Sabe que tiene el privilegio de hacer lo que le gusta. «Esto no es para siempre, nada lo es», repite como un mantra. Nicolás Cabré siente que es el mismo que nació en Mataderos y que, sólo por diversión, a los diez años acompañó a un amigo a un casting para ser parte de la versión teatral de La ola verde, aquel recordado programa infantil de Flavia Palmiero que terminaría siendo su primer paso en esta carrera. Hoy, por su popularidad, es uno de los elegidos para reflotar un viejo éxito de la avenida Corrientes: Los mosqueteros del rey, de Manuel González Gil, donde compartirá escenario con Jorge Suárez, Nicolás Scarpino y Fredy Villarreal.

«Uno trabaja tratando de dar lo mejor. Nunca mido el tiempo, miro el rating o me obsesiono con cuántas entradas se vendieron. Uno trata que le vaya bien, pero todo es incierto, nunca sabés cuándo funciona o cuándo deja de funcionar. Las expectativas, por ejemplo ahora, están en bajarme del escenario sin sentir que las cosas salieron mal o más o menos. Porque si eso pasa voy a estar recontra caliente aunque esté la sala llena. ¿Entendés? Yo me crié así, tratando de no pensar en la incertidumbre de lo que podría pasar. No hay fórmulas, sino que cada uno tiene que encontrar su método de sobrellevarla. No podés controlar todo, sólo lo que tenés que hacer en el momento y yo ahora sólo quiero dar bien el  pie para que mi compañero siga y la obra salga tal como se planeó. No voy más allá», admite el actor.

Foto: Diego Díaz

–¿Viste la versión original de la obra?

–Sólo en video. Siempre supe lo que era y lo que significó. Tuve la suerte de vivir  un tiempo al lado de Darío Grandinetti y más de una vez me contó lo que hacían, lo que habían vivido, sin saber que me iba tocar hacerla, claro. Conocía perfectamente lo que había generado y lo que fue para ellos hacer esta obra. Hace un tiempo que sabíamos que Manuel estaba con ganas de volver a hacerla. Por supuesto genera expectativa, mucha responsabilidad, y es un desafío hermoso. No sólo porque se haya hecho y lo que significó. Esta es una obra mágica porque convierte al público en cómplice. Eso es algo nuevo. Me genera expectativa. Es un honor y una alegría que Manuel haya podido decidir, después de 21 años, hacerla otra vez y que yo sea uno de esos elegidos, uno de esos cuatro afortunados.

–¿Cómo te llegó la chance?

–Estaba trabajando en Me duele una mujer con Manuel y hablábamos desde hace un tiempo de esta obra. Que blanco, que negro, pero no salía. Se fue armando y yo había construido un vínculo muy bueno con él. Que me tenga en cuenta es todo un gesto, habiendo tantos actores buenos disponibles. Para él es algo muy importante, se la pedían pero no quería sacarla hasta sentir que podía encontrar a aquellos que encajen y con quien se sienta cómodo reponiéndola. Es una gran responsabilidad, te repito. Eso es lo que siento.

–¿Cómo es la química entre este nuevo elenco?

–Con Fredy no había trabajado, pero obviamente sé quién es y lo que hace. Lo que es para la gente. Tenerlo al lado es un aprendizaje, igual que compartir con Jorge y Nico, con quienes nos conocemos hace tiempo y son muy cracks también. Es una experiencia hermosa. Tenemos la ventaja de estar guiados por Manuel, que sabe hasta el último movimiento del pelo de cada uno. Eso es una guía de tranquilidad. Pero también nos permite meterle nuestra impronta y tener la certeza de estar hablando con alguien que sabe de lo que habla. Se da una química natural que nos gusta. Es un humor muy puro, no hay doble sentido, no hay un solo insulto. Es un humor primario, que es hermoso. Esta es una obra muy física, en la que hay que estar demasiado atento. Porque aunque suene raro, es difícil hacer que las cosas salgan mal. Es más fácil hacerla bien que mal. Bailar a destiempo, por ejemplo, o apoyar un vaso y que se caiga, pero que no quede falso. Ninguno se puede ir mucho de mambo porque uno depende del otro para no perder ese dinamismo que tiene esta comedia. Si nos despistamos o improvisamos degradamos lo que pasa, porque cada línea depende de la anterior. Para que no quede lavado, hay que aceitar la máquina.

–En los últimos años estuviste más en teatro que en tele, que parecía tu terreno natural. ¿Por qué sentís que vas por ahí?

–No me llaman tanto, pero la verdad que de sólo pensar  estar 12 horas adentro de un estudio, como hacía antes, se me cierra el pecho. No soy una persona que está pensando todo el tiempo como actor. No paso mucho tiempo de mi día pensando en el trabajo. Sí a veces puedo estar girando con alguna cosa, pero trato desde hace tiempo de enfocarme en lo que realmente importa y no enrollarme mucho. Mi hija, la familia… Soy exigente cuando elijo hacer algo, a veces me enrosco de más y quiero que salga todo bien, obvio, pero en el momento que estoy ahí, trato de acordarme cuando termino un ensayo o una función de la obra que me toque, que ahí empieza mi vida. Hacer lo mejor para terminar conforme, porque ahí es donde la mejor energía tiene que estar presente, con la tranquilidad que, en el laburo, di lo mejor que tenía en ese momento. Hagámoslo bien, después vemos.

–¿El rol de la comedia es importante en un panorama tan complejo como el nuestro? Como país, me refiero.

–La risa es un asunto serio. A veces hacer reír no está valorado como debería. Parece fácil o que se hace así nomás. Pero no, todos los trabajos deben encararse igual. Eso lo aprendí con el tiempo, con los años. No es tan fácil como parece que una comedia funcione. Pero además a veces la comedia es valorada de manera distinta. Quizás te dicen «me maté de risa», «estuviste bárbaro» o «gracias por hacerme reír». Sin duda el ánimo o los problemas que tenemos como país tienen que ver en cómo se toma esa mirada de humor que uno puede plantear en una historia. A veces se necesita más o a veces menos, pero es una función que uno como actor realiza inconscientemente. Yo no nunca veo esto como un valor agregado que le pongo. No es que me creo que te hago reír, para que te vayas contento a tu casa porque es mi don. Sino que tengo una obra y trato de hacerla de la mejor manera posible, pero sin creer que te voy a dejar una marca, que voy a cambiar tu vida. Si yo hago algo que te despierta pensar, reflexionar o simplemente tener la catarsis de una risa bien puesta, listo, mejor. Nunca creí tener una función social, sino que disfruto ese momento compartido, yo como actor y el otro como espectador; contarte una historia, que te rías un rato o despertar una emoción o entretenerte. Si te gusta, encantado de la vida, y si no, bueno, es lo que yo ofrezco. Yo valoro cuando tengo buenas repercusiones, pero nunca me pongo en ese lugar de decirte que tenés que abrir los ojos para ver mi maravillosa habilidad de cambiarte la vida. No creo que eso pase ni con los mejores actores. Por eso tampoco opino de muchos temas o creo tener certezas de tópicos que no son mi terreno. No me interesa.

Foto: Diego Díaz

–¿No tenés una mirada social de tu labor cultural? Muchas veces evitás hablar de política o de las posturas ideológicas de tus trabajos.

–Mis palabras no tienen mayor relevancia que las de cualquier persona común, y al no ser un experto o alguien que sabe de esos temas, elijo no hablar. No es que esté mal o vea mal a quien quiera hacerlo, pero creo que no suma nada mi mirada: no me interesa  ser un opinólogo de bar, evito emitir opiniones, no entro en esa. No me parece nutritivo. Pero ni eso, porque si estuviésemos en un café entre amigos, en confianza, tampoco me interesaría hablar de eso. No es un tema central para mí, no estoy muy informado, como que naturalmente respeto lo que el otro piensa, y si necesita expresarlo o reflexionarlo abiertamente está bárbaro, hacelo. Sólo que yo no lo hago. Ni en mi casa, es como que me enfoco en otras cosas. Supongo que le pasará a mucha gente, en otros campos laborales. Sólo que a nosotros nos preguntan. Pero no es necesario siempre posicionarse en uno u otro lado. Con los años reafirmo que esto es lo mejor que puedo hacer, para no sumarme a algo que no me interesa.

–¿Te sentís más seguro con los años de trabajo?

–Obviamente la experiencia te da más herramientas para usar. Pero la sensación primaria, esa adrenalina al salir a escena, nunca se pierde. Y aunque sea un lugar común, creo que es así: en la vida todo es aprender, nunca termina. En lo profesional, siempre parezco calmado y relajado, pero porque no soy muy demostrativo. Por dentro me pasan cosas. Cierto conocimiento tenés con el paso de los años, pero nunca vas a poder hacer algo de taco. Siempre supe que no puedo darme el lujo de hacer nada de taco. «

Los mosqueteros del rey

Libro y dirección: Manuel González Gil. Elenco: Nicolás Cabré, Jorge Suárez, Nicolás Scarpino y Fredy Villarreal. Jueves 20:30, viernes y sábados a las 20, y domingos a las 18:30. En el teatro Astral, Av. Corrientes 1639.

Un éxito probado que exige estar a la altura

Estrenada en junio de 1991, Los mosqueteros del rey, dirigida por su autor Manuel Gonzalez Gil, se transformó en un hito del teatro local. Fueron cinco años de éxitos y estuvo protagonizada Miguel Ángel Solá, Hugo Arana, Darío Grandinetti y Juan Leyrado. Fue pensada para chicos pero al ver cómo reaccionaban los padres, fue ampliando su target. Es una obra de culto que ganó muchos premios (hasta un reconocimiento de la Unesco, por los valores transmitidos) y significó muchas giras, temporadas en Mar del Plata y Carlos Paz. Algo que este nuevo elenco buscará emular.

Es una obra que explora la comedia a partir del juego del error actoral y construye una pieza desopilante, ocurrente e imprevisible para el espectador. Cuatro actores tratan de dar inicio a la función de un emprendimiento que les parece que no puede fallar: intentan montar la célebre novela de Alejandro Dumas, pero las complicaciones se incrementarán hasta el momento donde deben tomar una decisión primordial para saber si podrán lograrlo o no. Una serie de incidentes les impedirán llegar al objetivo, por las razones más hilarantes que cualquier espectador pueda imaginar.


Foto: Diego Díaz

Poner el pecho ante la adversidad

Reconocido hincha de Vélez, el actor se anima a opinar sobre la situación del club de Liniers. El presente deportivo e institucional del Fortín es de público conocimiento y Cabré lo resume en tres palabras: «La tenemos complicada». Destaca que es un momento difícil, pero cree que hay que apoyar y no hacer tanto lío: «Más allá de que obviamente uno quiere que el equipo gane y que vuelvan los buenos momentos, hay que bancarla. Los actuales son momentos que hay que pasar, que aguantar, sabiendo que esto es así. Disfruto de ir a la cancha más allá del resultado. Me gusta ir con mi hija, compartir. Esa es la fiesta, el hecho de ir, de acompañar a los colores. Obvio que si descendemos sería doloroso y estaría muy caliente. Pero bueno, tengo fe en que la vamos a poder revertir. No creo que pase nada de lo que no podamos recuperarnos. Son momentos difíciles pero lo único que hay que hacer es poner el pecho para bancarse lo que haya que bancarse. No soy cabulero, pero hago lo que me parece que tengo que hacer como hincha: voy a mi lugar y trato de tirar mi energía para que pase eso tan esperado. La alegría que te da el fútbol es algo único e inexplicable».