (Marco Antonio), Malena Solda (Casio), Alejandra Radano (Bruto), Mario Alarcón (Calpurnia), Mariano Torre (Porcia) y Mirta Wons (Lucio), entre otros. Es una versión muy singular de una de las obras más emblemáticas del gran dramaturgo inglés. El 1, 2 y 3 de julio se presentará en el Festival de Mérida, España.

El talento sin techo de Sofía

Moria está muy orgullosa de Sofía Gala Castiglione, su hija. “Trabaja increíble; para mí, todo le sale bien. Es muy talentosa. Gana premios y tiene reconocimiento en todo lo que hace porque es pura energía y desarrolla una potencia impresionante”, destaca.

Moria tiene una teoría sobre de dónde proviene el talento de Sofía: “Cuando la veo actuar pienso en (Mario) Castiglione, su papá. Tiene la misma actitud. La verdad es que yo no tenía pensado tener hijos. Él me insistió, no demasiado, para tener a Sofía, y cuando la veo trabajar me acuerdo de él y cómo me decía que teníamos que tener un bebé. Gracias a él fui mamá y cuando me pongo orgullosa de Sofía lo recuerdo. Mario era de leer, de pensar el teatro, de transmitir verdad. Me imagino que estaría superorgulloso de esa fuerza de taurino que tenía él y ahora tiene Sofía cuando trabaja. La verdad es que la gozo toda, me encanta ver lo que hace y lo bien que trabaja. Entendió todo. Es una gran actriz, creo que no tiene techo”.